Aunque el Experimento de Stanford concluyó en apenas seis días, sus lecciones y advertencias siguen vigentes. En un mundo donde el abuso de poder se manifiesta en diferentes ámbitos, desde prisiones hasta entornos laborales y redes sociales, la pregunta central persiste: ¿tan fácilmente nos dejamos llevar por la situación?
Las investigaciones posteriores han intentado refutar o respaldar los hallazgos de Zimbardo, pero más allá de la metodología, el experimento sigue siendo una advertencia sobre la delgada línea entre la moralidad y la obediencia ciega. Tal vez el experimento nunca terminó del todo; sigue repitiéndose cada vez que la autoridad es desafiada o cuando la injusticia se normaliza. La verdadera cuestión es: ¿hemos aprendido algo de ello?