Space Hunters / Battle Crew (saga Navis 4)

2) La nave desconocida

A primera hora de la mañana, durante el turno de vigilancia de Solomon, la nave, Milagro de las estrellas, apareció en el espacio. Solomon estaba medio dormido, pero cuando la radio captó la señal de la otra nave, se despertó a prisa para contestar la llamada.

—Solomon, rango beta.

—Habla el piloto Weymouth. Permiso para conectar la nave.

—En seguida —Solomon accionó una palanca de mando, escribió un código en el teclado y apretó un botón verde para que las máquinas abrieran una especie de paredes para que el argo del cosmos se sincronizara con el milagro de las estrellas, después habló por la radio—. Capitán Niccals, se solicita su presencia en cubierta para recibir al piloto Weymouth.

Stella estaba en ese momento en su habitación.

—Voy para allá —contestó casi al instante.

Salió apresuradamente, no se tomó la molestia de cepillarse el cabello o de mirarse al espejo para ver su apariencia. Eran horas de trabajo, no de salir a citas. Por el pasillo se topó con Antarus y Marimo.

—¿Qué pasa? ¿Ya llegó el piloto Weymouth? —preguntó Marimo.

—Sí, apresúrense.

—¡Sí, capitán Niccals! —respondieron al unísono.

Stella, Marimo, y Antarus llegaron a la puerta para recibir a su invitado. El piloto Strobus Weymouth era un joven muy apuesto y guapo. Su cabello color cedro y sus ojos marrones le daban un aspecto muy cálido, y además tenía una mirada seria, pero armoniosa. Se quitó el casco. Tenía el traje de los Liptor di Corps de rango gamma. Con tan solo pisar la nave de Stella, les dedicó una sonrisa amigable.

—¡Bienvenido! —Stella lo saludó con la mano.

—Hola, ¿qué tal? Pewtto no es lo mismo sin ustedes —le dio un abrazo.

—¿Y nosotros qué? —dijo Antarus.

—No se molesten, está celoso porque no lo abrazan constantemente —se burló Marimo—. Por lo mientras trasladaremos las municiones.

Antarus y Marimo entraron a la nave y comenzaron a cargar las cajas de suministros, algunos tanques de oxígeno, y otras cosas más, mientras que Strobus y Stella se quedaron hablando de las cosas que sucedieron todos esos días estando en el espacio.

El argo del cosmos tenía un gran ventanal por la parte de atrás para poder tener más visión en la parte trasera, y fue justo ahí a donde fueron. Stella apoyo su mano en la barra y Strobus sólo se quedó con los brazos cruzados, recargado sobre la pared.

—¿Cómo siguen las cosas? ¿Novedades en la Justiciera? ¿Kercher Bekagnalem?

—Nada ha cambiado, todo sigue igual, Stella.

—¿Estás seguro?

—Completamente seguro, aunque la verdad creo que necesito unas vacaciones —sonrió agradablemente infantil.

—Yo también, pero al parecer, necesitan de mi ayuda aquí —Stella contemplaba la nave—. Pero cambiando el tema, ¿qué hay de nuevo en la pequeña, talentosa y maravillosa vida de Strobus?

—Sin contar el trabajo, he estado ahorrando para comprar una motoneta. Siempre he querido tener una, no son tan caras, y hasta podríamos salir a pasear juntos por Jordia en cuanto la consiga.

—¿Y dónde la piensas estacionar, genio?

Strobus vivía en un departamento, en el sexto estado de Pewtto, así que no tenía una cochera para resguardar de la lluvia a su futura motoneta. Strobus se rio un poco por esa pregunta.

—Claro, no lo había planeado, bueno sí lo tengo planeado, pero para eso se me debe de cumplir un deseo.

—¿Un deseo? —Stella se giró y vio el espacio que tenían delante de sus ojos—. Mira el infinito, estamos rodeados de billones y trillones de estrellas reales, no conseguirías hacer un pedido tan especial así como en tierra firme. Nos maravillamos ante la gran creación, no hay que pasarlo por alto, Strobus. El espacio es el único lugar en el que somos diminutos, pero nos sentimos infinitos. ¿Por qué no pides un deseo?

—Con gusto, pero sólo si cierras los ojos conmigo —dijo Strobus.

—¿Por qué debería de cerrarlos? —Stella estaba confundida—. Es tu deseo.

—Ah, sólo ciérralos.

—Bien, capitán. Como ordene —le pareció divertido.

Stella cerró los ojos. Strobus sacó un pequeño paquetito de su pantalón y lo abrió. Entonces sintió cómo Strobus la rodeó y fue atrás de ella, le sujetó el peinado y con sumo cuidado le colocó una cadenita pequeña en el cuello.

—Ah, ¿Strobus? Esto no es un deseo —seguía con los ojos cerrados.

—Tú eres mi deseo, Stella. Ya puedes abrir los ojos.

Era un lindo collar en forma de estrella, con una media luna en medio de ella, y pequeños diamantes incrustados a su alrededor.

—Tienes un gusto extraño para pedir deseos, Strobus.

—Lo sé, y eso es lo que te gusta de mí.

—Tienes razón.

Strobus apretó la mandíbula un momento y entonces se armó de valor.

—Stella…

—Dime, Strobus.




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