Sprites Luces Desconocidas

2 El extraño de la capa

En la actualidad.

BEEP, BEEP. La alarma del celular sonó por la mañana, después se repitió con insistencia con el mismo tono chillón de todos los días, que por más que quiso despertar a la chica que debía asistir a clases, no logró hacerlo y ella siguió plácidamente tumbada sobre su cama.

―¡Hay no, no, por favor! ―dijo Anne cuando una delgada línea de sol le molestó los ojos, la única que se coló desde su ventana hasta sus profundos sueños―. ¡No de nuevo!  

Saltó de un brinco de la cama y corrió hacia la ducha, luego se vistió con el mejor conjunto que su incierto closet le presentó a primera vista: unos jeans desgastados y un magullado suéter gris le fueron suficientes para al menos no ir desnuda a clases. ¿Cómo era posible que volviera a suceder? Los últimos días por más que intentaba despertar a tiempo, nunca escuchaba ninguna de sus alarmas, incluso había intentado beber varias tazas de café para mantenerse despierta, pero de alguna forma era peor, estaba tan cansada que se perdía por completo, y al despertar tenía tanta sed como si hubiese corrido un maratón entero.

Tenía menos de diez minutos para salir de casa y llegar a la escuela, así que corrió rumbo a la puerta con tanta prisa que casi le pareció que no tocaba el suelo, y por poco empujó a Ariadne que entraba por la puerta.

―¿Estás bien? ―le preguntó Ariadne al verla impaciente y con el pelo desarreglado―. ¿Otra vez tarde?

―Sí…

―¿Te sigue costando despertar a tiempo?

―Sí, bueno, aunque últimamente creo que… Humm tengo sueños extraños, diría que pesadillas… ―explicó, aunque no entendió por qué se había detenido a charlar cuando el reloj no dejaba de correr.

―¿Qué clase de pesadillas? ―preguntó ansiosa―. Si algo pasa puedes decirme.

―No es nada, descuida, ni siquiera recuerdo sobre qué son, solo tengo la sensación de que se repiten, pero no tengo nada claro. ―Miró la hora en celular y emprendió su huida―. ¡Es tardísimo debo irme!

―Ten cuidado ―le aconsejó Ariadne sin apartar su desconcertada mirada de su hermana, la cual había desaparecido en un instante.

 «¿Qué clase de sueños tienes, acaso tú…? ¡No, es imposible, fui muy cuidadosa! Debo averiguar qué sucede y pronto», pensó Ariadne, y mientras cerraba la puerta se divisó las palmas de las manos como si buscara la respuesta entre sus reservadas venas.

Ariadne era parecida a Anne, de tez clara y el pelo castaño e incluso su estatura era casi la misma, apenas un poco más alta. Compartían muchos rasgos, excepto el pequeño detalle del color de los ojos, los de Anne eran marrones, mientras que los de ella eran azules, una herencia de la abuela según argumentaba. Cada día se cruzaban en la puerta o se encontraban en la sala, les era suficiente con platicar unos minutos y ocuparse de sus asuntos en su propio espacio.

Ariadne tenía un empleo nocturno en una tienda, mientras cuidaba de su hermana menor, la única familia que le quedaba. Era algunos años mayor que ella, pero muchas veces su forma de hablar la hacían parecer como alguien más madura, a pesar de que su apariencia sufría insignificantes cambios con el pasar del tiempo.

 

Anne salió del pequeño departamento ubicado en la calle Aureles 417 y como era costumbre los inoportunos ladridos de Boris, el chihuahua de sus vecinos, repicaron por todo el corredor. Sin tomarle importancia corrió hacia el cruce de peatones, como cada mañana el dulce aroma del café recién hecho y los pastelillos de chocolate y vainilla se colaron desde el aparador, al pasar frente a la cafetería de la señora Puffer. Pero en cuanto llegó a la esquina tuvo que dejar atrás aquel cautivador olor, envuelta por los suavizantes y el revoltoso ruido de las viejas máquinas de la lavandería del señor Hope.

El semáforo se acababa de poner en rojo cuando llegó corriendo a resoplidos junto a un grupo de personas que esperaban cruzar. La calle tenía una combinación grisácea y colorida entre el resuello de los automóviles y la multitud que se agolpaba como cada día ajetreado.

Todo le pareció normal esa mañana de martes, todo en su propia simpleza, según creyó, hasta que su mirada se cruzó con una extraña figura parada al otro extremo de la calle, en medio del grupo de personas que esperaban cruzar en sentido contrario.

Aquella silueta enseguida llamó su atención porque usaba una larga capa negra cuya capucha cubría su rostro, lo que la hacía sobresaliente del resto. Le pareció una figura inmóvil que había clavado la mirada hacia el otro extremo, de no ser porque los separaba ese cúmulo de autos, habría jurado que la observaba solo a ella.

Cuando el semáforo se iluminó por un símbolo verde que avanzaba con un pequeño tintineo de cuenta regresiva, los transeúntes se deslizaron desde ambos extremos, al igual que Anne que avanzó lo más rápido que pudo, pero no así la figura de la capa, con la que no se encontró en ningún momento.

«Eso fue extraño», pensó.

Sin embargo, no podía ocupar su valioso tiempo en idear teorías vacías, así que lo olvidó y se echó a correr con la mochila al hombro por un par de calles cuesta arriba, creyendo en lo afortunada que era por vivir tan cerca de la escuela y lo irónico que suponía llegar tarde.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.