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HUELLAS DIGITALES
Aitana Relish
Franjas, cuadros y líneas. Como demonios quiere que sepa combinar ropa de diseñador mi supervisora; acaso no hay más evidencia que yo soy de otro mundo. ¡No!, se empeña que aprenda esto y para mi felicidad solo tengo 3 minutos.
Tuve que decir que estaba muy pero muy enferma, pero mi suerte es tan grande que tuve que venir; me castigo por tener los nudillos rojos. Aunque me puse un poco de ungüento, pero no funcionó mucho que digamos aún quedaron rojos y apenas abiertos.
Ropas de Hermés, vestidos de Chanel, enterizos de Louis Vuitton, zapatos de Christian Dior, bolsos de Prada, y Ermenegildo Zegna. Tan solo mencionarlos me dolió la cabeza; soy de las personas que no le gusta brillar mucho.
Si no me apuro me dejara sin pago Méndez esta vez, elijo 3 outfits chéveres y no muy ostentosos para variar; al dejar las prendas en sus respectivos armadores dentro del carrito veo mis nudillos, suspiro por el recuerdo de anoche. Casi fui atrapada, Beth casi me golpea con un sartén justo cuando tenía intención de pasar el marco de la puerta; vaya noche de adrenalina la que pasé.
Dejo de pensar y me concentro en mi trabajo, hoy me reprendió Méndez así que seré una asistente hasta que se le pase el coraje a mi supervisora. Las horas pasan y llega el momento de ir a tomar el tren para recibir mis clases universitarias, voy a los cuartos de baño; me doy una ducha rápida y salgo envuelta en una toalla, camino donde los casilleros esquivando al resto de las modelos, todas tenemos prisas. Abro la puerta de mi casillero y saco mi cambio de ropa, giró el rostro hacia la pared para observar el reloj; son las 15:36 llevo 12 minutos perdidos, al salir casi me caigo por no atarme los cordones.
Sonrió por mi negligencia, pero no quita apresurarme en bajar las escaleras, justo en este momento es hora pico, y todos los elevadores llevan a todos como sardinas enlatadas y para en cada estación, termino de bajar y salgo por la puerta de atrás, tenemos prohibido salir por la puerta principal si salimos con ropa personal y no diseñadas por famosos.
Camino rápido, ingreso al subterráneo, paso la tarjeta y automáticamente me cobra el pasaje y por suerte se puede decir que el tren que justamente pasa al frente de mi universidad está parado esperando que toda la cola suba, me ahorré un montón de tiempo a esperar el siguiente transeúnte. Entro rápido, escojo el asiento que veo disponible primero; suspiro y me sonrío bajo.
__ Por casi Aitana, por casi no salgo de aquí.
La única visión que te brindan los trenes son paredes de piedras y más piedras, pues hay diferentes colores y tamaños, pero siempre mi recorrido es de color café amarilloso y cuadradas, no observo mucho porque llego a mi parada, se abren las puertas y de una salgo; de dos escalones subo y llego a la salida del subterráneo, estoy a una cuadra de la universidad.
Busco en mi bolso y sacó unos lentes de lectura, no quiero que me reconozcan. Ni como modelo (bueno, casi siempre Méndez me castiga y me hace ser su asistente más que modelo) ni como boxeadora clandestina, la universidad no me lo permitirá y ¡Claro! soy becada, no puedo cometer errores.
Me los coloco y pego la carrera, estoy en contra al tiempo, en menos de cinco minutos comienza la clase, agradezco al guardia por abrir la puerta con su gafete para que no me lastime con las varas de metal al cruzar.
__ Se lo agradezco __ gritó lo más alto que pueda para que me pueda escuchar, no vi qué gesto hizo por lo lejos que me encontraba.
No pierdo más tiempo y no sé cómo, pero llego al salón, y no ha llegado el maestro. Odio sentarme entre las primeras filas, pero justo ahora no me importa porque escucho el bastón del Mr.
Entra todo imponente un señor de cincuenta y siete años con canas y su piel algo arrugada con su atemorizante bastón de madera con acabados en metal. Su postura no da tanto miedo como sus ojos azules índigo, y peor cuando te mira desafiante por no hacer bien el acabado que él quiere.
Camina por todo el pasillo y planta de un golpe su bastón, sentí la presión de los músculos de mi compañera de al lado, muchos de este salón le tienen miedo y como no, no tenemos a cualquier maestro de artes sino el más aclamado por los tiempos; un francés muy cascarrabias.
Y así es como comienza el primer día de clases de esta semana, teniendo como primero la hora al maestro que nadie le cae bien, pues sobrevivo cuando se escucha las campanadas para dirigirse a la siguiente clase.
Recojo mis apuntes y los guardo en mi bolso, usó el bolígrafo como vincha para mi cabello.
Salgo del salón, pero me detiene la voz del maestro, doy media vuelta y vuelvo a entrar.