Un segundo pellizco pinchó la mano de Anne, por si el primero no había sido suficiente para aceptar que el origen de su familia se encontraba en la magia, en un mundo oculto tras la pared.
Intentó salir de la habitación, con suerte alcanzaría a Ariadne y se escabulliría de alguna forma hacia Merilo, pero el par de guardias que custodiaban su puerta no se lo permitieron. El regente volvió un par de horas más tarde, trayendo consigo una charola con un plato con fideos de arroz, unas rebanadas de fruta y una copa con jugo. La saludó al mismo tiempo que le pidió disculpas por la tardanza.
Con todo lo que había ocurrido se había olvidado de comer, pero al tomar el primer sorbo (ante la insistencia del regente) de aquella sopa que estaba un poco salada, su estómago le reclamó con fiereza y en poco tiempo devoró lo que le pareció la mejor sopa de fideos del mundo.
Sir Arion esperó con paciencia y no le hizo ninguna pregunta sobre aquello de lo que Anne no debía hablar. Después le pidió que lo acompañara, así que descendieron por las escaleras hasta la salida de la torre, Anne contempló al fin en todo su esplendor el sitio que se convertiría en su nuevo hogar.
Torres de diferentes tamaños y grandes edificios rodeados por una gran muralla formaban un enorme cuadrángulo central.
―Arion, ¿Sir, Sir Arion? ―preguntó al ver que la tarde caía tras la muralla―. ¿Por cuánto tiempo estuve dormida?
―¡Oh, querida! Fue casi todo el día… Ariadne llegó desde temprano, pero te vio profundamente dormida y prefirió esperar.
―¿Dónde están todos?
El sitio le pareció solitario, mientras avanzaban por el centro en un gran prado al aire libre custodiados por un colosal árbol de durazno.
―Seguramente en sus emblemas, a donde nos dirigimos, te mostrare el tuyo.
―¿Emblema?…
Llegaron a lo que parecía un jardín entre arbustos y flores, escoltados por lámparas semejantes a las del túnel solo que con la base más ancha; junto a este, un edificio de piedra que se dividía en tres partes. Tal era su vastedad que cuando llegaba la noche las luces que emanaban de sus ventanas podían vislumbrarse desde el otro extremo del instituto, como momentáneos pestañeos en medio de la opacidad.
―La torre de la derecha pertenece a Versa y la de la izquierda a Fairo ―le indicó señalando los torreones cuadrados, por último señaló el del centro, de corte circular―. Ese es el comedor. ―Apresuró el paso rumbo a Fairo.
―¿Es alguna clase de división? ―indagó, asombrada por aquel lugar que parecía tomado de las páginas de un libro medieval―. ¿Acaso esto es el emblema?
―Perteneces a Fairo, ese será tu emblema de ahora en adelante… Una unión que hermana a los aprendices y fortalece Klenova. ―Sonrió―. Estoy seguro de serás un miembro honorable de Fairo, enorgullece y permanece fiel a tu insignia.
Llegaron a la entrada de la Torre Fairo, en cuyo frente colgaba un gran confalón de color granate terminado en dos puntas con varias serpentinas y en el centro, bordado con hilo dorado, la insignia del emblema: el Faron, una criatura con cabeza y alas de águila con patas de león.
Dos estatuas de dos metros de alto del faron custodiaban la puerta, parecían inamovibles cuando Anne se acercó para observar los ojos sin vida de una de ellas, cuando de repente la insignia movió ligeramente la cabeza y sacudió sus alas haciendo que se sobresaltara.
―Nada mejor que un faron para proteger un fairo ―dijo Sir Arion guiñando el ojo, mientras subían los escalones revestidos en nogal.
Se encontraron con algunos aprendices que al ver al regente le saludaron como era costumbre con una pequeña reverencia, y volviéndose a sus asuntos, conversaban y se encaminaban a las salas de estudio del piso inferior y otros hacia las terrazas, antes de que el toque de queda los sorprendiera. Algunas miradas se postraron sobre el suéter con la frase “Sweet and Savage” de la persona que acompañaba a Sir Arion. Todos usaban el mismo atuendo, pero algo sobresalía sobre sus cuellos, un broche para cerrar la capa, compuesto de dos círculos dorados con la imagen del faron en cada uno.
Anne quiso corroborar si la insignia del regente era la misma, pero su broche era diferente: un círculo dorado surcado por una espada de plata.
―El escudo de Klenova, propio de regentes y mentores ―explicó el regente al advertir la duda en su rostro.
Cruzaron por el vestíbulo, donde la chimenea calentaba a fuego lento los rostros de un grupo de niños, que leían sobre pequeños cojines rojizos tendidos sobre el suelo amaderado, hasta subir por el segundo tramo de la escalera. Una serie de lámparas cúbicas que alternaban entre colores amarillos y rojizos iluminaban el trayecto.
―La señorita Baldemort será tu compañera de dormitorio ―dijo Sir Arion al llegar al cuarto piso―. Compaginaran ya que ambas comparten la misma edad. Ella mencionó que nos esperaría aquí…
Y mientras aun hablaba una chica apareció por el pasillo, bajo los banderines granate que adornaban el techo oscuro, apresuró el paso cuando los vio.
―Me llamo Cassidy Baldemort ―exclamó con voz afable la chica de pelo rizado azabache, sus ojos ligeramente cetrinos se postraban debajo de su frente en forma de M―. Es un placer conocerle. ―Se acercó a su mejilla para darle un tenue y sorpresivo beso, y después extendió su mano―. ¿Así es como se saludan en su mundo, cierto?
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Editado: 10.10.2023