Capítulo 18

El rey ha muerto

El príncipe, acompañado por su consorte, la reina entrante, acudió presto para ostentar las riendas del reino, ya Francisco era incapaz de gobernar. El anciano rey se había reducido a estar postrado en una cama, envuelto en matas suntuosas y cubiertas de sudor, sus ojos estaban apagados y con grandes bolsas, porque a pesar de estar en la cama todo el día no se podía quedar dormido debido a su malestar generalizado, los sirvientes lo atendían constantemente para ayudarlo a sentirse mejor, Asia estaba pendiente de la salud del monarca con la ayuda de Jacobo, Gisel y Hernán se turnaban para cuidarlo

-Adeline, protege a nuestro hijo, ayúdalo a ser un buen rey y a guiar nuestro reino. Prométeme que lo harás -ruega Francisco, dirigiendo una mirada suplicante hacia Asia.

-Te lo prometo -responde tomando su mano con ternura.
-Moriré feliz sabiendo que fui un buen rey.

-No digas eso, Majestad. No permitiré que mueras -dijo Asia resistiendo las lágrimas que ansiosas buscaban escapar.

-La muerte se acerca, ella me está reclamando, espero que no sea un espectro negro el que me espera del otro lado para acompañarme, como leí una vez en un libro -expresa Francisco, con un dejo de miedo en sus ojos cansados.

-Seguro que no -responde Asia con voz entrecortada, mientras las lágrimas caen sin contención por sus mejillas.

El rey acepta su destino con resignación, y la muerte con un abrazo frío lo lleva lejos de su reino hacia un descanso eterno, dejando atrás un vacío que realza la imponente inmensidad del castillo.

El ruido habitual se apagó gradualmente a medida que la noticia se propagaba, los pobladores se reunieron en la plaza central, el silencio solo era interrumpido por el sollozo de algunas mujeres y los murmullos consternados de los hombres, las campanas de la iglesia comenzaron a repicar y muchos se arrodillaron en oración, pidiendo por el alma de su rey justo. En la noche las casitas encendieron velas que adornaron todas las ventanas iluminando el viaje del monarca.

Han pasado varias semanas y el príncipe Jacobo, hombro con hombro junto a su esposa, la reina consorte por derecho, se vestía con la urdimbre de liderazgo para gobernar.
En una lejana provincia, Gisel leal vasalla era agasajada con dominios en señal de gratitud por su inquebrantable fidelidad al monarca difunto. El matrimonio con Turner selló su fortuna días más tarde, el joven fue sacado de prisión a petición del su ciego amor.
En el castillo ya empezaban a cambiar las cosas y también algunas personas:

- ¡Traed a la chica! -ordenó Jacobo.

-¿Qué sucede, Majestad? -preguntó Asia, visiblemente consternada por la repentina convocatoria.

-Te quedarás a vivir en el castillo, hasta que yo lo vea conveniente. Este será tu castigo por entrometerte en asuntos de la familia real -declaró Jacobo con rostro severo.

-Jacobo, por favor -rogó pero fue interrumpida abruptamente.

-Ahora soy tu rey, trátame como tal -exigía Jacobo, con una mirada desafiante.
Gisel, hermana del futuro rey se interpuso valientemente a esta decisión, fue en busca de su hermano para hacerlo razonar.

-Jacobo, ¿qué estás haciendo con Asia?, ella siempre estuvo al lado de tu padre, tratándolo con amor y respeto.

Estás siendo injusto. Sin importar sus palabras el príncipe no cedió, quería mantener a Asia en el castillo sin importar que.

Mese después un hermoso bebé nació, Gisel había logrado tener una familia, la familia que siempre deseó, a pesar que su esposo no le permitiera ver a su padre podía tener a este bebé entre sus manos, hasta que Turner llegó ebrio a ver por primera vez el rostro de su hijo

-Debería morir, es sólo otro estorbo, como tú.

-Turner ven a saludar a tu hijo, deja de ser así

-Yo no tengo hijo, si me amas lo matarías por mí.

-¿Qué dices?, es tu hijo

-¡Yo no tengo hijos! -demuestra que me amas, demuéstramelo aunque sea una vez, podemos ser felices, pero desde que venía esa pequeña desgracia a este mundo estoy con otras mujeres porque esa cosa me apartó de ti, me alejó, es el culpable de que todo esto esté sucediendo, ¿qué esperas?, hazlo, demuéstrame cuanto te importo

-¿Qué dices?, yo te amo

-Vamos demuéstramelo

-¿Estás borracho?, -le preguntó mirándolo de arriba abajo.

-¿Vamos que esperas?

-Pero es nuestro hijo

Gisel en un arrebato tomó una almohada y afixió al pequeño hasta que dejó de respirar, Turner se regocijaba viendo como el niño no mostraba señales de vida, se acercó y besó a Gisel con pasión pero ella comenzaba a sentir remordimiento y pesar.

A la mañana siguiente Gisel había bebido veneno, su boca salpicada en sangre, sosteniendo entre sus piernas a aquel pequeño cadáver al cual le dio y le quitó la vida.

Profundamente entristecido, el príncipe se enfrentó a la dolorosa noticia de la muerte de su hermana. La sospecha de que Turner, fuera el responsable de esta tragedia lo atormentaba, sin embargo, las leyes impedían tomar represalias severas contra él debido a su estatus social, lo cual dejaba al príncipe impotente para buscar justicia.

Asia se cobijaba en la fortaleza de Hernán, buscando en su abrazo un santuario para su alma atribulada. En ese contacto, encontraba un fugaz alivio a su aflicción. Hernán, a su vez, asaltado por la imagen indeleble de su amiga a quien había resguardado desde que eran pequeños.

Alfonse, antiguo confidente de la corona y consejero más fiel del monarca ya fallecido, vio desmoronarse su mundo cuando se reveló su traición, un complot urdido con el enemigo para desestabilizar el reino. Arrastrado ante la justicia, sus súplicas de clemencia llegaron a Jacobo, ejerciendo una misericordia insólita, optó por perdonarle la vida, no obstante, lo condenó al exilio, despojándolo de riquezas, poder e incluso del preciado honor que una vez ostentara con orgullo. En su caída, Alfonse no solo perdió su estatus, sino también la estima que el reino le había conferido.