Sr. Lobo ¡quédate con nosotras!

✿Capítulo 05✿

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Molestias Rojizas

Habían pasado unos cuantos días desde que ese aroma peculiar disfrazado de destino se apoderó de sus fosas nasales, Biel, se sentía inquieto, el gran lobo blanco estaba de pésimo humor y con ganas de devorar todo a su paso sin excepción.

No tenía en qué ocupar su tiempo y decidió cortar leña para la temporada. Los humanos débiles morían en búsqueda de ella y esa era su única intercepción: dejarle madera en la madrugada.

El hacha apenas golpeaba la madera se quebraba sin resistencia, las astillas saltaban y la nieve se teñía de polvo de corteza seca, y cada respiración del lobo convertido en hombre era una nube de vapor helado que no lograba enfriar el ardor que llevaba clavado en el pecho.

Biel no recordaba la última vez que había permanecido tanto tiempo en dos piernas. Le disgustaba la piel humana: era vulnerable, lenta y demasiado frágil, para él:

Inservible.

La bestia dentro de él estaba inquieta, sin paz, sin descanso, y cortar leña era el único gesto civilizado que toleraba para no arrancar árboles de raíz o destrozar rocas a zarpazos.

Esa furia no tenía un nombre aún, pero sí un aroma embriagador y un rostro hermoso, pero lleno de dolor. Percibió el latido de su corazón roto y por eso decidió que no respetaría al destino, tenía que ser una broma de mal gusto.

No solo era humana, sino una con mal de amor y con una cosa diminuta idéntica a ella. Ese discurso lo repetía a diario, sin éxito alguno, estaba afectado y no lo aceptaría a voz alta; La fiebre no cedía, el hambre ni ese instinto primitivo de reclamar, marcar, morder, proteger y destruir todo.

—Control. —gruñó en voz baja.

—¿De qué control hablas, imbécil? Mientras más te resistas al llamado, más le dolerá a Fergus. —La serpiente de la verdad siseo mientras enrollaba su cuerpo al árbol.

—Cierra la boca, a ti nadie te llamo, rastrera. —Golpeo tan fuerte la madera que el hacha se partió.

Fergus su lobo alfa de hielo aulló con total irritación.

¡Maldición! —Biel, se quejó en voz alta. —No me pondrán un bozal como a un perro y me sacarán a pasear, soy un rey, no una mascota.

—Rey… sí, rey de las montañas, pero incluso los reyes tienen una reina. Y tú, Biel, estás a punto de encontrarte con un contendiente que no podrás dominar.

Esa serpiente entrometida, no le pisaba la cabeza porque era prohibido hacerlo, incluso un salvaje como él tenía que cumplir reglas en las montañas, así estuviera alejado de todos y sin manada.

Biel apretó los dientes, dejando escapar un gruñido que retumbó entre los árboles.

—Tus palabras carecen de sentido y es mejor que te largues de mi presencia o quedarás como esta hacha —Le mostró las dos piezas rotas. —Te partiré a la mitad. —advirtió y la serpiente siseo sin temor.

Mostró su lengua y se enroscó un poco más en el árbol en que se encontraba, era una gran serpierte de escamas tan azules como el mar, con ojos dorados y brillantes, no se dejaba ver a menudo, si fuese uno de los ofidios normales en la tierra, ya se fuese congelado.

—Rey mío, no quise ofenderle. —Siseo nuevamente. —Aunque la verdad; no debería ser una ofensa, mucho menos cuando el destino te hizo un llamado y lamento decirlo, si serás domesticado.

Biel sintió una especie de tibieza recorrer su cuerpo y la furia lo envolvió más que antes, sin pensarlo, arrojó la cabeza del hacha a la serpiente, sin embargo, esta ya había desaparecido, no sin antes soltar un sieso burlesco.

La nieve del arbol cayó en su cuerpo y mientras se sacudia los copos de hielo soltó un gruñido molesto. —Rastrera, nadie me domesticara como a un perro, no seré una bola de grasa durmiendo a los pies de un humano como si ellos fuesen los reyes supremos del universo. ¡Eso no!

Decidió que daría un paseo por el pueblo, los copos de nieve no eran un problema para él. Sin embargo, sería “civilizado” usaría la moto de nieve, descendió por las montañas y ramas blancuzcas le azotaron el cuerpo, pero no le lastimaban, se sentía libre, los olores nuevos y ya conocidos inundaban su sistema.

Tenía un solo lugar prohibido y era el hostal de mala muerte de la vieja bruja como él le llamaba.

El pueblo lo recibió en calma, algunos aldeanos lo saludaron con respeto y otros con la cabeza baja. Todos sabían que era mejor no cruzarse en su camino; lo conocían como el salvaje de la montaña que bajaba cada seis meses por provisiones.

Su andar era peligroso, su espalda ancha acaparaba la atención de las féminas y su mirada, enfriaba más que la nevada de temporada.

Las botas crujían sobre la nieve compacta mientras caminaba fingiendo humanidad en cada paso, fue en búsqueda de queso, de las cosas humanas sin duda el queso derretido era su fascinación.

Pasó frente a un grupo de mujeres jóvenes que fingían conversar, pero en realidad lo observaban, le encantaba despertar interés, pero más le agradaba ser inalcanzable.

La bestia dentro de él gruñó, no por ellas, sino por aquella otra fragancia que se apoderó de su memoria.



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En el texto hay: amor familiar, niña traviesa, alfa gruñón

Editado: 12.11.2025

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