“Le dije que no hay ninguna aprendiz llamada Ilda…Solo dos magos han descrito haber visto a la criatura, Artemus Lombardi y Zacarto Mentilochi, si tanta fascinación le causó consulte sus libros, pero desde ahora le advierto que no figura información alguna sobre el uso de la pluma, y si es que alguno logró conseguir una de ellas es un secreto que se llevaron a la tumba”, explicó Gastón cuando Anne, al terminar su clase, lo había bombardeado con infinidad de preguntas.
―¿Pero qué sucedería si alguien consiguiera una pluma? ¿Cómo funcionaría? ¿Cree que de verdad podría revelar el futuro?
―¿Conoce el término Impetu Poderate? ―aclaró el mentor, mientras recogía los libros que los aprendices habían dejado sobre sus pupitres―. Es una clasificación que se otorga a seres de índole casi desconocida, aquellos que por su complejidad causan tan grande fascinación, y son pocos los que se aventuran a desenmarañar sus misterios. La Yuilsife es precisamente un ejemplo de un Impetu Poderate. Existen muchas historias de la criatura y sus plumas, pero debo confesar que todas han sido descartadas. Los mitos en torno a ella solo sirven para alentar las prácticas de los jóvenes aprendices que con emoción tratan de encontrarla, aunque debo aclarar que la zona donde suelo llevarlos no es la misma donde Lombardi & Mentilochi exploraban, ya que siempre lo mantuvieron en mutuo secreto. Se trata más bien de un ejercicio sobre trabajar en equipo, aunque al parecer usted no pudo comprenderlo.
―Pero yo vi a… ¿Quién era Ilda entonces?
―Probablemente solo su imaginación cuando se creyó perdida. Por cierto, ya que visitara la biblioteca redacte el ensayo que previamente sus compañeros me entregaron: 9 páginas, ni una menos, 1001 palabras, ni una más. Y señorita Gagnon… ―dijo mirándola de reojo en tanto acomodaba con facilidad los libros sobre el librero colgante de la sala―, si tanto le apasiona conocer su futuro, empiece por forjar uno.
Salió a prisa del edificio de salas y cruzó la Calzada de los Valterios, bordeó el Gran Durazno que parecía estático, hasta toparse de frente con el edificio de columnas blancas.
La Biblioteca de Hubotripes presumía de tres pisos a simple vista, pero ocultaba varias salas y pisos inferiores, conocidos en su totalidad solo por su diseñador. Una gran estatua de bronce con el cuerpo de una mujer ataviada con una túnica y el rostro parecido a un búho, con la piel impresa de letras antiguas, daba la bienvenida a los visitantes. A sus pies descalzos se leía “Hubotripes, joven dama de letras libres”.
Había un par de jóvenes que aguardaban detrás de los mostradores de la entrada, uno de cada lado con grandes libreros a sus espaldas, haciendo anotaciones y resolviendo las dudas de los aprendices que se acercaban a ellos.
Los jovenzuelos, pertenecientes al pueblo Suni, o lo que quedaba de ellos, eran una raza pacífica, de las pocas a las que no se les había perdido el rastro después de la guerra. Los suni no eran controladores de magia, su cuerpo era ligeramente más alargado que el de los magos, su pelo que nunca debía cortarse, se trenzaba sobre su cabeza como si fuese un turbante. Además, en sus brazos y cuello portaban cincuenta anillos de acero que perforaban su piel descubierta, como un símbolo para no olvidar los años que habían sufrido esclavitud y tras de los cuales habían sido liberados.
Los suni vivían en Klenova, ayudando en las labores a los que elegían encomendarse. Contrario a lo que pudiera creerse no estaban al servicio del Consejo, sino que sus labores eran en agradecimiento por la ayuda recibida de los magos. Lo que muchos desconocían era que los verdaderos propietarios del castillo eran ellos. En compensación por los horrores cometidos contra ellos en el pasado, el Gran Consejo había otorgado estas tierras al remanente del pueblo, pero los antiguos líderes suni habían convenido en ofrecer el castillo para las prácticas de los magos, en tanto sus descendientes pudieran convivir en paz.
Anne se acercó y preguntó sobre la ubicación de los libros que buscaba. La joven suni que tenía una florecilla blanca en su trenza la miró de reojo sin cuestionar nada, su rostro denotaba tranquilidad y con un movimiento ligero tomó un goglilla, una esfera transparente del tamaño de una canica, que el bibliotecario había hechizado. Escribió con una pluma del grosor de una aguja el nombre del libro buscado en su superficie y la puso frente a Anne. La goglilla se tornó color amarillo para luego elevarse en el aire. La suni extendió uno de sus seis dedos señalándole que debía seguirla.
Trató de no perderla de vista, mientras flotaba por el pasillo central, para no confundirla con las de otros aprendices. A su costado pasaban las extensas filas con los libros conocidos y no conocidos de Avadaya. De frente un amplio ventanal se extendía desde el piso hasta el techo, y en medio una puertecilla llevaba al exterior, donde había un jardín con mesillas y sillones, y varios libreros dispuestos en torno al tronco de los árboles. Deseó que la esferilla se dirigiera rumbo a esa zona, pero esta se giró en la escalera hasta detenerse en un compendio de libros con el título “Descubriendo a la Yuilsife”.
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Editado: 10.10.2023