Helena era niña muy dulce, tenía doce años, cabello negro, y unos profundos ojos marrones. Vivía en un pueblo muy pequeño y acogedor, no había muchos niños, solo dos o tres, que no se le acercaban. Ella adoraba los días viernes por la mañana, su madre que era Botánica la llevaba al trabajo porque no tenía con quien dejarla y su padre nunca estaba en casa, Helena además de eso le gustaba ir con su madre a los jardines botánicos, porque cuando tenía ocho años, su madre, le pidió que le ayudará a cortar malezas, y ella entre tanto había encontrado una escotilla de madera, cubierta de enredaderas rojas, nunca le había mencionado a nadie sobre eso, porque tenía su escondite perfecto. Cuatro años atrás cuando Helena entró, se encontró con un viejo laboratorio, invadía un olor putrefacto, y había más malezas, un pequeño bulto cubierto con unos trapos la atrajo, de allí venía ese olor, lo destapó y había unos pájaros muertos. No se asustó, solo sintió curiosidad al verlos tan indefensos, y pensó en quien pudiera hacer tal atrocidad, la niña amaba los animales y sus preferidos eran los pájaros. Había arreglado con lo poco que tenía, por los últimos tres años le había insistido a su madre que la llevara los días restantes porque se aburría en casa y lo había logrado, su madre nunca le preguntó porque le gustaba ir, a Helena no le gustaba la Botánica, le gustaba la escotilla cubierta de enredaderas en el jardín botánico. Por un pequeño huequito de la escotilla se podía observar cuando estaba oscureciendo, su madre salía a las nueve de trabajar, le convenía salir, antes de que la comenzará a llamar. Salió, y la observó con una gran sonrisa, hablándole a las plantas como si fueran humanas, cuando vio a su hija, estiró su brazo para que le agarrara la mano y se fueran. Llegando a casa, le había dicho que tenía una gran sorpresa, allí raramente su padre estaba en la cocina cortando verduras. Cuando se sentaron a comer, su madre emocionada, dijo que al parecer sus superiores habían decido promoverla y que probablemente ya no iba a trabajar en los jardines e iba a pasar más tiempo en casa para el cuidado de la niña. Todos parecían contentos, menos Helena.
Pasó un año y medio desde que Helena visitó ese viejo laboratorio, su madre ocupaba otro puesto y parecía feliz, la niña dejó de ser tierna y dulce, estaba ausente, sus padres pensaban que era por la adolescencia y creía que ya se le pasaría, pero no fue así. Tenía varios problemas en la escuela, no dejaba de pensar en la de idea de escaparse para ver su escondite, estaba obsesionada con volver. El último llamado que le hicieron a su madre, era para comentarle que habían suspendido a Helena y que debían llevarla a un psicólogo porque había herido a una de sus compañeras gravemente por molestar a un pájaro. La mamá de la niña no podía creerlo, ella era amable, adora a sus amigos y no había un motivo por el cual cambiara. Preocupados sus padres le hicieron iniciar las sesiones pero Helena se negaba a contar, solo mentía, los días fueron pasando, la niña pocas veces salía de su cuarto, pero estaba malhumorada o desganada.
Una fría noche Helena tenía pesadillas y al escuchar los gritos su madre se asustó y fue a ella, al abrir la puerta la pequeña estaba envuelta en sabanas, miraba con desesperación a su mamá y solo le gritó que volviera los jardines, pero aquella voz era de suplica, al decir eso dio la vuelta y se durmió. La madre estaba asustada, confundida, por más que la intentó despertar no reaccionaba, fue a alertar a su marido, Helena casi no respiraba, se la llevaron al hospital más cercano y la atendieron. Media hora después de llanto le dijeron que Helena debía pasar unos días allí, que solo dependía de ella para despertar. La madre decidida a saber qué pasa con su hija, corrió hasta su casa y entró al cuarto de la niña, hace unas horas no había prestado atención a la habitación, estaba casi sin muebles, las paredes tenían rasguños, un olor putrefacto se hacía cada vez más presente, provenía de la mesita de luz justo al lado de su cama, allí había comida y muchos trapos tapando algo a su alrededor. Eran pájaros muertos, la madre de Helena no sabía qué hacer, los agarró y los tiró al piso, debajo de este había una nota donde tenía escrito “12 de noviembre, Jardines botánicos pájaro nº 1 y 2”. Al darse cuenta de lo que decía en aquel papel, su madre corrió hacia aquel lugar, donde todo había comenzado, recordó que anotaba todas las fechas, y ese día fue donde le pidió que le ayudara con las malezas, ese lugar estaba cubierta de enredaderas, sabía que algo había allí. Luego de unas horas y una exhaustiva búsqueda encontró una escotilla, algo que jamás había visto. Entró y todos los muebles faltantes de Helena estaban allí, todos rotos y despintados, había una mesada gigante y cientos de pájaros en jaulas, era casi imposible contarlos, algunos estaban muertos, solo se sentía el canto triste de muchos de ellos en el lugar, todos tenían en su jaula una indicación y numeración. La madre estaba sorprendida, se agarraba el cabello y no podía creer lo que su hija hacía, siempre la engañó, le hizo creer que veía enredaderas, que le gustaba la botánica. Enojada y preocupada, abrió la escotilla y liberó a cada uno de los pájaros, todos volaron con desesperación, estaba por salir del lugar pero le llamó la atención uno de los cajones que estaba medio abierto, había un cuaderno que tenía fotos de todo lo que había hecho con los pájaros, espantada y horrorizada tomó algunas fotos y quemó todo el lugar.
El padre de Helena la llamó cientos de veces, le habían comunicado que la niña había raramente empeorado, que no había podido resistir y falleció . Desesperada cuando llegó, su marido le preguntó donde había estado, ambos estaban destruidos, habían perdido a su única hija. Meses después de la perdida, la madre estaba embarazada, había renunciado, pero su padre había encontrado un buen empleo, ambos se enteraron de lo que hacía su hija la misma noche que falleció, la visitan todos los días 12, lo curioso es que en su lápida creció una enredadera muy bonita y siempre está cubierta de colibríes.