Sprites Luces Desconocidas

13. Tomima

¿Era aquella sensación un efecto retardado de lo que Henry le había gritado? No, era diferente, eran esas notas que habían tocado algo más, algo en su interior. Un recuerdo sellado con el tiempo, un dolor escondido entre sus sueños, un sentimiento ajeno encubierto por la música que no pudo descifrar, eso le dolió y continuó llorando, mientras avanzaba por aquel sendero de piedra y setos que la llevó a encontrarse con un puente de madera al que todos conocían como “Biloo”, bajo el cual corrían las aguas del río Jacama que recorría el instituto.

Anne se acercó a la orilla, el cauce daba de beber a los sauces y álamos que se apacentaban junto a sus aguas. El viento fresco sopló desde el oeste trayendo consigo una extraña forma que se movía en el margen del agua, aquello avanzó hacia ella, y se detuvo como si la contemplara esperando algo. De pronto, aquel bulto emergió del agua convertido en una estatua cristalina con forma de mujer. El ahoziri, un espíritu marino protector de los ríos se deslizó sobre el agua dando saltos y luego giros, salpicándole, limpiándole el rostro.

Entonces un ruido proveniente del puente la ahuyentó, haciendo que volviera a sumergirse, pero no solo a ella sino también a Anne que al reconocer la silueta de Araki junto a Kin, prefirió escabullirse bajo el puente antes que ser vista.

            ―¡Es inaceptable el compartimiento de tus aprendices! ―se quejó la mentora―. ¡Se suponía que velarían por la seguridad, pero en vez de eso se quedan dormidos! ¿Por qué no supervisaste que cumplieran con su deber? ¡De haberlo hecho no habría ocurrido ningún percance!

            ―Eran solo unos jarrones, los aprendices de nivel I juegan todo el tiempo, alguno debió romperlos y tiene miedo de admitirlo, fue un daño menor…

            ―¡¿Daño menor, eso te parece?! ―Una vena saltó en su entrecejo―. ¡Se trata del patrimonio de Klenova, patrimonio invaluable! ¡Es nuestro deber como advizores encargarnos de que se preserve! ¡Jamás hubiera imaginado que un grupo de versas haya descuidado de esa forma su deber! ―Resopló tratando de contenerse, pero no lo logró―. ¿Pero de qué otra forma sería? ¿Qué puedo esperar si tienen a un vago como tú de advizor?

Anne esperaba que Kin refutara aquellas palabras, pero no dijo nada.

            ―¡Te recuerdo que hiciste un juramento cuando aceptaste convertiré en el advizor de Versa: velar y salvaguardar, esa es tu obligación! ¿O es que acaso es otra de las cosas que el oporto te hizo olvidar?

Kin quiso justificarse, pero no pudo más que agachar el rostro, un semblante poco conocido se posó en él, uno sombrío, diferente al del hombre galante y divertido que solía regocijar sus clases.

            ―No falles también en eso ―refunfuñó Araki antes de marcharse.

El mentor golpeó con sus puños la barandilla del puente y luego con su bota siguió dando golpes, bufando de enojo, hasta que el azafranado del cielo le obligó a irse, permitiéndole a Anne salir de su escondite.

 

El amanecer esperaba impaciente su llamado otoñal, este sucedería a poco menos de una hora. Según Ku Nochipa era el momento perfecto para llevar a sus aprendices de paseo. La mentora aguardaba por ellos en el patio de las tres torres usando uno de sus peculiares sombreros. El de esa mañana era corto, aunque eso no lo exentaba de chispeantes colores y accesorios llamativos. Se decía que no había ocasión donde no hubiera usado uno de sus singulares sombreros, desde el día de su alumbramiento hasta al dormir.

Cuando el grupo estuvo completo, Nochipa los guio hacia la entrada principal del instituto, por donde creyeron que saldrían. En su caminata, una figura encapuchada pasó junto a ellos, adelantándolos con prisa, se trataba de Seokjin Bangstain, que abordó el carruaje que esperaba por él afuera.

            ―¡Prontitud, prontitud! ―indicó Nochipa al ver que sus adormilados aprendices avanzaban a paso lento. Aplaudió un par de veces señalando que debían dar la vuelta para bordear la muralla.

Muchos se quejaron, pero lo hicieron más al ver la enorme escalera que esperaba por ellos, la cual sobrepasaba el muro y llegaba al otro lado.

            ―Prontitud, prontitud ―repitió por cada uno de los 260 escalones que ascendían y lo mismo diría por cada escalón que bajaba.

La escalinata era estrecha, cada peldaño se volvía más empinado a medida que avanzaban hacia la cima. Anne había optado por subir de último lugar, no sabía si aquello había sido una buena idea. Estaba cansada, pero ya faltaba menos de la mitad de la primera parte. No quiso ver hacia abajo, no sufría de vértigo, pero tampoco quería confirmarlo.

Sugata, que iba frente a ella, se detuvo, no solía hablar mucho ni tampoco se le conocían amigos, sin embargo, siempre que realizaba algún hechizo le resultaba bien. Sus manos sudaban y sus piernas temblaban. Incapaz de continuar se recargó en la pared y la dejó pasar.

Anne, dudosa, subió un par de escalones cuando desde lo alto del muro resonaron los gritos y aplausos del resto de la clase que festejaban el haber llegado.

Ellos eran los últimos.

Anne siguió avanzando y pensó en que cuando estuviera arriba le diría a la mentora que regresara por él, y aunque una parte de ella deseaba continuar, otra no se lo permitió y volvió atrás.




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