Sr. Lobo ¡quédate con nosotras!

✿Capítulo 04✿

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Debo darle una tarea

Aurora y Natalia se renovaron con una larga ducha de agua caliente. El vapor envolvía el pequeño baño, y Natalia sintió que su cuerpo dejaba de temblar. Aurora reía, haciendo figuras en el espejo empañado, ajena al peso del miedo que aún se aferraba al pecho de su madre.

El agua caía como un bálsamo, lavando el polvo del viaje y los restos de una vida que ya no les pertenecía, cuando bajaron al comedor, el aire olía a sopa caliente.

Solo una persona estaba allí: la dueña del hotel, Bernadette, la curiosidad embargó a Natalia mucho más que antes. ¿Acaso no tenía empleados? ¿Familia? ¿A nadie?

—Buenas noches…

La anciana observó el reloj de su muñeca. —Puntuales, me agrada. Tomen asiento queridas. —El crepitar del fuego llenaba el silencio. Afuera, la nieve caía de forma casi hipnótica.

—Gracias abuela Bernadette. —Aurora dijo con gracia, su madre sonrió para nada sorprendida, su hija era experta en ganarse el amor del otro. —¿Puedo decirle así verdad? —Los ojos verdes de la pequeña brillaron.

Bernadette frunció el ceño, aunque luego busco dentro de uno de sus bolsillos y extendió un chocolate. —Puedes llamarme abuela, pequeña zanahoria.

—Gracias, abuela —dijo tomando el chocolate y la abrazó con dulzura.

—Hija no seas pegajosa… —La pequeña le hizo ojitos tiernos.

Bernadette sirvió la sopa. —Deben haber sido días largos para ustedes —comentó la anciana sin levantar la vista. —Zanahorias se ven cansadas.

Natalia sintió que su respiración fallaba por un segundo. ¿Era intuición o sabía algo?

—Viajar por carretera no es fácil —respondió rápido, intentando sonar casual, aunque su corazón palpitaba con fuerza.

—Abuela vimos un lobo ¿No lo escuchaste? —Aurora rompió la tensión. —Se veía molesto. ¿Es suyo? —La anciana se carcajeó.

—Ese animal salvaje no tiene dueño. —Dijo con dureza. —Ni lo tendrá, si lo vuelven a ver no te acerques es un monstruo que muerde.

Aurora parpadeó, impresionada mientras llevaba un poco de sopa a su boca. —Pero es tan hermoso y grande, se veía como si fuera un rey del bosque —susurró risueña.

La anciana dejó la cuchara sobre la mesa y la miró, seria.

—Pequeña zanahoria, es el rey de las montañas, por eso vive en libertad, eso lo hace un salvaje.

—Suficiente Aurora, es hora de cenar.

La pequeña respondió con un aullido como si fuese una lobita pelirroja causando las carcajadas de ambas mujeres.

La sopa estaba deliciosa, caliente y espesa, Natalia sentía que cada cucharada calentaba su alma, sin embargo, su mente no se calmaba, pues no podía dejar atrás a Vadim.

—No reciben muchos visitantes por aquí, ¿verdad? —preguntó Natalia.

Bernadette la miró con calma.

—Vienen quienes deben venir —respondió simplemente. —Y se quedan quienes el bosque le permite quedarse.

Aurora dejó la cuchara a medio camino.

—¿El bosque manda?

—El bosque llama, el bosque decide. Aquí nada ocurre por accidente, el destino las trajo aquí.

—Bueno… —exhaló— entonces esperemos que el bosque nos quiera aquí.

Bernadette clavó su mirada en ella.

—El bosque ya las miró, por eso encontraste el camino. —dijo. —Y el rey también.

—¿El rey? El lobo, ¿verdad? ¡El rey del bosque!

—Aurora, come —murmuró Natalia. —Debemos descansar. Gracias por la cena, le quedó delicioso.

—Mamá, mañana puedes hacer panqueques de arándanos para darle a la abuela.

—Si mi niña, lo haré. —No dijo más, el silencio cayó de inmediato.

Minutos después Aurora bostezó, derrotada por el cansancio. Su cabecita pelirroja comenzó a caer hacia adelante.

—Ve a descansar niña. —Natalia asintió y no dudó en volver a su habitación. Mientras subía las escaleras escuchó nuevamente la voz de Bernadette. —Aquí nada podrá tocarlas.

Natalia dejó a Aurora en la cama y cerró la puerta, la niña suspiró, en paz, pero Natalia fue a la ventana y lo único que pudo ver fue la nieve caer. Decidió dormir y creer en las palabras de Bernadette, se aferró a su pequeña y sintió calma absoluta.

(...)

Natalia complació a su hija con panqueques de arándanos y Bernadette quedó encantada, más con la zalamería de Aurora, no dejaba de abrazarla, decirle abuela y darle panqueques como si llevara conociéndola toda su vida.

Desconocía cuanto tiempo se quedaría en el hostal. —¿Necesitas empleo? —La anciana fue directa.

Natalia alzó la mirada sorprendida.

—En realidad necesito una casa, que Aurora comience clases, un empleo e iniciar una nueva vida. —Fue sincera. No diría el verdadero motivo, no por ahora.

—Las casas en venta son pocas, lo mejor es que te quedes aquí, antes de decidirlo.



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En el texto hay: amor familiar, niña traviesa, alfa gruñón

Editado: 12.11.2025

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