Spina (puro romance medieval)

Capítulo 7

Cuna de oro

Leonor caminaba apresuradamente hacia la joven, quien llegaba tarde a la cocina:

—¿Qué te retrasó tanto?, llegas a estas horas. Es hora del almuerzo, recuerda las reglas —dijo frunciendo el ceño y en un tono severo

—Perdón, me quedé dormida...
—La próxima vez, trata de mantenerte despierta.

—¡Sí, señora!.

La cocina estaba un caos hoy, ya que vendría la futura esposa del príncipe, la duquesa Turner, quien llegaría dentro de poco al castillo. Gisel se acerca a Asia discretamente.

—Asia, lamento lo de ayer.

—No te preocupes Gisel, olvido rápidamente ese tipo de situaciones —respondió Asia.

Una de las jóvenes sirvientas de la cocina se acerca con evidente nerviosismo.

—¡El príncipe viene hacia aquí!
Todos estaban nerviosos, el príncipe entró rápidamente y con el rostro abatido.

—¡Traigan algo de comer, tengo hambre y prefiero comer solo! —ordenó Samuel, se sentó en una de las sillas mientras los sirvientes le llevaban varios platos de comida. —¡Váyanse todos! —Gritó el príncipe, excepto tú— vociferó mirando a Asia.

Después de que todos salieron de la cocina, Samuel levantó su copa de vino y se dirigió a ella con una sonrisa: —Eres una de las pocas personas agradables que conozco en esta prisión dorada —comentó, saboreando el vino en su copa.

—Disculpe su Majestad, pero noto que está muy agobiado. ¿Le sucede algo? —Asia observó su rostro abatido así que no pudo evitar preguntarle con mucha cautela.

El príncipe dejó escapar un suspiro y con una mirada intensa, respondió: —No quiero casarme. Desde que nací, no he podido tomar mis propias decisiones, no soy una persona, soy una marioneta de mis padres y del yugo de la nobleza. —miró a la chica por un momento, parecía estar planeando algo— ¿huirías conmigo? —Asia estaba asustada y sorprendida por la inesperada propuesta, pero intentó mantener la compostura, —veo que también le temes a su Majestad —comentó el príncipe tratando de romper la tensión y se sirvió más vino. —De todas formas, gracias por escuchar las penurias de este joven —dijo, bebiendo un trago tras otro, Asia, preocupada por su estado, agregó con gentileza:

—Majestad, no debería continuar bebiendo aún no ha comido nada

—Samuel sonrió—. Solo por esta vez y luego me retiraré a mis aposentos —aseguró antes de beber todo el contenido de la copa de un solo golpe. Tomó la botella y se alejó en silencio hacia sus aposentos, sin decir una palabra más.

Todos los presentes volvieron rápidamente a sus puestos de trabajo al ver la retirada del joven príncipe, algunos se apresuraron más que otros, pero Gisel fue la primera en acercarse a Asia, con curiosidad y entusiasmo

—¿Qué te dijo el príncipe? ¿Por qué te eligió a ti? ¿Acaso le gustas? —preguntó Gisel con una voz emocionada, mientras el resto de las trabajadoras se aglomeraban alrededor de Asia, acercando sus cabezas para no perderse ningún detalle.

—Wow, ¡calma! Son muchas preguntas a la vez, ¿no crees? —respondió Asia, tratando de contener su sorpresa.

—Y bien, ¿qué te dijo? —intervino otra joven de la cocina.

—Nada en particular. Solo me pidió que le sirviera vino, nada más. ¿Creen que esto es algún tipo de cuento de príncipes y plebeyas?, ese tipo de cosas simplemente no existen —agregó Asia, con un toque de escepticismo.

—Pero seguro debe ser guapísimo de cerca. Estoy celosa de ti —remarcó Gisel con envidia, al mismo tiempo todas las trabajadoras reían y se asomaban expectantes.

—¿Te lanzarías a sus brazos si pudieras, Gisel? —preguntó Asia con sarcasmo, Gisel exploró con la mirada a todas las demás en busca de una respuesta.

—La verdad, no quiero casarme con él, pero sí me encantaría tenerlo cerca —confesó Gisel, mostrando su verdadero deseo.

—Vaya respuesta, chica loca —comentó Marga, una de las sirvientas más cercanas a Gisel y Asia, haciendo que todos se rieran.

La joven de rizos negros acomodaba las bandejas exquisitamente, preparándolas para que el resto del personal las trasladara al gran comedor, donde todos ansiaban degustar el famoso menú real. Sin embargo, de pronto, se desencadenaron gritos ensordecedores y estruendosos ruidos que provenían de esa misma sala, la voz autoritaria de la reina ordenando la presencia de más sirvientes al instante, sin pensarlo dos veces, Asia dejó lo que estaba haciendo y se dirigió velozmente al comedor. La puerta estaba abierta dejando ver aquella escena, las valiosas bandejas esparcidas por el suelo, desfigurando la exquisitez con la que momentos antes habían sido dispuestas, la duquesa lloraba desconsolada, Turner el siempre imperturbable, salía apresuradamente del comedor con una mirada de despreocupación.
El príncipe, por su parte, mostraba un evidente descontrol, consecuencia de una ingesta desmedida de alcohol, su compostura real tan impecable se había esfumado. Era claro que esa situación había afectado profundamente su estado emocional.

—Recojan todo el desastre —ordenaba la reina en medio de todo aquel caos, Asia se apresura junto a Marga y Gisel a seguir las órdenes

—Samuel, tu padre vendrá y te verá haciendo el ridículo como siempre, mantén la compostura por una sola vez aunque sea.

—Eso no te incumbe madre, ni eso, ni nada de mi vida, ¡nunca te ha importado!, eres un ser frívolo, incapaz de amar a nadie, ni siquiera a tu propio hijo.

—¿Pero cómo te atreves? — exclamó la reina haciendo que Asia y Marga pegara un salto.

—Solo soy un utensilio, un accesorio para usted madre, para usted y mi amargado padre —decía, su embriaguez tomaba el control de sus palabras y le permitía expresar lo que siempre había callado.

—Samuel, yo... —comenzó la duquesa antes de ser interrumpida

—¡Cállate!, tú no sabes nada de mí, eres otro objeto de tus padres —comentaba llorando y casi sin poder mantenerse de pie—. Seguro que esa hija bastarda que se comenta que tuviste con otro hombre debe estar feliz de no tenerte como madre —dijo golpeándose el pecho, Gisel estaba estremecida ante los miembros de la familia real a la que ella pertenecía, con el nerviosismo inducido por el momento sus manos entran en un estado de temblor, corta uno de sus dedos con los restos de la porcelana, pero a pesar de tal suceso, Gisel recogía los platos rotos




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