Space Hunters / Battle Crew (saga Navis 4)

4) Enemigo

A la mañana siguiente, antes de ir a Tilius, el señor Niccals fue a la casa de campo que tenía en Tepec. No se tomó la molestia de decirles a Faust o a Alphonse que lo llevaran hasta allá, para no meterlos en problemas. Así que decidió llegar por su propia cuenta. Tomó un coche que lo llevó hasta el portal de Pewtto a Tepec, lo  cruzó, y de ahí tomó otro coche para llegar a la casa de campo. Casi se hizo medio día de trayecto en llegar. No traía mucho consigo, sólo su maleta con la que salió de Zenith, y su bastón a la mano.

En cuanto el coche se fue, el señor Niccals sacó la llave de la casa. La única que estaba dentro era la jovencita ama de llaves, Layu. La chica estaba sorprendida de ver a su amo llegar sin ningún aviso anticipado.

—¡Señor, qué sorpresa verlo aquí! ¡Bienvenido! —dijo al ver que el señor Niccals abrió la puerta.

—Buenas tardes — él contestó.

Layu tenía a la mano dos cortinas limpias que estaba a punto de cambiar en la sala, y las cortinas sucias estaban dentro de un cesto de ropa para ir directo al cuarto de lavado. La chica dejó las cortinas sobre una silla y lo ayudó con su equipaje.

—¿Llevo su maleta hasta su habitación, señor?

—No, así estoy bien. No creo pasar la noche aquí, es algo urgente —dijo el señor Niccals desabrochando su abrigo y se quedó sólo con el chaleco y la camisa blanca—. Necesito… estar en la cueva. Privacidad total, por favor.

Lo dijo como si se tratase de una palabra clave. Layu sabía muy bien lo que significaba eso. Entonces ella se fue corriendo a la cocina, abrió el armario donde guardaba las especias, y justo ahí, se encontraba una estatuilla antigua de la cultura Tepec pegada a la base de la repisa. Layu giró levemente la estatuilla hasta el tope, y alrededor de toda la casa se formó una especie de campo de fuerza invisible. Eso funcionaba de una extraña manera: El campo de fuerza impedía que los intrusos entraran adentro del área, y si lo hacían, eran carbonizados en el acto, dependiendo de cuánto girara la estatuilla. También era un gran anulador de sonido que ni el mismo Warren podría oír nada a través de él. Así que, en esos momentos, era extremadamente letal.

—¡Listo! —dijo Layu cerrando todo, por precaución.

El señor Niccals subió las escaleras mientras que Layu se quedó abajo. Caminó hasta el pasillo donde estaba el cuadro de la ninfa del agua, apretó el botón oculto y se encerró adentro.

Las cosas seguían igual por ahí, tal y como Navis lo había dejado la última vez que entró. Hizo a un lado una pila de caja viejas y entonces se topó con la pared de tierra. Miró la hora; Un minuto para las tres de la tarde. Puso la punta de su bastón en un hoyo que estaba en el suelo, después, se clavó los picos del bastón en la mano y éste absorbió su sangre hasta convertir el bastón de cristal en otro de color escarlata. La sangre se quedó en el bastón hasta que fue consumida lentamente hasta abajo, dejando nuevamente el cristal limpio, y una puerta secreta se abrió delante de sus ojos. Respiró el aroma ha guardado, y entonces murmuró:

—La cueva de las maravillas.

No era una cueva común. Era un mundo artificial. Narendra Khan había dicho que el corazón del cosmos era un creador de mundos y de galaxias, era cierto, pero nunca mencionó de qué clase. Cuando Charles Blunt le entregó con toda confianza el corazón del cosmos al coleccionista de mundos, entre ellos dos crearon ese pequeño y limitado mundo para proteger varios objetos de sumo valor. Sólo ellos dos podían abrir la cueva, y también eran los únicos que podían activar la salida de ésta. Primero crearon un mundo, al que nombraron «la habitación oculta», en donde el señor Niccals guardó toda clase de documentos valiosos y algunos recuerdos de familia sólo para distraer a cualquier listillo, y dentro de ese mundo, crearon otro más: La cueva de las maravillas. La cueva de las maravillas —fue así como bautizaron ese lugar— era un mundo construido de varios pasadizos y grandes cámaras ocultas, pero también limitadas. Un mundo fabricado en otro mundo. Charles Blunt y William Niccals, en aquellos tiempos de guerra, se las ingeniaron para mantener la cueva de las maravillas a salvo, un lugar oculto en caso de ser necesario, y después de eso, se separaron por caminos distintos. El señor Niccals se fue por su lado, en la vida de alta sociedad en la NGAG, y Charles Blunt, solitario, anémico en su tacto pero hombre honrado y de palabra, prefirió mantener su vida en el más estado puro de soledad. Seguía vivo, pero el señor Niccals era el único que sabía dónde poder localizarlo.

Al dar un paso al lugar, el mundo se cerró. El señor Niccals fue al atril de hielo sólido y abrió el libro para ver dónde estaba la cámara 195 y la 248, ya que de todas las cámaras que habían ahí, hasta él mismo podría perderse adentro de su propia creación, pero eso lo solucionó al momento de crear la cuevas de las maravillas. Arrancó las hojas de las páginas del libro de los respectivos números, y se trepó a una especie de elevador mágico que curiosamente no estaba conectado a nada, y que bajaba y subía dependiendo de qué hoja colocara en la pared de cristal. Entonces el elevador subió varios pisos, mostrando el contenido de las cámaras que eran visibles a simple vista. En algunas habían joyas hermosas, diamantes gigantes que obtuvo en varias de sus aventuras, otras cámaras guardaban armas peligrosas, arcas, reliquias, doce calaveras de cuarzo tallado cuyas propiedades eran curativas, y que acumulaban energía paranormal dentro de ellas, algunos objetos malditos como espejos, sillones, y se fue a la derecha del pasadizo y llegó hasta la cámara 195.




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