Sprites Luces Desconocidas

6. Primer encuentro

Anne se dirigió al comedor, después de esas difusas imágenes en su cabeza no había logrado conciliar el sueño nuevamente; así que por fin, se había levantado a tiempo, incluso antes que su compañera. Había corrido hacia la ventana para descubrir las pinceladas rosáceas y amarillosas del crepúsculo que le concedieron al fin un poco de paz, pero también nubarrones de intriga.

Cassidy le había dicho que se encargaría de encaminarla en su primer día, por lo que la había esperado con paciencia, mientras observaba el señor Pringles montado sobre el baúl de su cuidadora, ¿Cómo era posible que no se elevara en ese momento? ¿Es que acaso la pesadez de la mañana lo arrastraba hacia abajo? Esa era otra de las extrañezas que tendría que resolver, si es que le quedaba tiempo con los eventos que aguardaban en el horizonte.

El gran comedor estaba abierto, dispuesto para el desayuno de los ajetreados aprendices que atiborraban las mesas entre murmullos y el repiqueo de sus cubiertos platinados.

El Gran Bobaab, ubicado en la esquina, lucía como cada día los mejores matices entre sus ramas, cobrizos y amarillos vivaces lo vestían esa mañana. Su follaje, esparcido por todo el techo, se sacudía con la tranquilidad que nacía del piano a su lado, que hechizado por el regente armonizaba cada banquete con una sinfonía diferente.

Frutas de las más representativas de las provincias de Avadaya galardonaban la mesa; jarras con jugo, leche, café y canela; panes, omelets, sopas, guarniciones, se degustaban en diferentes platos sobre las mesas, aquellos menos favorecidos cedían el paso a los elegidos.

En el centro de la mesa un termógrafo, en cuyo interior había una pequeña bolita de luz amarilla, anunciaba que la mañana se alzaba con un candor exquisito, como el omelet con guarniciones que Anne había optado por probar. Había también un florero de cristal con un par de rosas en cada extremo, una de color rojo y otra azul.

            ―Un pobre intento para que fairos y versas convivan en armonía ―dijo Cassidy señalando las rosas―. ¿Cómo si en algún momento pudiéramos llevarnos bien con esos engreídos?

Su comentario no pasó desatendido por un par de versas, que para su mala suerte no habían encontrado sitio en otra mesa y terminaron sentándose entre fairos, por lo que molestos se pusieron de pie y abandonaron la mesa vulnerados en número.

            ―¿Tan malos son? ―murmuró Anne.

            ―Sí, lo son, ya te darás cuenta ―respondió Cassidy, mientras saboreaba un pedazo de pan con mantequilla, y atendiendo la duda de su compañera explicó―, es que se creen mejores que nosotros, siempre han sido así, nos lo restriegan en la cara cada que pueden, además de que nos tachan de… ―optó por no decir más, era preferible que Anne no supiera de eso por ahora.

Hasta ese momento, Anne había pasado por alto al otro emblema, ni siquiera regresaba la mirada ante los demás, escondiéndose de ellos, ocultando que otra vez era la chica nueva del colegio, pero para su fortuna los otros aprendices desconocían su origen. Así que para ella la mañana iba de maravilla, pasándola inadvertida sin tener que responder a preguntas tortuosas, incluso ante algunos aprendices que saludaban de vez en cuando a su compañera de dormitorio.

Por lo que con libertad fijó su mirada en uno de los tres estandartes que colgaban de la pared norte: el primero de Fairo; el segundo de color oliva tenía la insignia de Klenova y el tercero, de color azul marino se encontraba la Versila: una criatura semejante a una serpiente con cuernos como de dragón y escamas plateadas como sus serpentinas. Entre los broches de los aprendices de Versa, se adhería a su cuello la versila de extremo a extremo, para cerrar sus capas con fiereza como correspondía.

 

«¿Cómo voy a saber cuál es? », se preguntó Anne, mientras buscaba su sala de clases. Si al menos le hubiera pedido a Cassidy que se la mostrara, pero ella recordando que tenía clase de adiestramiento a la que no podía llegar tarde, había salido corriendo.

Observó la carta que el regente le había enviado, como si ahí pudiera encontrar una pista a cual de aquella decena de aulas debía dirigirse o al menos a que piso. Pero en ella había un corto mensaje que decía:  

Querida niña.

Espero que tu primer día en Klenova te parezca maravilloso, te ruego me disculpes por no acompañarte, pero mi presencia ha sido demandada en otro sitio, demasiado lejano por desgracia, pero no tienes que preocuparte, tus mentores han sido avisados de tu reciente ingreso.

Te deseo el mejor inicio de clases.

Se despide de ti AB.

PS. A continuación encontrarás el listado de tus mentores, todos ellos excelentes en su metodología.

El primer nombre de la lista se refería a Marco Castorini seguido de la leyenda Biomágicos Coflorados y Sinflorados. Sobre las puertas no había ningún letrero que le indicara dónde era su clase, solo aldabas con forma de mano.

Los demás aprendices pasaban a su lado, presurosos y concentrados en sus propios asuntos. Sabía que preguntarles era igual a revelarles que era nueva en ese lugar y no quería dar paso a especulaciones demasiado temprano. Al ver que el ajetreo del pasillo se apaciguaba tuvo que darse prisa en su búsqueda. Se acercó a un par de aprendices, que al parecer discutían sobre el nombre correcto de una criatura, y prefirió no interrumpirlos. Quiso preguntarle a otra aprendiz que venía de frente, pero la versila en su capa la hizo dudar.




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