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Su nieto
El alfa masajeaba sus sienes, la palabra «Esposo» no había querido salir de su cabeza; ¿como esa insolente pelirroja se atrevía a tener un esposo?, ¿y por qué ese hombre la buscaba como si tuviera derecho sobre ella?
Era absurdo.
Irritante.
Y, lo peor de todo, completamente inaceptable.
No conocía a esa mujer más que por dos encuentros desgraciados, y aun así la simple idea de que otro la reclamara le provocaba un incendio en la sangre, no estaba siendo racional ni lógico.
—Es solo mi instinto de alfa. —Se dijo a sí mismo. —No la van a encontrar —espetó, sin pensarlo.
¿Y tú cómo estás tan seguro? —Fergus preguntó.
Biel quería decir; «porque es mía», pero se tragó las palabras. No podía admitir algo así, no cuando llevaba días peleando contra ese impulso ridículo que el bosque, el vínculo, o lo que fuera que los uniera había despertado en él.
No quería una compañera y mucho menos una humana frágil.
—Quiero saber por qué huye —murmuró entre dientes. —Y quiero saber por qué ese bastardo la buscaba como si fuera su propiedad.
Te importa demasiado para alguien que no quieres como nuestra compañera. —Fergus siguió irritándolo.
Biel no respondió, no podía, porque no tenía una maldita explicación. Respiró hondo y decidió ir a cortar madera para recuperar el control.
—Necesitamos verla —dijo Fergus con amargura. —No te hagas… tú también lo quieres.
—Tenemos prohibido entrar al territorio de la vieja bruja.
—Lleva una ofrenda de paz, vienen los días de mayor nevada, es tiempo de hacer las paces con ella.
Biel rodó los ojos, pero no se negó a la idea. Apilo la ofrenda, parte de la leña que había cortado Fergus no quería que las pelirrojas se congelaran, aunque él considero que sería lo mejor.
El alfa cruzó el límite sintiendo un leve cosquilleo recorrer sus brazos, casi como una quemadura, esa sensación era un recordatorio de que no era bienvenido, pues estaba cerca del hostal.
Más de lo que debería.
Entró al granero sin hacer ruido, estaba por amanecer, avanzó un par de pasos, respirando hondo.
—Da un paso más, muchacho, y te vuelo la cabeza.
Biel giró apenas el rostro, la anciana estaba detrás de él, sosteniendo un viejo rifle.
—Cálmate abuela, traje una ofrenda de paz. —respondió él, sin levantar las manos, pero sin alejarse tampoco.
—No vengas a hacerte el inocente, sé por qué estás aquí y no me digas abuela, hace mucho decidiste que no lo sería.
Biel sintió cómo la mandíbula se le tensaba.
—Tu iniciaste primero esta guerra, me prohibiste el acceso a tu casa.
La anciana soltó una carcajada carente de humor.
—Me desterraron de la manada por tu culpa ¿Cómo querías que actuará después de eso?
—Bien lo acepto, te pido una disculpa abuela, además no eres una loba, sino una bruja, cegar a todos con hechizos no fue correcto, el único inmune a tus hechizos siempre he sido yo y por eso no me quisiste.
—No te hagas el santo, alfa, te quise siempre ¿Quién preparaba tus pasteles? —Biel río recordando. —Saliste tan malagradecido como tu padre.
Rodó los ojos, había sido suficiente de ese drama familiar. Su beta llegó a su lado.
—Tu olor dejó de ser el de la indiferencia, permitiré que entres, iré por provisiones y Natalia se quedará a cargo.
—¿Así se llama? —preguntó al sentir un calor extraño recorrer su piel.
—Sí, cachorro y la pequeña zanahoria se llama Aurora ¿No tienen bellos nombres? —Biel asintió. terminó la conversación con su abuela, ya no la llamaría vieja bruja, no por el momento.
—Tienen bonitos nombres para ser tan irritantes.
—Mira quien lo dice, el alfa prepotente. Ya despertó, sé que te dará una lección. —Bernadette no dijo más, solo la vio dar unos cuantos pasos…
—Gracias abuela… —Se carcajeó al verla enojada.
No entendía qué espíritu se estaba adueñando de su vida ¿Él dándole las gracias a su abuela? Ni en sus pensamientos más delirantes se le había ocurrido tal cosa.
Lo que vino después fue mucho peor.
Espero que saliera al pueblo, le molesto que esa mujer dejara la puerta abierta con tanto peligro existente, se disfrutó asustarla y su enfrentamiento con la pelirroja fue dulce, no podía negar que estaba cautivado de una manera tonta.
Hamman, su beta movió la cola divertido, ese huérfano se las pagaría, aunque él también era un sin manada, por decisión propia.
—¿Un esposo? —repitió a modo de pregunta, pero sintió su sangre hirvió y la visión se le tornó roja.
Es nuestra, llevémonosla. —Fergus gruño, estaba tan enojado como él.
—Sí, así que aléjate.