✦ rory lang es una damisela en apuros
RORY LANG MENTIRÍA si dijera que no creía que una fiesta organizada por Los Merodeadores podría terminar en un desastre. Sin embargo, ahí estaba, a un paso de cruzar la cortina que la separaba de lo que, a juzgar por el bullicio que conseguía oír, podría haber sido tanto una fiesta como una jungla.
Era el último fin de semana antes de regresar a Hogwarts y la cosa prometía. Según la tradición impuesta por los cuatro amigos más conocidos del colegio de magos se celebraba la "fiesta de despedida de vacaciones", lo cual si se lo planteaba seriamente era más bien una excusa –bastante barata, a decir verdad– para que los estudiantes de años superiores pudiesen diluir sus sentidos en toda clase de alcoholes y otros narcóticos afines antes de que el preciado verano se les escapase de las manos. Ya saben, lo normal.
Rory generalmente no era parte de la lista de invitados de esa clase de reuniones. Primero que nada, porque anteriormente no tenía la edad para asistir. Apenas empezaba el quinto año. Y segundo, porque como no era la persona más extrovertida y popular del mundo solía pasar desapercibida con facilidad entre la gente, en especial cuando de invitaciones se trataba. Apestaba algunas veces, seguro, pero si lo consideraba, ser una doña nadie le daba ciertas ventajas, como por ejemplo, la libertad. ¿Quién le pondría atención a lo que hace un completo nobody?
Claro que eso no significaba que no tuviese amigos. Su paso por Hogwarts le había dejado unos cuantos, y bastante buenos. Entre ellos, la bellísima y laureada Liliane (Lily, para Rory) Evans, quien la habría invitado a la infame fiesta a base de pucheros y de promesas.
"¡Será la mejor noche de tu vida!". Vaya. Mierda.
El viaje hasta allí, según le explicó Lily, sería bastante sencillo. Tomarían un taxi desde La Hilandera hasta Bloomsbury y caminarían un par de cuadras hasta llegar al local que había sido escogido para albergar la fiesta, a fin de no levantar sospechas del taxista. Sencillo.
El problema residía en que Lily, a pesar de sus muchos talentos, era una pésima guía. Las últimas luces del ocaso se habían retirado ya para dar paso a una enorme luna llena cuando se percataron de que caminaban sin rumbo, deambulando en círculos, perdiéndose y volviéndose a encontrar entre tendederos de carteles luminosos que adornaban las fachadas de los locales de difícil pronunciación.
—Ya no quiero ir, Lily, me duelen los pies y odio caminar, lo sabes.
—¡Oh, vamos! —chilló Lily, mientras prácticamente arrastraba a Rory—. ¡Sev me aseguró que sería divertido!
Rory ni siquiera hizo un esfuerzo en disimular la cara de asco al oír la mención del alumno de Slytherin. No entendía cómo alguien como Lily podía ser tan amiga de él, quien fuera interesante como una piedra y profundo como un charco de agua. Además, era un bastardo arrogante que fingía ser un santo delante de ella. Puaj.
—Snape literalmente diría eso de un funeral con tal de que fueras —refunfuñó Rory mientras siguieron avanzando por las calles londinenses.
Lily ignoró su comentario. Estaba demasiado orgullosa de sí misma como para escucharla: a pesar de la negatividad de Rory, habían llegado.
El Salem, bar escogido para el jaleo de la noche, se alzaba frente a ellas en los bajos de un edificio palaciego pintado completamente de negro. A través de las ventanas se alcanzaba a adivinar un montón de rostros alegremente intoxicados, perfilados bajo el reluz ocre de grandes arañas de cristal. Cruzaron las puertas sin perder ni un minuto y se dirigieron a la barra principal, donde un montón de jóvenes de aspecto poco agraciado iban y venían, sirviendo bebidas sin parar. Lily se acercó a uno de ellos y apoyó los codos sobre la barra, jugueteando con su cabellera. El muchacho siguió sirviendo la cerveza con la mirada fija en ella hasta que terminó colmando el vaso y derramando cerveza sobre la barra por doquier. Rory no pudo evitar observar la escena con una mezcla de asombro y tal vez solo una pizca de asco. Lily solía tener ese efecto en la gente.
—¿Podría ayudarnos? Venimos con... los merodeadores.
El muchacho lanzó un par de miradas furtivas, asintió y sin articular palabra las guió a través de un estrecho pasillo poco iluminado, que tenía por fin una gruesa puerta de madera en la cual rezaba "Clientes V.I.P" en letras doradas.
Si el lado muggle le había parecido exquisito, el lado mágico era mínimamente digno de un palacio. La pequeña entrada desembocaba en una sala circular de proporciones gigantescas cuyas paredes pintadas de púrpura armonizaban con las sillas y mesas de madera oscura esparcidas por todo el lugar. Tras una monumental barra dorada, un trío de brujas enfundadas en atuendos que no hacían secreto de sus encantos atendían a magos que se habrían bebido hasta filtros de la muerte, si ellas estuvieran dispuestas a ofrecerles.
El cantinero las guió a través de los comensales hasta una segunda sala (¿qué tan grande era ese lugar realmente?), oculta tras un grueso cortinaje de seda oscura. Asintió por última vez indicando que habían llegado a destino y desapareció entre la gente en cuestión de segundos, dejando a las dos adolescentes intercambiar miradas de duda antes de abrir las cortinas de par en par.