Dylan
El olor a hierro llena el aire.
La habitación está en penumbra, iluminada solo por el parpadeo azul de un letrero que se cuela desde la calle.
No hay ventanas. Solo una puerta cerrada por dentro.
La cuerda roza mi piel con cada respiración. Quema. Aprieta. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que comenzó esto. Minutos. Horas. Días. El silencio hace que todo parezca eterno. Frente a mí, un cuerpo. Inmóvil. Podría estar dormido. O muerto.
No sé si es de hombre o mujer, no huele a muerto por lo que intuyo que podría tener vida. Si logro soltarme tal vez podamos escapar.
Hay un sonido. Pasos. Lentos. Deliberados. Casi suaves. Cada uno más cercano que el anterior.
El corazón late con fuerza, golpeando el pecho como si quisiera escapar antes que yo. ¿Cómo diablos llegué a esto? ¿Cómo caí en su retorcido juego?
La puerta se abre con un chirrido y su figura aparece bajo la luz azul. Me observa buscando alguna reacción y luego sonríe. El cabello recogido, los labios pintados de un rojo que parece sangre.
Sus pasos no suenan, pero su presencia llena el espacio.
—Sabía que no ibas a huir —habla con su suave voz.
No sé si es real o si lo imagino. Tampoco sé cómo vine a parar en un sótano y sobre todo no sé por qué no siento miedo cuando con una mano me roza la mejilla.
Me pregunto en qué momento todo cambió.
¿En qué instante dejé de ser el cazador para convertirme en su presa?
Tiro de las cuerdas, pero solo consigo sentir cómo la soga se clava más hondo en mis muñecas. La respiración se me corta. Y, sin embargo, lo que más me inquieta no es el miedo, sino la expectación. Este retorcido juego me excita más que cualquier otra cosa. Ser parte de su guión, de su mirada, de su control.
—No suelo ser yo el que huye —respondo al fin, intentando mantener la compostura.
Sus dedos rozan la cuerda que me ata y luego mi cuello. Siento la electricidad subir por mi espalda. Su pulgar traza la línea de mi boca, y por un segundo, creo que va a besarme. Pero no lo hace. Se aleja cambiando hasta el cuerpo y tira de las mantas qué lo mantienen arropado.
—Vamos, Tiffany —dice en un tono suave, casi maternal—. Ya es hora de que salgas.