Spina (puro romance medieval)

Capítulo 3

Entre el amor y la amistad

Sentadas en la calidez envolvente de la cocina, se permitían un meritorio respiro tras el arduo día laboral. Observando el ajustado vendaje en el cuerpo de su amiga, Asia no pudo evitar preocuparse:

—Te ves mucho mejor, pero todavía estás malherida —comentó con sinceridad.

—Gisel le dedicó una sonrisa reconfortante —No te preocupes por mí, estoy bien. Lo que realmente me preocupa es Hernán. No pude ir a verlo y espero que no haya tenido que esperar mucho tiempo, se como es de cabezota.

—Asia, aunque nerviosa, decidió intentar tranquilizar a su amiga —No creo que haya esperado por mí.
—Sin embargo, el comentario de Asia reveló una inquietud más profunda:

—Lo que realmente deseo es que Hernán me vea como una mujer, no solo como su hermana —confesó Gisel, Asia se volvió seria reflexionando sobre lo ocurrido la noche anterior.

Al enfrentarse a la montaña de vasijas que debía fregar, Gisel se excusó debido a sus heridas, dejando a Asia en solitario, los vendajes no podían permitirse que la humedad se apoderara aún más de ellos, Asia emitió un suspiro, su aliento se confundió con la fatiga al contemplar la enorme cantidad de cacharros que aguardaban, en ese momento de resignación, unas manos tibias le envolvieron los ojos inesperadamente, la familiaridad del calor y el contorno de los dedos le confirmaron la identidad del intruso.

—Hernán, sé que eres tú —articuló Asia, con una certeza lúdica mientras se volteaba frente a él, sus ojos se encontraron con los de Hernán, justo cuando él despejaba la vista de ella retirando sus manos, dando paso un amor que comenzaba a nacer con rapidez.

—He venido para sorprenderte —dijo levantando el brazo y extendiendo la mano abierta, dejando caer con suavidad el collar que escondía para luego sujetarlo con firmeza: un fino cordel con un nudo decorativo sujetando la pieza central, un cristal de cuarzo negro y rojo como el magma de un volcán

Asia, con ojos brillantes, sostuvo la joya entre sus dedos, la simplicidad del diseño resaltando la profunda belleza del atractivo cristal.

—Es maravilloso, ¿lo has hecho tú? —inquirió ella, con admiración.

Hernán asintió, con sutil gesto lleno de humildad. —Sí, es único, pensado y creado sólo para ti —confesó colocando delicadamente el collar sobre el cuello de la joven, la pieza cayó en su lugar como si siempre hubiera pertenecido ahí. Cuando el cuarzo besó su piel, levantó la vista hacia Hernán, perdiéndose un momento en aquel rostro sereno, el suave contorno de sus ojos almendrados reflejaba un afecto profundo.

—Es obsidiana caoba —añadió Hernán —Este cuarzo, es un amuleto protector, es un escudo mágico que te rodeara con amor y protección...

—¡Hernán!, ¿qué haces?, baja la voz, podrían encerrarte pensando que estás haciendo brujería.

—Tonterías

—Pero, esto debe ser muy importante para tí, quédatelo.

—Tu también lo eres, desde este mismo momento, eres como mi obsidiana, mi campo protector, me siento más seguro cuando te veo a los ojos y encuentro tu alma reflejando la mía, como unidos en un solo cuerpo.

—Hernán, tus ojos... —Asia se detuvo, cautivada y atontada —son hermosos.
La respuesta de Hernán ante el halago fue una sonrisa, se inclinó con ligereza hacia ella, y en un beso sus labios se arroparon con ansias.

—Asia, ¿quieres ser mi prometida? —preguntó Hernán dando un paso hacia tras— no tienes que contestar en este momento, tómate tu tiempo.

—¡Venga aquí de inmediato! —ordenó Leonor, quien parecía haber presenciado toda la escena.

—Abuela, déjame respirar un poco —pidió Hernán guiñándole un ojo a Asia.
—¿Abuela? —exclamó sorprendida Asia.

—Te dije que dejaras de llamarme así en el palacio —respondió la severa señora. —Tu, ¿qué haces con el señor Kostas? —cuestionó rígidamente, para luego añadir con un aire de complicidad— solo te aconsejaré que tengas cuidado, le susurró al oído y le regaló una sonrisa.

Un fuerte altercado se percibía en el epicentro de Palacio, el rey y la reina intercambiaban palabras cortantes como navajas de barbería, era una relación que no parecía estar en su mejor momento, como si se tratase de un trueno el rey abandonó aquella sala tormentosa dirigiéndose a sus aposentos, dejando a la reina a solas en el salón, a pesar de que los sirvientes continuaban con sus labores, la atrevida Asia no pudo resistirse al acercarse a la reina para intentar consolar su pesar

—Su Majestad, con su permiso, no debería estar llorando de ese modo, tanta tristeza es perjudicial para su salud

—¿Qué sabrás tú, mugrosa? —respondió la reina sin levantar la vista.

—Recuerdo que mi madre solía decirme: "Llorar es un alivio, hija, pero no te ahogues en el mar de las lágrimas, imagina que el dolor es una tormenta pasajera, tal vez en unas horas será solo un recuerdo vago, no dejes que el sufrimiento te ancle, porque pronto, mucho antes de lo que imaginas, verás que todo estará bien" —continuó Asia con sutileza.

—Menudas tonterías dicen los pobres —dijo la reina, secando sus lágrimas con un sedoso pañuelo —retírate.
Con un gesto de reverencia, Asia se retiró de la alcoba, su partida dejó a la reina aparentemente reflexiva, aunque solo fuera por un momento, había logrado proporcionarle un poco de consuelo a la difícil mujer.

Encaminándose hacia los aposentos de los sirvientes, ubicados en el ala lateral del castillo, lugar estratégico para permitir un ascenso conveniente y discreto a las dependencias, al tiempo que mantenía la separación con la nobleza. Alcanzó finalmente la estancia de Gisel, aguardaba en reposo de sus tareas para obtener una recuperación rápida

—Asia, tu padre vino y me trajo esto —agregó Gisel mientras le entregaba una espada envuelta en un viejo trapo color marfil— dijo que la hizo especialmente para ti, para que puedas protegerte en caso de necesitarlo —miró la espada con extrañeza —¿Pero tu sabes usarla?.




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