PLANETA GERIÓN, 8 ABY (11 AÑOS TRAS LA BATALLA EN MUSTAFAR)
La jornada de trabajo había sido extenuante para el ermitaño; había labrado la tierra ayudado por su única bestia, trajo agua desde el pozo comunitario, y finalmente apiló leña para calefaccionarse. Supo mucho antes de llegar a su pequeña choza que hoy sería diferente, ya que después de muchos años, finalmente había vuelto sentir esa presencia familiar. Al llegar la encontró sentada en el umbral del galpón aledaño a la casa, como tantas veces lo hizo en el pasado. Al verlo la mujer se levantó y fue a su encuentro estrechándolo en un abrazo.
-Me alegra verte - le dijo.
-Yo también - respondió el hombre abrazándola a su vez - Te invito a la casa, sé que mi madre estará feliz de verte.
Al ingresar la señora Rotäsu soltó un grito de emoción y la cubrió a besos con los ojos llenos de lágrimas.
-¿De verdad haz regresado?- le preguntó ella sin contener su felicidad mientras le preparaba un té y se afanaba en atenderla - no haz cambiado, sigues tan hermosa como siempre.
-Es usted muy amable - dijo la muchacha sonriendo - yo también los he extrañado, a los dos.
El ermitaño guardaba silencio sonriendo, con una infinidad de sentimientos en su interior.
-Hemos escuchado de ti - dijo la madre - los rumores de la gente.
-No crea todo lo que escucha - respondió ella.
-La Dama Oscura- dijo el ermitaño.
-Odio ese nombre - respondió la muchacha.
- He temido por ti - añadió el hombre - cada vez que escucho noticias me estremezco pensando que algo podría haberte pasado.
-No necesitas preocuparte por mi - señaló la mujer - se cuidarme sola, tuve un buen maestro.
El ermitaño bajó la mirada en un gesto de tristeza, pero la chica les sonrió.
-De verdad que los he extrañado.
La señora Rotäsu sonrió para sus adentros y pidió permiso para retirarse a descansar. Sabía que ellos tenían mucho de que hablar, y se despidió de la chica suplicándole que volviera pronto. Una vez solos la muchacha se sentó en el porche de la cabaña mirando al cielo y el hombre se instaló a su lado.
Svet era una mujer de ojos rasgados y un pelo oscuro que contrastaba con la palidez de su rostro. Su edad, si bien el ermitaño no estaba seguro, debía ser unos cinco años menos que él, y pese a su dura vida de campo, que se reflejaba en su manos curtidas, tenía un aura grácil y delicada que nada tendría que envidiar a las divas de palacio. Cuando el ermitaño llegó al planeta ella era apenas una adolescente, y ahora ya era toda una mujer. En su niñez, la señora Rotäsu la había cuidado como si fueran familia, la apoyó en cosas que su padre no había podido y la acompañó en el difícil y complejo proceso de la adolescencia, criándose con ellos hasta el día en que ella se había despedido entre lágrimas jurando nunca volver.
-Es como si el tiempo se detuviera aquí - dijo Svet cerrando los ojos y respirando profundamente - pero allá afuera todo es diferente.
Apuntó con la barbilla en dirección al pueblo. Era cierto, se vivían tiempos difíciles desde la llegada del imperio, la gente abandonaba los campos para dirigirse a la ciudad. La vida rural siempre fue compleja, pero desde la llegada de los recaudadores imperiales se había vuelto casi insostenible.
-¿Porqué haz regresado?- le preguntó el hombre intentando aguantar la tristeza que le provoca ver la cicatriz en el ojo derecho de la muchacha.
-He venido porque quiero que retomemos el entrenamiento- dijo Svet con seriedad.
El ermitaño suspiró profundamente, temía escuchar esas palabras, pero era la única razón plausible que había imaginado. Svet era una muchacha dulce y las enseñanzas que le había entregado solo le había provocado dolor.
-Ya te he causado demasiado daño entrenándote.
La chica miró las primeras estrellas que se formaban en la noche y sonrió.
-Antes de entrenarme, solía pensar que el universo se limitaba a trabajar con mi padre y esperar que las cosas mejoraran, que los hombres encontrarían la paz y las injusticias se acabarían, pero contigo supe que el espacio es infinito al igual que la corrupción en el imperio y este planeta - la muchacha le sonrió - tú te lamentas de haberme entrenado, yo me lamento no poder ser más fuerte para enfrentarme a ellos.
Svet se puso de pie y caminó por el campo hasta llegar a la tumba que se encontraba en la periferia del terreno. El ermitaño la siguió.
"DESCANSA MAESTRO" era lo único escrito en una lápida de madera, y en su base había flores y velas que el hombre se encargaba de cambiar periódicamente. "Maestro" rezaba, sin embargo, no agregaba ningún nombre.
-¿Aún meditas cada tarde en este lugar? - preguntó la muchacha y sonrió al ver la respuesta afirmativa del hombre - extraño eso.
El ermitaño se ubicó a su lado y cerró los ojos.
-¿También lo sientes? - preguntó Svet - oscuros tiempos se aproximan maestro.
El hombre se mantuvo en silencio, pero ella estaba seguro que así era.
La situación en Gerión había empeorado, si es que eso era posible, desde que el ejército clon comenzó a dejar el planeta paulatina y constantemente, incluyendo al infame general Lev-Ubytsa, para combatir a los rebeldes en los confines del sistema estelar. Esta ausencia había disparado la delincuencia y la violencia, mientras que el gobierno hacía oídos sordos a las peticiones de resguardo de la gente. Y ahora, algo más oscuro amenazaba el planeta.
-Maestro necesito de su ayuda- dijo la muchacha suplicante- espero que no me la niegue como la última vez que nos vimos.
El ermitaño suspiró. Sintió un golpe en el pecho al escuchar estas palabras. El entrenamiento solo le había traído desgracias a la muchacha, pero no tenía corazón para rechazarla y alejarla de nuevo, quizás esta vez para siempre. Tras unos minutos de silencio finalmente le hizo un gesto para que lo siguiera