Spina (puro romance medieval)

Capítulo 1

La ladrona y el caballero

En Spine y enclavado en el crisol de la villa, entre los bosques circundantes, se encuentra el Palacio Real, trono del "Rey justo", cuyo gobierno ilumina con sabiduría y una profunda empatía, por lo que los Spinans consideraban una bendición la vecindad regia. La arquitectura de la villa y de sus estrechas calles torcidas y adoquinadas cubiertas de niebla, siempre marcan una imagen misteriosa e impresionante. A lo largo de las calles principales se pueden ver hermosas casas de piedra con detalles en madera y entramados finamente tallados. La plaza principal es un lugar peculiar donde hay retorcidos árboles con ramas largas y esqueléticas. El zumbido constante del mercado mientras los vendedores entusiastas ofrecían sus mercancías en tiendas de madera y toldos de colores como el marrón y marfil entregaban una hermosa vista.

Aunque se tratara de un lugar próspero, la suerte siempre es una moneda de dos caras capaz de voltearse en cualquier momento, Asia, una joven de abundante cabellera rizada de color negro que caía voluminoso en capas sobre sus caderas, ojos ojerosos y oscuros, además de una piel pálida de tono ligeramente grisáceo, desde muy temprana edad, aprendió el valor del trabajo, por lo que sus manos, aunque pequeñas, eran fuertes, la joven de veinte años y su familia, compuesta por Stavros, su padre, un hombre robusto, alto y con una gran melena y barba, sus dos hermanos mayores, Ramiro y Rodrigo, quien se había ido a luchar para defender Spina, además de su hermano menor de once años, George, se encontraban en una situación desafortunada. Tristemente, la familia se vio forzada a separarse luego de que Stavros fuera nombrado herrero real, lo que significó que no tuvieron muchas noticias del padre de familia.

Al fin, la aurora del triunfo despuntó, y con ella se desplegó el imponente desfile de los soldados victoriosos, encabezados por Hernán, figura de mando inusitadamente joven de veinticinco años, ataviado con una robusta armadura de acero que destellaba bajo el sol, su cabello castaño ligeramente desordenado cae sobre su frente, delinea un rostro de mirada penetrante. El pueblo se había congregado en las calles en busca de sus seres queridos entre los soldados, al final del desfile, había carros repletos de cadáveres de hombres caídos en batalla, Asia, George, Ramiro y Elenei se desesperaban cada vez más al no ver a Rodrigo en ninguna parte, Ramiro consumido por la ansiedad, se alejó del tumulto de gente, como si no quisiese saber el paradero de su hermano.
Asia incansable, apretaba con fuerza la mano del pequeño George, abriéndose camino entre la maraña de rostros y cuerpos. Elenei y Asia divisaron el rostro ensangrentado y desfigurado de Rodrigo entre los cuerpos sin vida, la posadera estaba horrorizada, Asia rápidamente le entregó al niño para que lo alejase de allí, antes de que viera el cuerpo de su hermano, dándose cuenta de que fue una terrible idea llevarlo con ellos ya que era demasiado pequeño para entender la situación. La chica se acercó y no pudo contenerse al ver a su compañero de cuna, se lanzo sobre él entre gritos de verdadero dolor, Hernán al ver a la desconsolada joven se bajó de su caballo y se acercó rápidamente hacia ella.

—Lamento mucho su pérdida. Era un gran soldado, un amigo que nunca olvidaré, no se rindió hasta el final, Rodrigo era como un hermano para mí en aquel infierno. Como compensación, me gustaría compartir con ustedes parte de mi recompensa —dijo Hernán entregándole una de las dos bolsas de monedas de oro que colgaban de su cinturón.

—¿Pero... qué está diciendo?, —Asia lo miró con una mezcla rabia y desconcierto— él está muerto, esto no compensa nada. ¡Déjeme en paz! —reclamó arrojando la bolsa con desprecio.

—Asia, hija, llevé a tu hermano a casa. Ellos no saben nada —murmuró Elenei, abrazando a Asia mientras lloraba.

—Él está muerto, Elenei, está muerto —repetía Asia abrazando con fuerza a la robusta mujer.

—¿Qué espera? ¡Lárguese! —exclamó Elenei, molesta y desbordando de lágrimas y Hernán se retiró haciendo una breve reverencia.

La devastadora crisis económica se abatió sobre los territorios, la guerra con sus despiadadas batallas y la toma de valiosos recursos fue la principal causante de este desastre, pero lo que más impactó a la población fue la destrucción en las tranquilas aldeas agrícolas.

El Rey atrapado en una complicada situación no pudo cumplir por completo sus promesas de recompensar a aquellos valientes soldados que habían sacrificado tanto, lamentablemente muchas familias de los mismos se vieron afectadas directamente por esta falta de apoyo.

Asia se había estado muriendo de hambre durante días al darle casi siempre sus raciones de comida a George, tenía el rostro oculto bajo una capa, en un intento fallido de pasar desapercibida, caminaba por el mercadillo y se detuvo en el puesto de la panadería, no podía resistir la tentación de robar un pan, el panadero estaba ocupado atendiendo a un cliente así que aprovechó la oportunidad para agarrar uno y esconderlo debajo de su capa, pero cuando se estaba yendo el tabernero la vio y gritó:

—¡Al ladrón!. ¡Esa mujer con capa a robado un pan!, —unos guardias que patrullaban cerca del lugar infortunadamente acataron el llamado del tabernero iniciando la persecución, por fortuna para la desesperada chica Hernán galopaba en dirección a ellos, interrumpiendo el tétrico momento acuñado con una desagradable situación de miseria y necesidad.

—No se preocupen caballeros, yo me encargo de ella —confirmó Hernán enérgicamente persuadiendo la malintencionada atención de los guardias a la vez que descendía de su caballo de un salto.

Sin perder más tiempo, se apresuró y la siguió, viéndola esconderse detrás de unos arbustos rebosantes de flores salvajes, pero fingió no saber nada, la chica se quedó quieta tras el cobijo de la maleza, y no se asomó ni por un instante mientras intentaba regular su respiración, Hernán se quedó en la lejanía, asegurándose de que ella pudiera ver su intención pacífica.




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