Stalkéame, baby

Acorralame

Ava

El corazón me late tan fuerte que casi no escucho los gritos lejanos de los niños.

Mientras miro mi espalda en la pantalla temblando, puedo sentirlo cerca. Tan cerca que el aire parece vibrar entre nosotros. Quiero girarme, encararlo, ponerle fin a este juego que me asfixia, pero hay algo en su forma de seguirme, que me enciende más de lo que quiero admitir. Sigo caminando despacio, con el celular apretado entre los dedos. La pantalla ilumina mi rostro y los comentarios comienzan a correr, uno tras otro.

@Lunita06 Dios, qué envidia ser ella.

@Amaliapaez Esa falda no deja nada a la imaginación.

@Luis.D_02 Corre, conejita.

@Rabithot ¡OMG! Soy yo.

Ese último comentario me hace sonreír. Por lo visto no soy la única que fantasea con él.

Por un segundo, la toma tiembla y la imagen se distorsiona. La pantalla queda en negro y mi corazón se detiene pensado que dejará de transmitir, que todo acabará aquí, pero el lente se mueve de nuevo, ajusta el enfoque, y entonces me veo otra vez. Ahí está mi silueta, pequeña y temblorosa, avanzando entre la multitud.

Me inclino para atarme una de las zapatillas, y la falda corta se levanta con una ventisca juguetona, dejando al descubierto más piel de la que debería. Siento el roce del aire frío sobre mis muslos y el tirón de las medias al acomodarse, mientras la pequeña colita blanca en mi espalda se mueve con un vaivén involuntario, como si tuviera vida propia. No es mi intención provocar nada, pero sé que el lente me sigue. La atención se vuelve un roce invisible que me eriza la piel.

Me incorporo despacio, el cabello pegado a mi mejilla por la humedad, y acomodo la falda con gesto distraído, fingiendo que no sé lo que estoy haciendo. Sin embargo, los comentarios no tardan en inundar la pantalla como una corriente viva.

@Daniela123 Mírenla, parece que sabe que la están mirando.

@Antonio09 Esa falda debería ser ilegal.

@Tiendaderopa Corre, conejita, hazlo desearte.

@Luana Qué suerte la suya, tenerlo tan cerca.

La transmisión no cambia de ángulo ni pasa mayor cosa durante los siguientes minutos, hasta que la pantalla se pone negra. Y antes de que pueda reaccionar, me encuentro en un callejón oscuro y sin salida. Me concentré tanto en el celular que no sé cómo llegué hasta aquí. Solo sé que, cuando giro el cuerpo, unas X azules ya me están mirando. Me acorrala contra la pared del callejón y el aire se me congela en los pulmones.

—¿Te gusta que te vean, conejita? —su voz distorsionada vibra contra mi cuello.

—Depende —mi espalda toca la pared cuando todo el peso de su cuerpo cae sobre mí—. ¿Tú también estás mirando?

—No solo miro —dice, rozando mi cintura con los dedos—. Quiero saber hasta dónde vas a dejarme llegar.

Se alza la máscara hasta la nariz, mostrando apenas sus labios, y yo lo tomo como una invitación. Hay algo que me jala hacia él, tal vez sea ese mismo algo que me grita que no debería sentir esto, que debería correr, gritar, huir, pero mis pies no se mueven. Solo puedo mirarlo, hipnotizada por la forma en que respira, por el calor que emana su cuerpo, por la promesa muda que se esconde detrás de esa máscara. No puedo evitarlo, algo en mí lo desea.

—Dime que pare —su voz natural, sin el modulador, me hace cosquillar la piel.

—No puedo —reconozco, sin dejar de mirar sus labios.

Mis manos tiemblan, no sé si por miedo o por las ganas de tocarlo. El aire se vuelve pesado cuando sus labios apenas rozan los míos, está tan cerca que quema más que un beso completo. Pero justo antes de que eso pase el brillo del celular corta el momento. La pantalla se enciende sola. Por un segundo, no entiendo lo que veo. Luego el golpe de realidad me sacude. Somos nosotros. Él y yo. El cazador y su presa.

La imagen tiembla, capturando nuestros cuerpos entre sombras. Su máscara brilla con las X azules, y mi rostro apenas se distingue, solo una silueta temblorosa bajo la luz parpadeante. Mi respiración se escucha en el micrófono, entrecortada, casi un gemido. El título anclado “Noche de cacería” es un claro ejemplo de nosotros en este momento.

—¿Pedirás que pare? —susurra, y la punta de su lengua roza mi labio inferior.

Siento un escalofrío recorrerme la columna, el tipo de estremecimiento que no sabe si nace del miedo o del deseo. El teléfono vibra en mi mano, y sé que no es por una llamada, son los comentarios, las miles de miradas que ahora nos observan.

—¿Y si mejor dejo de huir? —susurro, girando apenas el rostro, dejando que la cámara capture la línea de mi cuello, la curva de mis labios.

—Entonces serás mía —responde, y su voz suena como una amenaza.

No sé si el temblor que me recorre es miedo, deseo o una mezcla de ambos, pero algo dentro de mí se quiebra. Porque ahora lo entiendo. No soy solo la presa en su juego. Yo lo busqué. Lo provoqué.

Lo llamé a través de cada mirada, de cada publicación. Su aliento me roza los labios, mientras las X azules de su máscara parpadean reflejadas en mis pupilas y solo puedo pensar en una cosa.

Siempre quise que me viera.




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