Spina (puro romance medieval)

Capítulo 4

Un príncipe y una plebeya

La situación entre ellas dos se tensó hasta convertirse en una coraza de distanciados días, Gisel con actitud frágil pero obstinada, desviaba la mirada en cada encuentro, el silencio era insoportable, perceptible como la fina llovizna antes de una tormenta, Asia oprimida por la atmósfera sofocante que amenazaba con asfixiar lo que quedaba de su vínculo, se armó de valor y decidió romper el muro invisible que se había creado entre ellas, buscando salvar la esencia de una amistad que creía demasiado valiosa para dejarla desvanecer en malentendidos y silencios.

—Gisel, no podemos seguir evitando lo que sucede entre nosotras. Esta tensión es insoportable —expresó Asia con una voz templada pero decidida, los ojos de Gisel eran como cristales borrosos al borde del derrame por las lágrimas contenidas.

—Tampoco quiero vivir con esta amargura entre nosotras —respondió Gisel. Tras una pausa pautada por un silencio incómodo y denso, Gisel cerró la distancia entre ellas con un paso titubeante y abrazando a Asia, quien exhaló un suspiro de alivio correspondiendo y dejándose llevar.

—No deseo guardar rencor, pero no podemos fingir que nada pasó. Es necesario que hablemos —Asia habló con suavidad al zafarse del fuerte apretón.

Era un momento de franqueza, un comienzo para reconstruir o renovar lo que se había fracturado por fugaces y efímeros deseos compartidos por un mismo hombre.

—Hoy la reina parece estar de buen humor... —interrumpió Gisel, no la entiendo —susurró frustrada cambiando el tema de conversación.

—Shh, calla, no vayan a escucharte —murmuró Asia entre risas.

—Hoy viene el príncipe. Es muy atractivo y se parece mucho al rey, ojalá yo fuera una mujer de clase, podría acercarme a el con normalidad—murmuró Gisel emocionada.

—Gisel, ya basta, te pueden oír —su amiga estaba alarmada pero no pudo evitar reír con complicidad.

En ese preciso momento, Leonor, se acercó a ellas sin hacer ruido y dio un susto de muerte a ambas.

—¿Qué cuchichean tanto? —preguntó poniendo su rostro entre ellas.

—Nada, señora —respondieron al unísono, intentando ocultar su charla.

—Gisel, ve a preparar la habitación de huéspedes para el señor Turner, viene acompañando al príncipe —ordenó Leonor.

—Sí, señora —respondió Gisel, y se dirigió rápidamente hacia la habitación de huéspedes.

—Tú, ve a desempolvar los cuadros —ordenó señalando hacia la sala de estar.

La chica desempolvaba algunos cuadros que colgaban en las paredes, estaba concentrada y trataba de ser cuidadosa, se quedó capturada en uno de los cuadros, era sombrío, la pintura mostraba una figura oscura con ojos fríos e inhumanos sosteniendo una daga en sus manos, en la punta de la hoja un corazón estaba clavado, entonces sintió el sonido de pasos aproximándose hacia ella.

—Buenos días —saludó Hernán con una inclinación de cabeza. Veo que el ajetreo ha comenzado para recibir al príncipe.

—Así es, Leonor no da abasto con tanto preparativo.

—¿Te gusta esa pintura? —preguntó Hernán

—No, creo que es un poco descabellada, es un asesino —respondió Asia abrumada

—¿Un asesino? —preguntó con una sonrisa curiosa— Bueno, creo que puede que tenga sentido tu punto de vista de algún modo, pero... —comenzó acercándose a la pintura— si te fijas, tienen una cicatriz en su pecho, es su propio corazón —señaló— Se trata de una pintura inspirada en Eco, era una ninfa muy bella, pero no podía hablar

—Pero entonces ¿como terminó así?

—Según el artista Eco se enamoró perdidamente de Narciso, pero este la rechazó varias veces, dejándola con el corazón roto, con el tiempo Eco se consumió de amor. Esta pintura representa el miedo y el dolor de un amor no correspondido. Se llama El Eco de un Narciso de Avelina Bellini

—¿Buscas a Leonor? —preguntó Asia tratando de no mostrar la admiración que sintió al escuchar la historia

—No, he venido a pedirte disculpas. —Hizo una pausa—. Lamento el incidente de la otra noche.

—Está todo en el pasado —dijo ella con una sonrisa tranquilizadora—. Olvidémoslo, como si nunca hubiese sucedido.

—Te lo agradezco inmensamente —dijo Hernán, claramente conmovido— Temí que me guardarías reencor, aunque en mi conciencia sigo creyendo que mi comportamiento fue el correcto.

—No, no hay resentimientos. La verdad es que, aparte de ti y de unos pocos más, no he encontrado consuelo en este lugar. Los he considerado mis amigos.
Hernán pareció debatir interiormente contra el impulso de verbalizar sus pensamientos con palabras —No sé si alegrarme o entristecerme por ello —dijo finalmente—Porque a pesar de todo, no puedo evitar sentir...

—¡Hernán!, ¿Leonor es tu abuela? —preguntó Asia cambiando de tema con agilidad.

—Sí, aunque no compartimos la misma sangre, ella me recogió de la calle y me crió como a un hijo.

—¿Y qué pasó con tus padres? —La chica se sintió abrumada, había tocado un tema sensible con por evitar escuchar los sentimientos de Hernán.

—Nunca lo he sabido con certeza. Supongo que eran campesinos que sufrieron alguna enfermedad y fallecieron.

—Lo siento mucho, no debí preguntar. —Hernán la tranquilizó con ternura, sellando sus palabras con un suave beso en su frente.

—No te preocupes, comprendo que tengas curiosidad

—Hernán, ya para de...

—¡Jovencita, deja de perder el tiempo y ponte a trabajar! —gritó Leonor con su habitual tono severo, interrumpiendo el momento.

—¡Si señora! —dijo Asia asustada mientras Hernán se retiraba a toda velocidad arrojando un beso a Asia, quien respondió con un gesto de falta de aprobación.

Jacobo heredero al trono y futuro rey llegó a palacio. La llegada del príncipe fue anunciada, el Rey estaba vigoroso y entusiasmado vistiendo sus más valiosas prendas, en cambio el feliz semblante de la reina se esfumó.
El príncipe, de veintitrés años irradiaba un encanto irresistible, su piel impecable contrastaba perfectamente con su largo cabello del color de las más valiosas monedas, y sus ojos eran de un perlado gris, vestía con elegancia la sastrería de suave seda y terciopelo que resaltaban su cuerpo estilizado, atrayendo las miradas de todos. Mientras caminaba por los pasillos del castillo, ambas estaban cautivadas, Gisel no pudo apartar sus ojos de aquel ángel caído de los cielos, que parecía haber salido directamente de los libros más románticos y apasionados, el príncipe Jacobo encarnaba todo aquello que se puede desear en un hombre: belleza, nobleza y un espíritu lleno de misterio y encanto. Las miradas y suspiros que le acompañaron en su camino hacia el interior del castillo eran una prueba de su poder de seducción.




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