Fogata de mentiras
La villa bullía de júbilo y entusiasmo, se acercaba el ansiado día de la festividad de la cosecha, los aldeanos, se entregaban con ahínco a los preparativos, juntos contribuyendo para que todos pudiesen compartir una celebración memorable al caer la tarde.
La multitud en la plaza se está entusiasmada alrededor de los esqueléticos árboles moribundos, se escuchaba el revuelo de la gente trabajando arduamente para hacer de esta celebración un evento inolvidable.
En palacio el par de amigas estaban sentadas lavando las ollas y las satenes, mojando la punta de sus vestidos despreocupadamente, Asia friega una olla grande y Gisel está secando las piezas más pequeñas con un paño, están trabajando en silencio, pero de vez en cuando intercambian algunas palabras o se ríen de algún chiste, la cocina es un lugar ruidoso con muchos sirvientes trabajando y cocinando, sin embargo ambas parecen estar en su propio mundo:
-Asia, hoy tengo que ir a ver a mi padre -comentó Gisel agregando algunos platos
-Nunca me hablaste sobre él antes.
-Es el panadero, todos lo conocen, dicen que desde que llegamos a la villa el pan es más dulce
-¿El panadero?, -pregunto Asia recordando aquel viejo incidente.
-Si, ¿lo conoces?
-Bueno...una vez le robé pan, -respondió Asia nerviosa haciendo reír a Gisel.
-No te preocupes, no pasa nada
-Asia, tenemos que hablar -anunció Hernán interrumpiendo, ella secó sus manos y lo acompaño fuera.
-Sobre lo que dijo el Rey, que tengo que casarme con ella, si me dices que no lo haga, que me quede contigo, podemos ir a otro lugar-decía tomando sus manos casi al borde de lanzarse a besarla.
-¡Hernán!, ven aquí de inmediato-le ordenó la Reina.
-Estoy ocupado, Majestad-respondió Hernán, a lo que la Reina reaccionó con una bofetada.
-¡Solo ven cuando te lo ordeno! -Asia miraba a la Reina con la misma expresión que muestra Gisel al hablar de su madre.
-Estoy ocupado, lo siento mucho -contestó molesto poniendo a Asia detrás suyo.
-¡Nunca debes estar ocupado para la ¡Realeza! Te dije que no te casaras. ¿Acaso quieres que mande a Leonor a morir en la horca? ¿no te es suficiente que la halla enviado con mis familiares? -alzó la mano para volver a pegarle a Hernán cuando Asia agarró su brazo y recibió un soberbio golpe de la Reina- ¿Quieres ir a la horca tú también? ¿Es esta la arpía que te gusta?.
-Vamos, Majestad, hablemos en privado -exhortó Hernán a la Reina tocando delicadamente su rostro, a lo cual ella accedió, ajustando su vestido.
Asia ve cómo Hernán se aleja junto ala déspota mujer, su confusión se crecen cada vez más, estuvo a punto de decirle que huyeran juntos, pero se sintió aliviada de no haberle dicho nada.
El Rey dio la orden de permitir que todo su servicio asistieran a la gran celebración, conservando de esta forma su renombre el ''rey justo''
La fiesta estaba muy animada, con música, fogata y mucha comida que el Rey proporcionó personalmente para el banquete, todos estaban más que contentos con ello, bailaban, se reían y los alegres cantos se regocijaban con el viento.
Asia y Gisel llegaron a la vibrante fiesta de la villa, empapadas de emoción por haber tenido la oportunidad de asistir.
-Es mi primera fiesta en la villa -señaló Gisel, sus ojos brillaban con anticipación observando a su alrededor.
-Es verdaderamente magnífico, aunque me hubiera gustado venir con vestidos más elegantes.
En ese momento, una voz detrás de ellas, atrayendo su atención. Era un chico de aspecto misterioso, oculto tras una capucha marrón, sus palabras llegaron los oídos de ambas como un susurro seductor.
-No hacen falta vestidos bonitos cuando hay chicas hermosas -destacó el joven, revelando su rostro mientras se despojaba de la capucha.
-Majestad -balbuceó Asia, sintiendo su corazón acelerarse ante su sorprendente presencia.
El príncipe, con una sonrisa juguetona, interrumpió cualquier protesta que Asia pudiera haber intentado- Shh. Soy yo -susurró con complicidad-¿Cómo me veo vestido como un plebeyo?
Gisel, aún sorprendida, encontró su voz y respondió con entusiasmo:
-¡Genial! Nunca hubiera imaginado encontrarle aquí, y menos vestido de esta forma. Es un auténtico placer conocerte, Majestad -resaltó dándole un ligero empujoncito a Asia para que hablara también.
-Majestad, ella es mi mejor amiga,
Gisel -aseveró Asia, notando la sorpresa en el rostro de Gisel.
-¿Mejor amiga? -preguntó Gisel, ligeramente emocionada-. Ustedes son tan cercanos? -preguntó curiosa por la amistad especial entre Asia y el príncipe.
-Un gusto conocerte, Gisel. Me alegra que Asia tenga una amiga como tú a su lado -agregó, alargó su mano para saludarla.
-Necesito ir a ver a mi padre -insistió Gisel, mirando en dirección a la panadería
-¡Vamos! -añadió el príncipe, entusiasmado por acompañarla- No hay tiempo que perder.
Gisel frunció el ceño, sintiéndose un tanto incómoda-Pero...
-Nada de peros, Gisel -interrumpió príncipe.
-El, -señaló Asia al príncipe Jacobo, este chico, está completamente loco, te acostumbraras enseguida, el príncipe arqueo una de sus cejas.
-Gracias, Majestad -dijo Gisel, emocionada.
De camino a la panadería, avistaron al padre de Gisel, quien los vio a lo lejos con una sonrisa deslumbrante.
-Hola, papá -saludó Gisel emocionada, y enseguida recibió un cálido abrazo paternal.
El príncipe observó el tierno gesto: -Mi padre nunca me ha abrazado así -confesó con una pizca de envidia en sus palabras.
Gisel le dio una mirada comprensiva al príncipe y respondió: -Estoy segura de que lo desea. A veces, solo hay que dar el primer impulso para que las emociones se desborden.
Al entrar en la casa del panadero, un maravilloso aroma a pan fresco inundaba el aire. La mesa en la que se sentaron era robusta, aunque una grieta adornaba una de sus esquinas, mientras tanto el panadero estaba ocupado preparando una deliciosa comida para su hija y los dos invitados.
Editado: 17.07.2024