Staeling

Capítulo • 2

 

• 2 •

APARICIONES

 

Mi cabeza dolía como si hubiese sido golpeada por el equipo de futbol de mi padre en la tercera ronda (que era cuando solían volverse mucho más agresivos), mis músculos dolían como si hubiesen sido licuados en una industria de jugos y mi visión era tan mala que busqué a tientas los anteojos sobre el buró.

Sin éxito.

Después de mi encuentro con la extraña anciana, corrí de vuelta a casa y no había dejado de volcar el estómago sobre el váter durante la noche. Cuando finalmente caí rendida mi padre no protestó. La fiesta sorpresa fue un éxito sin mí, de todas formas, no era como si realmente supieran quién era yo… no cuando la mitad de la preparatoria solo conocía a Lizzy y ni siquiera sabían que vivíamos bajo el mismo techo, una chica incluso le llevó un regalo a ella.

Me senté sobre el sofá y esperé a que mi visión se aclarara, esperaba que con los lentes fuera más sencillo, pero sentía los estragos de una fuerte resaca crecer en mi interior. Lo más injusto era que nunca en la vida había probado ni una sola gota de alcohol, toda mi sintomatología obedecía a una pesadilla sobre una horrible anciana con una veladora mágica.

Magia.

Dios, que buena jugada.

Reí por lo bajo y negué con la cabeza antes de darme cuenta de que aquello era un exacerbante a mi dolor.

—¡Auh! —respingué llevándome una mano a la cabeza, como si el sostenerla pudiera menguar mi dolor.

—¿A caso se está riendo sola? —susurró una voz gruesa detrás de mí, avivando mis sentidos al instante.

Me puse de pie de inmediato y me pegué a la pared como un gato alejándose del chorro de la manguera. Desde esa posición, intenté observar con claridad al grupo de sombras que se erguían frente a mí, pero era imposible.

Cuando una de esas imponentes sombras comenzó a crecer, alcé mi mano en su dirección y grité con fuerza:

—¡No te acerques!

Bien, sé que tal vez alguna amenaza habría sido una mejor idea, pero de momento era todo lo que tenía contra las manchas frente a mí.

Funcionó. La sombra dejó de crecer a la distancia.

—Oye, venimos en paz —intentó otra de ellas creciendo de igual forma.

—¡He dicho que te alejes! —grité horrorizada.

Medidas evasivas, golpes efectivos de clases truncas de artes marciales y algunos gritos de auxilio fueron parte de los planes que comenzaron a correr el maratón en mi memoria. Necesitaba tener un plan listo, necesitaba saber qué hacer en el momento en el que alguna de esas sombras se acercara lo suficiente.

—Técnicamente dijo: «No te acerques» —respondió otra voz.

Bueno, a pesar de que dejé las clases de Krav Magá a los doce, todavía recordaba algunos movimientos, seguro que en una situación así todavía podía ayudarme una patada en el plexo solar.

—Creo que no puede ver sin sus anteojos —declaró una de las sombras con mayor suavidad en la tonada.

—Y un cuerno con eso —La sombra se acercaba peligrosamente hacia mí—. Oye, niñita, por alguna extraña razón hemos despertado en tu habitación y…

Generalmente, el miedo me paralizaba, pero en esa ocasión fue distinto, quizá fue el hecho de sentirme realmente indefensa sin mi visión periférica a 20/20, quizá fueron los estragos de una resaca malograda o quizá simplemente había manejado demasiado la noche anterior. Sea lo que sea, funcionó.

Mi cuerpo actuó en automático. Mi mano logró acercar a aquella sombra lo suficiente, mi pierna logró patear el plexo solar (o eso suponía) y el hombre cayó frente a mí soltando un gemido de dolor.

Una ola de risas le siguió a mi gran hazaña. Mantuve la guardia en todo momento, pero una de esas sombras se movió con agilidad aprovechando mis puntos ciegos y colocó los lentes en mi cara desde detrás de mí.

Inmediatamente giré hacia él completamente perturbada.

Un hombre alto, de cabello castaño genuinamente hondeado, con risos poco pronunciados que se arremolinaban unos sobre otros, una tez clara, un rostro marmoleado, una intensa mirada azulada y un cuerpo bien trabajado invadían mi campo visual. Cuando su sonrisa apareció, mostró una hilera de dientes blancos, perfectamente alineados, custodiados por un par de labios gruesos y rojizos demasiado fantasiosos.




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