Era un día especial, el cumpleaños de mi madre, recuerdo que me emocionaba mucho por escoger el mejor regalo,aún a mi corta edad, o ver como preparaba toda esa comida deliciosa que le daba a sus invitados. Era casi una tradición entregar los regalos por la noche, todos teníamos uno, el mío era sencillo y pequeño, un collar echo por mi y una carta con un dibujo de las dos tomadas de las manos. Te lo di con un gran beso en la mejilla y me abrazaste muy fuerte llorando, tus abrazos eran reconfortantes, te saqué las lágrimas con mis pequeños dedos y te sonreí. Al otro día comenzaban a llegar visitas, regalos y cumplidos hacia mi, estabas vestida maravillosa y yo me sentía la niña más feliz del mundo.
Los años siguientes me alejaba cada vez más de ella, no le hacía regalos y no solia visitarla muy a menudo. Había crecido y cambié a la persona que más amo por nuevas y pesadas responsabilidades.
Hoy me duele, porque perdi muchísimo tiempo, y la vida no se pausa, falleció y pude entender lo importante que era, que la sigo necesitando, y que la amo con la misma intensidad que cuando le daba mis pequeños regalos.