Futuro: Una mordidita
El bosque estaba en silencio, excepto por un leve crujir de hojas a ser aplastadas por unas sandalias pequeñas acompañado de lágrimas. Aurora no debería estar allí, pero era curiosa, valiente y a pesar de lo que otros pensara ella no temía a la oscuridad.
Se detuvo junto a un viejo roble sagrado y lo rodeó con sus diminutos brazos.
—Seré fuerte por mamá —susurró limpiándose las lágrimas y sonándose la nariz, dejando un rastro de mocos sobre su ropa.
Le gustaba ver llorar a los niños, pero solo cuando él provocaba sus lágrimas. La pequeña alzó la mirada llena de lágrimas, y lo vio.
Una bestia de ojos grandes.
Un lobo.
Inmenso de pelaje blanco que brillaba bajo la luz plateada de la luna, con los ojos tan vivos como dos luciérnagas atrapadas en la noche.
Él mostró los colmillos y soltó un gruñido feroz para asustarla, su intención darle a entender que nadie podía acercarse.
El alfa se sintió orgulloso, nadie osaba acercarse, se alimentaba de ese temor que infundía su presencia y sobre todo de la soledad que lo rodeaba. Era el monstruo de las historias, el guardián de algunos secretos que los humanos ya no querían escuchar.
—Hola… —dijo la niña, dando un paso hacia él. —¿Eres el Señor Lobo que asusta a los niños buenos?
Aurora era una niña de siete años, con ojos enormes y cabello rojizo sujeto en dos coletas con lazos grandes y rosas, El lobo gruñó por segunda vez aunque más bajo, fue un sonido más instintivo que amenazante, pero la niña no retrocedió.
Al contrario, dio un par de pasos lentos y torpes, al llegar a su lado levantó la mano y posó sus dedos sobre su hocico con delicadeza. Su pelaje se erizó, y él no pudo apartarse.
—No debes tener miedo —dijo Aurora con suavidad. —No te haré daño, deje de morder hace muchos años.
El lobo frunció el ceño de manera invisible para ella; ¿acaso esa niña llorona de coletas se atrevía a llenarlo de mocos y, aun así, tratarlo con tanta ternura?
—Pareces malo —dijo la niña, con voz firme. —Me ayudaría si mordieras a papá. Por su culpa mamá está triste y yo no soy lo suficientemente fuerte para ayudarla.
Con inocencia examinó los colmillos amenazadores del alfa.
—Sí, tienes dientes grandes ¿Puedes darle solo una mordidita? —Juntó sus manos e hizo un puchero. —Por favorcito.
El lobo ladeó la cabeza, incapaz de comprender del todo. Nadie le había pedido algo así, nadie había hablado con él como si él pudiera ser algo más que un monstruo.
No respondió solo dio media vuelta y se fue sin mirar atrás mientras escuchaba el parloteo insoportable y ensordecedor de lazitos como acababa de nombrarla.
—¡Vuelve, maleducado! ¿Tu mamá loba no te enseñó modales? Te presto la mía, quédate con mami. ¡Señor Lobo!
Entonces otra voz la interrumpió.
—¡Aurora! Hija, no puedes caminar sola en el bosque.
La mujer se arrodilló y abrazó fuerte a la niña. Desde la penumbra, el lobo blanco las observó incapaz de apartar la mirada.