Spina (puro romance medieval)

Capítulo 14

Torre de la rosa

Oculta tras el hermoso jardín, en una torre aparentemente abandonada entre la maleza, se encontraba Asia, rodeada de ladrillos desgastados y ventanas enmarcadas por vidrieras rotas, en la oscuridad una escalera en espiral conduce hacia arriba, donde se encuentra la habitación, ella estaba resguardada de las miradas curiosas, sus pies todavía lastimados le impedían caminar con normalidad. Han transcurrido dos días desde aquel incidente, aún está inconsciente y sus heridas son demasiado frescas.

Hernán pasó tiempo pensando que su amada había perdido la vida, el dolor era tan insoportable que se rehusaba a alimentarse, a beber e incluso a encontrar motivos para seguir adelante. Los días en aquella celda eran el castigo menos importante, pues sentía un pesar aún mayor.

—¡Asia, Asia! —la voz de Gisel sonaba ansiosa e impaciente sacudiendo los hombros de su amiga para despertarla, abrió los ojos lentamente y se frotó la frente con el dorso de la mano, intentando despejar su mente aún somnolienta.

—¿Qué está pasando? —preguntó Asia con voz ronca y confundida intentando sentarse en la cama.

—Estás en el palacio —aclaró con una sonrisa tensa y acercándose para abrazarla—. Llevas dos días aquí durmiendo, y ahora eres una concubina del rey.

—¿Qué? —exclamó sorprendida e incrédula —No puede ser, yo no he hecho nada para merecer esto.

—El rey te ha elegido personalmente —explicó—. Ahora le perteneces a él, como yo y las demás. Somos sus concubinas.

—¡Estás loca! —gritó apartándose de su amiga con brusquedad— ¿Cómo puedes estar feliz con esto?, ¿no ves que es una forma de esclavitud?

—Hubieras muerto de no ser por eso —prosiguió con paciencia—. El rey nos da protección y una vida mejor de la que teníamos antes. Es una oportunidad que no podemos desperdiciar.
Asia se quedó mirando a su amiga con tristeza y furia, sabiendo que su vida nunca volvería a ser la misma:

—¿Dónde está Hernán? —preguntó con preocupación.

—Lleva dos días encerrado. No he logrado ayudarle a salir —respondió Gisel con los ojos empañados— No ha querido ni beber agua, cree que le digo que estas viva solo para que acceda a tomar algo o comer.

EI intentó levantarse de la cama con determinación, tratando de ir hacia el amor que estaba en peligro, pero su esfuerzo se vio frustrado por la debilidad en sus piernas, y terminó cayendo, dándose un fuerte golpe en las rodillas, el dolor hizo que las lágrimas afloraran con frustración.

—¡Asia, estás loca!, todavía no puedes caminar —dijo intentando ayudarla a levantarse.

El rey, al escuchar el alboroto, entró apresuradamente en la habitación, su mirada se posó en Asia, aún debilitada y en el suelo, mostrando una preocupación genuina.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Es la chica, Majestad. Aún no puede caminar —respondió Gisel, inclinándose en una reverencia respetuosa. El miedo a ser reprendida por hablar sin permiso en la presencia del rey se reflejaba entrecortada.
Sin decir una palabra, Francisco se acercó a ella con cuidado y la ayudó a recostarse en la cama, tratándola con una delicadeza inesperada, parecía un padre preocupado por su hija enferma:

—Majestad, tenemos que sacar a Hernán de prisión. Necesita ayuda —suplicó Asia

—Él no saldrá de allí hasta que yo lo necesite —respondió fríamente antes de retirarse, pero al llegar a la puerta se quedó unos instantes de pie mirando a Asia fijamente—. Tienes que recuperarte y seguir las órdenes de tu rey —Cerró la puerta con un derramamiento de pesadez y silencio, Gisel reaccionó y fue tras él.

Los días de recuperación se convirtieron en una completa tortura, cada instante era una lucha contra el dolor y las secuelas de sus heridas, su cuerpo se sentía débil y entorpecido, dejando ver lo vulnerable que se había vuelto.

Hernán, por otro lado aunque se animó a probar algo de comida y beber agua, lo hacía en pequeñas porciones, su rostro estaba pálido y desencajado, su cuerpo ya tenia signos evidentes de enfermedad, cuando Gisel lo visitaba, se preocupaba demasiado, no podía soportar verlo en ese estado.

La negativa constante de Asia a acostarse con el Rey solo intensificaba la tensión, Francisco frustrado comenzaba a perder la paciencia, le preguntaba a Gisel confundido por la actitud de la extraña joven, sobre cómo había arriesgado su reputación por salvar la vida de la chica y sin embargo ella no cedía. Pasaban las semanas y la joven comenzaba a recuperar su movilidad, sus heridas sanaban con rapidez y su cuerpo se sentía más fuerte cada día, pero el Rey no podía ocultar su ansiedad, se había vuelto impaciente, esperando el momento en que finalmente pudiera reclamar a Asia como suya.

—Bien, ¿cómo te encuentras? —preguntó el monarca mientras Asia se recostaba en la cabecera de la cama, sus pies envueltos en vendas blancas protegían las heridas restantes.

—Estoy mejor, gracias a usted, Majestad —respondió, cuidando de no mover demasiado sus pies vendados.

—¿Cuando comenzarás tus tareas pendientes con el Rey? —preguntó el Rey con severidad, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Su Majestad...yo... estoy...

—¡Basta! —interrumpió con mirada tensa— Hablaremos de esto más adelante —dijo sacando la bolsa de monedas que tenía la carta que Hernán le había enviado hacía tiempo para encontrarse ene le jardín

—¿Eso es...? ¿Cómo es que usted?
El Rey se acercó a la puerta y la cerró bruscamente, mirándola imperiosamente.

—Cierren esta puerta y no permitan que nadie entre ni salga de esta habitación! —ordenó al guardia que estaba fuera.

La desesperación comenzó a apoderarse de ella cuando se dio cuenta de que estaba atrapada, corrió hacia la puerta, golpeándola con fuerza:

—¡No! ¡Déjenme salir de aquí, por favor, déjenme salir!
Golpeaba la puerta con desesperación, sus manos temblaban y las vendas de los pies tenían un leve sangrado, había lastimado sus heridas. Se sentía atrapada, sin poder expresar sus sentimientos ni tomar sus propias decisiones.




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