A pesar del ambiente de opresión y abuso creciente, algunos prisioneros intentaron resistirse a la autoridad de los guardias. La primera gran muestra de rebelión ocurrió la mañana del segundo día, cuando varios prisioneros se negaron a salir de sus celdas y bloquearon las puertas con sus camas. Esta pequeña muestra de desafío tomó por sorpresa a los guardias, quienes, hasta ese momento, no habían encontrado una oposición significativa.
La respuesta fue inmediata y contundente. Los guardias utilizaron extintores de CO₂ para obligar a los prisioneros a salir, una táctica que, si bien no causó daños físicos graves, sirvió para demostrar el control absoluto que ejercían sobre ellos. Posteriormente, identificaron a los líderes de la rebelión y los aislaron en confinamiento solitario, un castigo diseñado para quebrantar cualquier intento de organización dentro del grupo.
Para evitar futuras rebeliones, los guardias introdujeron un sistema de división. Crearon "celdas de privilegio", donde ciertos prisioneros recibían comida extra y un trato menos severo. La intención era sembrar la desconfianza entre los participantes y evitar que volvieran a unirse contra la autoridad. Esta estrategia resultó efectiva: la paranoia y el miedo aumentaron, y la resistencia se convirtió en un acto cada vez más difícil de llevar a cabo.
Sin embargo, algunos prisioneros todavía intentaron desafiar las reglas de formas más sutiles. Uno de ellos recurrió a una huelga de hambre, negándose a comer como forma de protesta. En respuesta, los guardias lo castigaron encerrándolo en una celda aún más pequeña y obligaron a los demás prisioneros a golpear las puertas para hacer ruido y evitar que pudiera dormir. La solidaridad entre los internos se desmoronó rápidamente, y la mayoría prefirió obedecer antes que enfrentar más represalias.
Este capítulo analizará cómo la resistencia fue sistemáticamente sofocada y cómo la represión se convirtió en una herramienta psicológica aún más efectiva que el castigo físico. También exploraremos cómo los prisioneros, al verse incapaces de luchar contra la autoridad, comenzaron a aceptar su nueva realidad, hundiéndose aún más en el rol que se les había asignado.