"Ningún hombre elige el mal por ser el mal. Solo lo confunde con felicidad. Con el bien que busca."
☆Mary Wollstonecraft☆
...............................................................
FLASHBACK
—¿Cuál es tu nombre?
—¿Cuántos años tienes?
—¿Eres rubia natural?
La cabeza le daba miles de vueltas a causa de tantas preguntas en tan poco tiempo.
¿Dónde se suponía que estaba?
Despertar alrededor de decenas de ojos que la observaban sin descanso como si fuera un mono de feria, no hacía más que asustarla y agobiarla.
Por no hablar de que no recordaba absolutamente nada, que hacía que su cabeza solo pudiese darle vueltas y vueltas al misterioso asunto.
Derramó una sola lágrima, que limpió rápidamente con disimulo.
"El dolor provoca debilidad. Jamás digas que algo te duele"
Tampoco podía recordar quien le había dicho aquello. Y lo peor es que era un buen consejo.
—¡Niños! ¿Acaso no veis que estáis asustándola?—las puertas de aquella oscura habitación se abrieron de un fuerte portazo, que sobresaltó a todos los niños, incluyéndola a ella.
La voz, que había sido suave y dulce, se abrió paso entre esa muchedumbre de dulces y curiosos infantes.
La persona que había hecho que su interrogatorio no era más que un niño que no debía sobrepasar la edad doce años. Y aún así, todos los de la sala obedecieron a una orden silenciosa y se apartaron de la rubia.
《Tiene un cabello hermoso...》 se descubrió pensando una vez este llegó a su lado. El chico se arrodilló ante la recién llegada y le sonrió con una sinceridad que le encogió el corazón.
Por alguna razón que desconocía, podía sentir como cada fibra de su ser se estremecía ante aquella agradable sensación.
《¿Por qué se siente como si fuera la primera vez que alguien es amable conmigo?》
Toda su cabeza era un mar de preguntas, que lastimosamente no sabía responder.
—Chicos, ¿No es la hora de la cena?—inquirió de una forma cariñosa pero seria, que ocultaba una orden silenciosa.
Todos ellos asintieron y le hicieron una leve reverencia como despedida a la desorientada niña, que todavía estaba acurrucada en un rincón de su cama, vistiendo un tipo de ropa muy exclusiva y peinada con mimo y paciencia.
—Lo siento—se disculpó el chico, sonrojándose levemente.—No suelen ser así de... agobiantes. La razón de tal alboroto es que hacía tiempo que no nos llegaba un nuevo hermano. Hermana, quiero decir.
El cabello del niño fascinó tanto a la joven que ni siquiera se molestó en prestar atención a sus palabras.
Irónicamente, observar como le caía despreocupadamente por ambos lados del rostro, como si fuera una cascada de plata líquida, la hizo temerle un poco menos a aquella tétrica casa.
Y es que él parecía un ángel caído del cielo para salvarla de todas sus penurias.
Desde la posición en la que se encontraba su salvador, su cabello plateado era como una linterna entre tanto mal.
Ella intentó articular algo coherente como agradecimiento, pero nada salió de sus cuerdas vocales.
—¡Oh, ya! No debes preocuparte por ese pequeño problema, a todos nos ocurre cuando nos traen. Creo que es algo parecido a un efecto colateral del miedo.
El niño se levantó del suelo y se sentó a su lado, en la cama. Alzó su mano y, sin dar cuenta de sus actos, acarició las hebras doradas que tan raras eran en Novak Ville.
Ningún otro hermano suyo tenía el cabello de ese color.
Los había color castaños, pelirrojos e incluso plateados como el de él, pero no rubios.
—Se te pasará.—afirmó apartando el contacto con rapidez una vez ella se le quedó mirando consternada y roja como un tomate.—Mi nombre es Keegan, pero si quieres, puedes llamarme Kee. Todos lo hacen.
La rubia volvió a articular una frase, sin éxito alguno. Al final, frustrada, comenzó a gesticular de forma exagerada con sus manos.
《Yo...》señaló su pecho repetidamente.
—Tú...—murmuró el chico.—Quieres hacerte entender así, ¿verdad?
Ella sonrió de manera escueta y asintió con rapidez, mientras con un dedo escribió una palabra en el aire.
《Stella》
Keegan frunció el ceño y ladeó la cabeza, confusa.
—No consigo entender lo que me intentas decir, chica.
Desesperada por hacerse entender, buscó por toda la habitación algo que pudiese servirle.
《Bingo》
Llamando la atención del chico, señaló una de estrella que estaban dibujadas en su techo, que parecían brillar en la oscuridad.
—¿Estrella?—la rubia agitó las manos en señal de que se había acercado bastante.—¿Stella?
La aludida dio saltos de alegría mientras daba palmadas. Una vez su efusividad cesó, pulió una hermosa e ingenua sonrisa, que siguió a Kee hasta en sueños.
Para su sorpresa, se encontró devolviéndole la sonrisa sin ni siquiera percatarse de que lo estaba haciendo.
Aquello le pareció un verdadero ultraje a lo que él era.
El chico sacudió la cabeza ante aquel sentimiento tan raro y agradeció que los niños estuvieran fuera de la habitación desde hacía rato.
—Bueno, Stella, espero que sepas lo que te haces, ¿Vale? Esto ha sido decisión tuya.—Kee se levantó de su cama con parsimonia, observando con disgusto los gruesos barrotes que tenía el enorme ventanal de ese cuarto.—Bienvenida a la mansión de los Malditos.