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Quiero hablar con el rey
Para Natalia, encontrar un refugio propio era esencial, aunque cada día se sentía más cómoda junto a Bernadette. La anciana se había convertido en una compañia reconfortante.
No tenía empleados, algo que al principio a Natalia le pareció extraño, pero pronto entendió la razón: casi nunca llegaban huéspedes, al ser un pueblo tan frío y montañoso estaba alejado de la civilización, para ella un escondite perfecto, para otros un lugar poco atractivo.
Se sentía nerviosa; era la primera vez que iría al pueblo. Bernadette le había pedido que bajara al pueblo para comprar algunas provisiones: harina, manteca, y té de canela. También debía preguntar si había alguna casa en venta o en alquiler.
Abrigo a su hija al punto que parecía una muñeca de trapo, no exageraba, solo era cuidadosa de la salud de su pequeña hija. Sabía cómo llegar al pueblo, era muy buena para memorizar y con la explicación de Bernadette sería suficiente.
Al salir la nieve crujía bajo sus botas. —Mamá, me encanta estar aquí, es hermoso. —Abrazo a su chiquilla.
—Sí, hermoso. No me sueltes la mano ¿Ok? —Le pidió con sutileza.
—Si mamita, me portaré bien. —Mientras descendían suspiraban encantadas al ver los árboles cubiertas de nieve, la intensidad había disminuido ofreciéndole un recorrido tranquilo.
El pueblo era pequeño y la gente las observaban con curiosidad; no era común ver rostros nuevos por allí, mucho menos en medio del invierno.
Caminó hasta una tienda, el letrero oxidado decía "Suministros y Víveres Sra. Hobbins". Al entrar, el sonido de una campanilla anunció su llegada y el calor del lugar la envolvió de inmediato, Aurora sostuvo la mano de su madre con más fuerza.
—Buenos días —dijeron ambas al unísono.
La mujer detrás del mostrador, robusta y con el cabello gris recogido en un moño apretado, miró a ambas con interés.
—No recuerdo haberlas visto antes. Buenos días, no la saludé, esta pequeña es preciosa, sus mejillas están rojas al igual que su nariz, les ofrezco chocolate caliente.
Ambas miraron atenta a la mujer destapar un recipiente térmico y verter el contenido en dos vasos y se los ofreció.
—Gracias, es muy amable. —Natalia sonrió —Estamos quedándonos con la señora Bernadette. —No dijo más, tampoco bebió de la bebida, aprendió a ser desconfiada y su hija, sabía que no podía decir demasiado tampoco.
—Ah… Bernadette. —Se aclaró la garganta —Hace años que nadie se queda en ese lugar por mucho tiempo. ¿Necesitas provisiones?
—Yo aún no sé cuánto tiempo nos quedaremos con ella, en realidad quería preguntar si sabe de alguna casa disponible. Algo pequeño, no necesito mucho. Respecto a su pregunta, si deseo provisiones y golosinas para mi hija.
La mujer la observó un segundo más de la cuenta, después, tomó una libreta que estaba bajo el mostrador y comenzó a anotar.
—Puedo darte harina, manteca, verduras, golosinas, sal y té, pero casas —frunció el ceño. —No hay muchas disponibles. Solo la antigua cabaña de los Mathers, se encuentra vacía desde hace años —dijo finalmente. —Nadie ha querido vivir ahí desde…
—¿Desde qué? —preguntó Aurora curiosa. —¿Acaso el rey lobo los asustó?
La mujer suspiró, claramente consciente de que no podría evitar la pregunta.
—Desde que el niño de los Mathers desapareció. Eso fue hace más de una década. Nadie supo qué ocurrió realmente.
Aurora abrió grandes los ojos.
—¿Se lo comió un monstruo? —preguntó fascinada.
—¡Aurora! —reclamó Natalia, apretándole la mano. —Hija no digas eso.
Pero la mujer no sonrió, no negó nada y solo guardó silencio.
—Si realmente te interesa la cabaña —continuó al fin— ven en la semana, hablare con el encargado que tiene la llave.
—Bien, muchas gracias. Así lo haré.
—Esto se lo llevaran en una hora… Bienvenidas al pueblo. —Natalia agradeció, sacó el dinero y sin más se despidieron.
Aurora bebió un sorbo del chocolate caliente y sonrió con la boca manchada de espuma. —Mamá pruébalo está delicioso, quiero comer pan, aquí huele riquísimo, amo esto.
Caminaron por el pueblo, un olor exquisito las atrajo. —Mami, ese señor me sacó la lengua. —Hasta que un tipejo infantil le saco la lengua a su hija, quería golpearle la nariz, pero no usaría violencia delante de su pequeña.
—Entremos por pan. —dijo segura Natalia. Se fijó en el hombre, pidió pan para ambas y dos bebidas calientes.
Tomo asiento en una mesa cerca del hombre que se había metido con su hija, era alto, corpulento y un idiota. Le trajeron las bebidas y su hija no la estaba viendo directamente, así que no dudo en tomar la bebida, simular que sus pies se enredaron y el líquido caliente cayó en el pecho del cretino.
El líquido oscuro se deslizó por el pecho del hombre, manchando la tela gruesa de su abrigo, todos en la tienda enmudecieron.
—¡Maldita sea! —gruñó él, poniéndose de pie de golpe y su sombra pareció cubrirla por completo.