Space Hunters / Battle Crew (saga Navis 4)

7) El viejo Jag

Para ir con el viejo Jag, Budikka tuvo que sobrevolar el primer estado de Pewtto. Stella y Reed pilotearon la nave hacia un lugar retirado y abandonado de la ciudad de Pewtto, donde casi no había mucha vegetación, en cambio, los matorrales en el suelo, y alguno que otro arreit llegaban por ahí para que el sitio no luciera tan solitario y tétrico, y una pequeña laguna al final del pastizal.

—¿Ya casi llegamos? —Ferenc preguntó desde su asiento.

Stella checó el temporizador que estaba a su lado.

—Unos pocos minutos, capitán —contestó después.

—Bien, ahora veamos, Reed, ¿crees que hallemos respuestas con ese tal Jag?

—Es cierto, ¿no crees que esté muerto? —Tirso revisó de nuevo la fotografía del príncipe de Nee—. Esos cuernitos podrían delatarlo en cualquier sitio.

—Bah, el es tan viejo que creo que ya tiene un siglo de vida. No creo que Gaulther intente matar a un viejito indefenso como él, capitán.

—¿En serio tiene cien años? —dijo Trip.

—Vaya, se ha de haber conservado bastante —Stella estaba un poco seria.

—Que va, al viejo Jag lo conozco desde que era un niño, así que puedo decir que es la persona más buena de todo el lugar, bueno, después del supremo líder, claro.

—¿Muy bueno?

—¡Pero por supuesto que sí! Cuando tenías doce años me despidieron de mi antiguo oficio, y entonces vagué por ahí mucho tiempo hasta que me topé al viejo Jag. Él me acogió en su casa y me enseñó a pescar, y a soldar metales. Técnicamente él y la tía Lana me quisieron como su propio hijo. En serio, les va a agradar muy bien —dijo con una sonrisa en los labios.

La verdad, es que nadie esperaba a que Reed compartiera tan pronto sus sentimientos. Tirso y Trip estaban conmocionados, pero para Stella, había algo de inquietud en esa historia que no encajaba bien, y prefirió quedarse callada.

El depósito de chatarra apareció a la vista. Era un sitio lleno de desperdicios de naves, automóviles olvidados y alguno que otro metal que no sirviera en casa, o en las grandes industrias, o en las pequeñas fábricas, y en el letrero de afuera decía claramente “El depósito del viejo Jag”. Stella dejó la nave por fuera del lugar para que Budikka no fuera a sufrir ningún rasguño, y las puertas se abrieron. Reed fue el primero en bajar.

—¡Wow! ¡No ha cambiado en nada este lugar! ¿Qué están esperando? ¡Bajen!

—¡Silencio Reed! —gritó Ferenc bajando de la plataforma—. Deja de gritar y emocionarte por todo.

—Lo siento, capitán —dijo sin dejar de sonreír.

Dentro del depósito, en una esquina alejada de todo, se encontraba una casa hecha de hojalata y algunos otros metales para completar las paredes y parches metálicos para tapar los agujeros del techo de aluminio, y afuera de todo eso, se encontraba el viejo Jag, sentado en una silla mecedora y un fierro oxidado que servía de bastón a un lado de él. El viejo Jag era un humilde anciano novo Pewtto-Borka que se sentaba todas las tardes en esa mecedora, usaba lentes para cubrir partes de las cataratas que invadían su vista, su cabeza tenía la suerte de tener cabello todavía, y siempre ocupaba chaleco. Por muy anciano que fuera, tenía la costumbre de fumar una pipa de tabaco. El humo era tan visible, que la mayoría de los tripulantes tuvieron que ahuyentarlo abanicándose con sus propias manos, menos Ferenc, ya que el humo no llegaba hasta abajo.

El viejo Jag estaba roncando.

—Hey, Jag, Jaggie, despierte —dijo Reed tratando de despertarlo imitando una voz suave y armoniosa—. Jag, soy yo, Reed.

Los ronquidos cesaron, y el viejo Jag se inclinó un poco hacia delante.

—¿Reed? ¿Eres tú pequeña?

¿Pequeña? Stella dio un brinco de impresión ante ese detalle.

—Sí, soy yo, Jaggie.

—Ya veo, cambiaste otra vez. Acerca tu cara para que pueda examinarla, hijo —extendió sus brazos recorriendo el rostro de Reed—. Nada mal, no has tenido mucho cambio en la piel, sigues teniendo una carita de bebé.

Tirso sacó una risitas.

—Ni que lo diga, últimamente he estado trabajando mucho, señor. ¿Y la tía Lana?

—Ay, hijo. Se murió el mes pasado, ya estaba muy grande para soportar su enfermedad.

—Lo siento mucho —contestó Reed un poco triste.

—Liptor di Corps. Me lo suponía, supongo que vienes a ver si sé a dónde fue ese tipo, ¿verdad?

—Claro, Jaggie. Mira, ellos son mi nuevo capitán, Ferenc, y los chicos; Stella, Tirso y Trip…

—¡Espere! ¿Cómo sabe que venimos tras una persona? —preguntó Stella.

Trip se agachó nuevamente en el suelo para rastrear pistas porque también le pareció extraño eso. El viejo Jag meció un poco la silla y dio una calada a su pipa, y expandió el humo en el aire.

—Por lo que veo, Reed no se los ha contado.

—¿Contarnos qué? —dijo Ferenc.

—Bueno, no importa eso —eludió el viejo Jag.

—Jag tiene el donum de leer mentes —dijo Reed explicando el misterio—. Él puede navegar dentro de la mente sin aviso alguno, y su capacidad es de diez personas a lo máximo.




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