Star Wars: Errante

Capítulo 15: Parásito

MONTAÑAS DEL OESTE, PLANETA GERIÓN, 8 ABY (18 HORAS DESPUÉS DE LA CAÍDA DE YAMI)


 

Haga estaba inquieto, en su interior sentía el disturbio de la Fuerza. Inicialmente tomó una de sus espadas de madera y comenzó a entrenar ayudado por los hologramas de R7, pero no lograba concentrarse por lo que decidió volver a la casa donde su madre lo esperaba con la comida. Apenas la probó, su mente divagaba en las horribles visiones que había tenido durante la jornada anterior.

- Cuando estabas lejos siempre tenía miedo - le dijo la señora Rötasu sacándolo de su ensimismamiento - lloraba constantemente culpándome de haberte dejado partir con un desconocido.

Haga la rodeó con uno de sus brazos y le sonrió.

- A veces pasaba las noches mirando el cielo, imaginando lo que podrías estar sintiendo.

- Tuviste que vivir sola mucho tiempo - dijo Haga con una mirada compasiva - yo también pensaba en ti cuando estaba lejos.

- Hasta que un día una nave aterrizó a los pies de la montaña - continuó ella mientras retiraba las cosas de la mesa - corrí pensando en verte, pero para mi sorpresa me encontré con tu maestro. No pude contener las lágrimas pensado que me traía las peores noticias posibles, pero en vez de eso me sonrió y me felicitó por le hijo que había criado.

- ¿En serio hizo eso? - preguntó sorprendido el Jedi - pude sentir que estuvo aquí más de una vez en mis tiempos de entrenamiento, pero él nunca me dijo nada.

- Temía llevarte preocupaciones - continuó ella - pero en cambio a mí me traía detalles de tu vida, me mostró imágenes holográficas de tus entrenamientos y sobre todo me señalaba como ibas creciendo en talento y sabiduría. Él pensaba que podrías convertirte en un gran Jedi, más grande que él mismo.

- El maestro Hireth era uno de los Jedi más poderosos, te lo decía de manera cortes, yo jamás estaré a su altura - respondió Haga.

- Él decía que ese era tu único defecto - respondió ella - el menospreciarte, el no creer en tus propias convicciones.

- No es no creer en mis propias convicciones - respondió él - le fallé, lo dejé morir al igual que al maestro Skywalker.

- Hijo - respondió ella acariciándole el rostro - nadie se convierte en maestro de un día para otro, diste lo mejor de ti siendo apenas un aprendiz y estuviste dispuesto a morir por ayudarlos, pero ahora...

Haga la miró, su madre tenía los ojos llenos de lágrimas.

- ¿Ahora qué?...

- Te he visto cada día en el último tiempo; no duermes, no comes, no sonríes - señaló ella - has dejado que tus miedos te detengan. Tú mismo me has contado decenas de veces los combates que definieron la caída de la Orden Jedi, pero peleaste hasta el final, hoy en cambio te escondes en esta montaña y en una misión que no sabes en que consiste.

- El maestro Yoda...

- ¿Y Svet? - le interrumpió ella - ¿es que acaso no sientes nada por ella?

Haga abrió los ojos sorprendido y balbuceó sin poder contestar.

- No hay misión Jedi que merezca abandonar lo que hay en tu corazón.

- ¡Tú no entiendes! ... - Haga se levantó ofuscado, golpeando la puerta al salir.

Claro que sentía algo por Svet, era su alumna, su amiga y cada momento que había pasado desde que ella tomó rumbo hacia el Este sentía que su corazón se derrumbaba. No era justo, desde la muerte de su maestro había vivido en las tinieblas, caminando a tumbos en la oscuridad.

- Maestro...

Caminó hasta la lápida y se puso en posición de meditación. Sus manos le temblaban y su corazón palpitaba acelerado. Cerró los ojos y se concentró en la profundidad de su ser, hasta la base misma de su existencia.

- Bienvenido de nuevo Haga.

El rostro sonriente del maestro Qui- Gon Jinn le saludó, mientras una potente luz iluminaba un cuarto infinito donde innumerables puertas se apostaban una al lado de otra.

- Maestro Qui- Gon que alegría verlo - respondió Haga emocionado.

- El tiempo ha llegado, el momento de las respuestas

- Tengo tantas preguntas - señaló el muchacho.

Espero que puedas responderlas hoy - señaló Qui- Gon apuntando las puertas.

- ¿Cómo sabré cual pregunta es la adecuada?

Hijo - respondió Qui-Gon poniéndole una mano sobre el pecho - solo hay una pregunta en tu corazón y también solo una respuesta.

Haga tragó saliva y comenzó a caminar entre las puertas. Miró hacia atrás en busca de Qui-Gon, pero había desaparecido. Todas las puertas eran iguales, y fuera del sonar de sus pasos, todo estaba completamente silencioso. Cerró sus ojos y se concentró, pudo percibir sensaciones positivas, otras negativas de alguna de ellas, hasta que, tras caminar por unos minutos, pudo sentir calidez y un sentimiento profundo de paz. Giró y se detuvo frente a la puerta. De alguna manera supo que lo que buscaba estaba en su interior.

Al abrir un prado era iluminado por el arrebol de un sol conocido.

- ¿Tan rápido volviste del pueblo muchacho?

Un hombre que meditaba en posición mahometana se giró sonriendo.

- Vaya este sí que es un regalo de la Fuerza – dijo él.

Haga tenía los ojos llenos de lágrimas y no se contuvo en correr y darle un abrazo.

- Maestro...

Hireth respondió a su abrazo y lo estrechó por varios segundos.

- Eres tú el mismo Haga, el muchacho de once años que acabo de enviar por víveres al pueblo.

- Si maestro, los dioses me han permitido este regalo, no sabe cuánto tiempo he esperado para decirle...

El Hireth que estaba frente a él debía tener solo un par de años más que los que tenía Haga en ese momento, pero pese al rostro diferente por el paso del tiempo, el Jedi pudo sentir la Fuerza de su alumno. Vio como el miedo, el dolor y la soledad había transformado el rostro del dulce niño que actualmente entrenaba.



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En el texto hay: accion, star wars, jedi

Editado: 05.10.2020

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