Demencia
La salud del rey se desplomó de forma alarmante, su condición se deterioraba con inquietante rapidez, el médico real fue el portador de malas nuevas:
-Nuestro rey padece de demencia -dijo causando que Asia escuchase con negación-. Ya no está en condiciones de gobernar, la progresión de esta enfermedad le impedirá desempeñar sus funciones regias.
-¿Estás insinuando que he perdido la cordura? -exclamó el rey con ira.
-Lo lamento, Majestad -respondió el médico, con una profunda tristeza.
-¡Desaparece de mi vista! -ordenó con un gesto imperioso de la mano.
En ese preciso instante, la reina ingresó al aposento, apartando con brusquedad a la joven presente:
-Adeline, nuestro matrimonio se debe consumar -dijo el monarca mirando a Asia-. Rehúso dejar este mundo sin consagrar mi amor bajo la vista de Dios
-Su Majestad, usted ya está en matrimonio con la reina - intervino Asia.
-¡Hazte a un lado! -espetó Victoria con dureza, apartando a Asia con un movimiento cortante.
-¿Cómo te sientes, mi amado? -preguntó la reina, con un tono endulzado camuflando una intención oculta.
-¡Aléjate! ¿Quién eres tú? ¡Guardias! -gritó el rey desorientación.
-Padre, he regresado -anunció Jacobo contra el alboroto de la reina, cuyas exigencias eran ver al rey. Con un temple inquebrantable, Jacobo desvió su atención de la mujer turbada, las pupilas de su padre se movían como una comunicación silenciosa entre padre e hijo, mientras tanto, la reina era escoltada devuelta a los calabozos.
-Vuestra Majestad -comenzó Asia con una voz que pretendía ser un bálsamo para el alterado príncipe.
-¿Por qué está presente esta mujer del pueblo, padre? - cuestionó Jacobo, esforzándose por camuflar el cariño que tenía hacia la dama.
-¿Acaso desconoces? Es tu progenitora -replicó el rey.
-¿Qué palabras son esas, padre?. Imposible que ella sea mi madre -exclamó Jacobo, con exasperación.
-Jacobo, tu padre padece una grave demencia - murmuró Asia
-¿Demencia? -el príncipe casi deja escapar unas lágrimas
-Podemos ayudarlo para que...
-¡Silencio! -estalló Jacobo, deposité mi confianza en ti, y ahora pretendes empañar el honor de la corona -su voz era una tormenta de reproches.
-No es así, Jacobo, por favor escucha -dijo Asia buscando cualquier atisbo de conexión con el príncipe, pero las palabras venenosas de la reina le había comido la mente, llenándolo de menosprecio hacia Asia.
-Esta noche, puedes quedarte bajo el techo del Palacio, pero al amanecer, te pido que te marches. No toleraré más perturbaciones en la serenidad de nuestra casa.
Durante la noche Gisel se escabulló por el castillo, Turner estaba dormido en la habitación junto a la reina como solía hacer, fiel a su costumbre durante tales visitas, no habían guardias montando vigilia, una práctica habitual abandonada en estas noches para garantizarles privacidad, en una emboscada Gisel cortó el cuello de su madre sin tener ni una pizca de remordimiento, para cuando Turner intento intervenir ya era demasiado tarde
-¡Estás loca!
-¿No era lo que queríamos?
-Yo quería ser rey, ahora has desecho toda mi oportunidad
-¿Turner, pero acaso no me amabas?
-¿Amarte?
-Turner estoy embarazada -confesó sollozando
-Ese bebé no es mío, además -continuaba vistiéndose- la sangre la limpias tu sola -concluyó antes de huir como cobarde, ella por su parte se volvió a escabullir hacia su habitación.
El albor trajo consigo un vértigo de caos al evacuar el cadáver de la reina sellado en su lecho mortuorio, Gisel con un pánico evidente comía sus uñas con nerviosismo, viendo la impasibilidad de Jacobo, cuyo rostro no delataba emoción alguna, incluso al ser informado del suceso, el Rey permanecía curiosamente inalterado, la gravedad de la noticia no parecía haber afectado a nadie.
En la cocina:
-Asia, fui yo -declaró Gisel recostándose sobre la mesa dejando caer algunos cubiertos
-¿Gisel, que has hecho?
-Abraham me prometió que haríamos juntos, fue una imbécil sólo quería acostarse conmigo y tenernos a las dos, tanto a mí como a ella.
-Siempre te advertí que Turner no era de fiar
-Lo peor de todo es que Jacobo sabe que fui yo, no sé cómo mirarlo a la cara
-Anda ven -dijo acercándose y abrasándola para calmar su llanto
-¡Gisel! -llamó el príncipe viendo hacia las dos chicas
-¡Déjanos solos! -le indicó con indiferencia a Asia
El vínculo fraternal era de tal pureza que ni la influencia tóxica de su madre, una mujer de conciencia vacilante y espíritu gélido, logró socavar.
A la mañana siguiente, fue despertada por una sirvienta que anunció con impaciencia:
-¡Despierte, su majestad, hoy es el día de su boda!
Al abrir los ojos, se encontró con el rey, quien le ofreció un ramo de flores y le expresó con una sonrisa: -Buenos días, reina de mi amor.
-Buen día, su majestad -respondió confundida.
-En este significativo día de nuestro enlace, te ruego que honres al anciano que pronto dejará este mundo.
-No diga esas cosas
-La espero en el altar
Observó la expresión de ilusión en el rostro del rey, tomó una breve pausa antes de responder:
-Tendremos una bonita boda.
-Tendremos una bonita boda, mi querida Adeline
Engalanada con el atuendo nupcial, Asia resplandecía en un vestido de blanco inmaculado, cuello y mangas bordados que capturaban la luz cubriendo sus sienes y una diadema de oro y piedras preciosas se entrelazaba con su cabello. Avanzó con seguridad hacia el altar, con la mirada fija en el monarca que la aguardaba con expectación. La asamblea de testigos era reducida pero significativa, compuesta únicamente por la guardia real y el inesperado Hernán, cuya llegada de última hora pasmó a los presentes. El silencioso intercambio de miradas entre Asia y él fue un diálogo privado de emociones no expresadas, y con la misma rapidez que irrumpió se disipó de la sala, su partida fue tan rápida como un suspiro contenido.
Culminada la unión, el rey se apoyó en su cetro, reflejando en su semblante el cansancio, parecía que consumiera la última reserva de su fortaleza, el médico de la corte, tras un breve examen, dictaminó reposo absoluto, las recomendaciones fueron dirigidas a Asia con respeto cargadas del peso de una nueva responsabilidad.
Editado: 17.07.2024