Sprites Luces Desconocidas

14. Pufitas

Las salas de prácticas parecían estar llenas, cada que Anne había intentado entrar en alguna se cernían sobre ella  miradas incómodas y una que otra palabra hiriente de quien ofendido reprimía la osadía de ser interrumpido.

Castorini les había dicho que al final del mes debían presentar el avance del gersasol que les había conferido a cada uno, pero hasta ahora no había logrado que la raíz brotara ni un milímetro, por lo que necesitaba practicar con urgencia.

Entreabrió la última puerta del corredor con cuidado, no quería encontrarse con ningún gruñido o ceño fruncido, para su suerte el chirrido de la puerta ayudó, puesto que pareció más un sonido ausente que uno imprudente.

A primera vista le pareció que no había más que varios estantes con frascos y cajas de diferentes tamaños con etiquetas, con toda clase de semillas, sustancias y otros elementos que le eran desconocidos, pero que eran útiles para repasar los hechizos y mezclas que los mentores hacían en sus clases, con la condición de que todo se hiciera con precaución y en estricto control.

Su entrada pareció no alertar al joven apostado sobre el sillón sin respaldo, debido quizás a su prudencia, o a que las páginas amarillezcas del libro en su regazo eran demasiado atrapantes como para distraerse.

Dudó, pero quiso acercarse para avisarle que su presencia ahí no le supondría ninguna molestia, que la estancia era lo suficiente grande para que dos almas la compartieran ocupándose en sus propios asuntos.

Su visión se clavó primero en la espalda del joven, su capa le pareció singular a pesar de que era la misma que usaban todos, y luego estaba su pelo, un tanto despeinado, que rozaba por debajo de su nuca. Alargó su mano sin pensar, con ansias de juguetear con sus dedos entre las hebras de su atezada cabellera. Pero su cercanía terminó por alertarlo y saltó de su asiento. Sus pupilas de dilataron al descubrirla.

            ―Lo siento… no quise molestar.

            ―Ya me iba ―respondió el joven apretando la cubierta desgastada sobre su costado. Dispuesto a abandonar aquel sitio se dio la vuelta.

            ―¿Eres Jungkook Bangstain, cierto?

Era obvio que lo era, sus facciones pálidas sumidas en la sobriedad de su mente le gritaban que lo era.

Él solo asintió, porque responderle con palabras probablemente lo llevaría a confesarle verdades que no deseaba revelar.

            ―Parecías muy concentrado ¿Qué estabas leyendo? ―preguntó, dudando en su interior si había sido la mejor forma de iniciar una conversación con el temor de no ser atendida.

Él deseaba mostrarle las páginas de ese libro carcomido por el tiempo, de esos personajes cuyo desenlace no habían convencido a su poseedor obligándose a reescribirlo. De esa historia tan vívida que parecía la suya. De esa obra que un principio le había parecido monótona, pero que años más tarde encontraría cautivante, no porque dejara de ser tediosa sino porque se había vuelto su consuelo. Él deseaba mostrarle ese libro que una vez había sido suyo.

            ―No es nada.

Anne creyó que su idea no había resultado.

            ―Tu no me conoces, hum…pero…

«No, no es cierto», se repitió sin cesar en la mente de Jungkook, mientras ella hablaba, con palabras constantes aunque reservadas, que se deslizaban con suavidad y dulzura, una voz cautiva de los años, prisionera en su interior. Una voz que creyó nunca volver a escuchar por el bien de todos.

             ―Soy Annelise y yo… ―No sabía cómo decirlo. Sonrió con nerviosismo―. Quería darte las gracias por lo que hiciste en el lago…

            ―No tienes que hacerlo.

            ―Es solo que sino hubieras estado ahí…

            ―Déjalo ―dijo con voz seca y se aclaró la garganta―. No necesito que me agradezcas, evita causar más problemas.

            ―Al parecer hago eso ―respondió con desánimo recordando lo que Henry le había dicho―. Solo trataba de decir gracias.

            ―Pues ya lo hiciste.

Tomó la manilla de la puerta, su mente ordenaba que huyera de ahí y su corazón le suplicaba que no lo hiciera.

            ―¿Te he visto en otro lado? ―le cuestionó Anne aun sabiendo que él no deseaba entablar una conversación―. Es solo que me pareces conocido.

            ―Jamás nos hemos visto.

            ―Quizás estuviste alguna vez en el nuevo mundo, de verdad creo que te he conozco de antes…

            ―No, nunca.

            ―Pero, es que te me haces conoc…

            ―¡No, ya te lo dije!―Se mordió la lengua y se volvió a ella―. ¡No te conozco y no tengo intención de hacerlo! ¡Así que deja de insistir, no trates de acercarte con trucos baratos, no funcionan!

Se marchó cerrando la puerta con brusquedad.

 




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