Stalkéame, baby

Observame más

Ava

Me detengo un momento a pensar en el chico que me pidió el café.

Era musculoso, con tatuajes, pero llevaba una sudadera con capucha qué no me permitió ver bien su rostro. Miro hacia el ventanal, pero la calle está vacía, solo un par de luces lejanas y la sombra de los adornos de Halloween colgando de los postes: calabazas de papel, murciélagos recortados, una bruja torcida por el viento. Cierro la puerta con doble seguro.

Bajo el letrero luminoso que anuncia CLOSED y empiezo a caminar con el rostro, sin forma, del chico que pidió el café.

La lluvia se ha detenido, pero las calles están casi desiertas. Son pasadas las doce de la noche y solo se puede ver un automóvil que pasa dejando un reflejo brillante sobre el asfalto. El sonido de mis botas mojadas acompaña el ritmo de mi corazón. A dos días de Halloween, el pueblo entero parece un escenario vacío antes del acto final. Todo parece dormido y, aun así, siento que algo respira conmigo.

Un peso invisible, esa presión en la nuca que se ha vuelto familiar en los últimos días. Intento convencerme de que es solo paranoia. Que tal vez fue el café, o las horas sin dormir, o los mensajes de él que todavía zumban en mi cabeza. Pero algo dentro de mí —algo muy profundo— me dice que no estoy sola. El viento juega con mi falda, levantándola apenas, y me maldigo por haber decidido salir así, con medias negras y una chaqueta demasiado ligera para el frío.

Doblo en la esquina y giro un poco la cabeza fingiendo mirar una ventana decorada de telarañas y calabazas colgadas, para ver la cara de quien me sigue. Alcanzo a notar en el reflejo del vidrio una figura al otro lado de la calle. Aunque no logro ver su rostro, sé que está observándome. El corazón me late tan fuerte que me retumba en los oídos. Acelero el paso. Camino deprisa, con las manos en los bolsillos y los auriculares colgando del cuello. No hay música, solo el sonido de mis pasos y el golpeteo de las gotas cayendo de los techos. Podría correr, pero sigo caminando, más rápido, escuchando cómo el eco de mis pasos se alinea con el suyo.

No es The.mask, claro que lo sé. Es otro hombre. Alto, encorvado, con una chaqueta raída y una gorra que apenas le cubre el rostro. Trago saliva. Mis piernas se mueven solas, cada vez más rápido. Quiero gritar, pero no me sale la voz. Y aunque me saliera nadie me escucharía.

Una mano me agarra por el

brazo y me jala hacia el callejón en penumbra. El mundo se vuelve oscuro cuando el filo helado de algún metal roza mi cuello.

—No grites —susurra, con un aliento agrio que me revuelve el estómago. Se inclina y entierra más el filo en mi garganta.

Intento apartarlo, pero me inmoviliza con facilidad. Su respiración me roza la oreja, sus dedos buscan la cremallera de la chaqueta y bajan rozando mi hombro, ansiosos. El miedo me paraliza. Se mueve lentamente hacia mi cintura. Puedo sentir sus dedos rozando la tela de mi falda, buscando algo que no quiero imaginar. El cuchillo sigue presionando mi piel, justo en la base del cuello.

—Solo quédate quieta —murmura—. No te voy a hacer daño si no gritas.

Sigue buscando debajo de mi falda y cierro los ojos con lágrimas formándose. No puedo moverme. El miedo me encierra. Pero entonces, el filo desaparece de mi garganta y la presencia de mi atacante con ella. El hombre suelta un gruñido, como si le hubieran arrancado el aire, y antes de entender lo que pasa, cae de rodillas frente a mí. Detrás de él, una silueta emerge de las sombras. Con la máscara azul encendida como un maldito faro en medio de la oscuridad. Las luces en forma de equis parpadean una vez, dos, mientras el resplandor azul ilumina el callejón.

—Busca la tuya, yo la vi primero —le dice mi atacante desde el suelo componiendose la ropa. Se levanta y lo empuja.

Vuelves a poner tus asquerosas manos sobre ella y te mato. —habla con la voz distorsionada por el modulador. Le da un puñetazo en el labio que lo tira al suelo.

—¿Qué eres tú? —alcanza a decir el atacante antes de salir corriendo, tropezando con la basura y perdiéndose entre la lluvia. Yo sigo sin moverme. Mi respiración es un nudo en el pecho.

The.Mask da un paso hacia mí. Por un momento creo que va a decir algo, pero no lo hace. Solo me mira, o al menos eso parece. La neblina se arremolina entre nosotros, y las luces azules de su máscara me envuelven como una advertencia. No está vestido como en los videos. Nada de chaqueta negra ni guantes de cuero. Lleva una sudadera gris, empapada por la lluvia, y unos vaqueros oscuros manchados de barro. Es como si hubiera salido corriendo, como si no tuviera tiempo de prepararse para jugar su papel. Bajo la tela mojada, distingo las líneas oscuras de los tatuajes que le cubren los antebrazos.

Mi mente se detiene en un solo pensamiento. La sudadera gris con capucha. El chico de la cafetería, el que pidió el café solo.

—Ava… —su voz, distorsionada por el modulador, suena como un susurro eléctrico. La máscara gira apenas, como si me estuviera estudiando. Se acerca y queda en la misma posición en la que me tenía el atacante. Mi respiración es inexistente, pero a diferencia de con el otro hombre, no siento miedo—. Corre a casa, Conejita, antes de que te caze.

Eso hago.

No recuerdo cómo llegué a casa. Solo que corrí. Corrí hasta que el aire me dolió en los pulmones y mis manos temblaron tanto que casi no pude abrir la puerta.

Ahora estoy aquí, con el abrigo todavía mojado y el corazón golpeando tan fuerte que parece querer salirse. La luz del pasillo parpadea, y por un segundo tengo miedo de que también se apague. Me miro al espejo del pasillo, esperando encontrarme a otra persona, una versión mía que aún no haya entendido lo que acaba de pasar. Pero sigo siendo yo.

Con los ojos abiertos de más, el pulso acelerado y la garganta marcada por la presión del cuchillo.




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