Dos años atrás…
Las vacaciones de fin de años seguían atascadas en el 4 de enero de 2022. No decidí hacerme ninguna promesa durante el año, solo continuar con lo que había estado haciendo: mantener la calma en mi zona de confort, no explotar, no matar a nadie, no suicidarme.
No era mucho, pero quería estar en paz con eso.
Quería estar en paz conmigo mismo.
Era lo suficiente que podía hacer después de todo lo que venía cargando.
Había meses en lo que podía estar bien el tiempo suficiente para decirme a mí mismo que ya ha pasado y que sí, estaba bien. Pero cuando esos bajones humeantes y llenos de incienso surgen de la nada, sabes lo que viene a continuación: dolores incontrolables en el abdomen que te tienen retorciéndote en la cama, casi hasta las lágrimas, y no sabes cómo calmarlos de una puta vez.
La pasada noche, mi mejor amigo Ricardo, me escribió un mensaje después de nuestra última conversación que fue el domingo.
Su mensaje era sencillo: Hola.
A lo cual yo le respondí de manera más animada, con un: ¡Hey! ¿Cómo estás?
Ni un minuto después, recibí otro mensaje que decía: Necesito ayuda, con un sticker de un gatito con cara llorosa.
Mi respuesta inmediata fue: ¿Qué pasa?
El mensaje quedó sin respuesta durante unos tres minutos, hasta que lo siguiente que dijo me tomó por sorpresa.
Habitualmente hablábamos de cosas como el trabajo y rara vez de la vida personal de otro.
Mencionó algo de su pasado que le estaba afectando mucho en esos momentos y que no sabía cómo expresarlo. Intenté comprender, quería que se explicara bien, que me explicara por qué.
Poco a poco, comprendí algunas cosas, y logré llegar al punto de lo que le estaba pasando: reprimirte al momento de querer expresarte. Lo cual conlleva a la incapacidad de ser honestos con otros y nos impide ser honestos con nosotros mismos. Claramente, es un asco. Y a veces la familia es el seno en donde nace eso. No importa lo que hagas, igual para otros sigue siendo insignificante. No importa el esfuerzo, si eso significada nada.
La mezcla de emociones nos hace perder la cabeza. Y cuando intentamos expresarlo, acabamos con un nudo en la garganta, porque ni nosotros mismo lo entendemos. ¿Es difícil entender eso?
Al seguir hablando con él, seguía buscando la forma de que hiciera algo si le parecía bien. Pero si no puedes hacerlo tú mismo, ¿qué instrucciones puedes dar? Aunque creas que has dado un gran paso, sabes que no es muy grande. Pero, ¿cómo puedes romper esa barrera?
Mi voz se había silenciado en ese momento, incluso al tener la intención de querer enviar una nota de voz. Lo cual no hice. Me puse el móvil en el pecho y miré al techo.
En ese momento estaba totalmente desnudo en mi cama. Desnudo ante la vida. Mientras por dentro también estaba procesando eso que Ricardo me había dicho y cuestionándome a mí mismo.
Es una tontería decir que está bien desahogarse cuando uno mismo no se desahoga. El miedo a equivocarnos también nos hace cometer errores porque nacemos con la idea de que tenemos que complacer a los demás con nuestro comportamiento porque haciendo lo correcto obtendremos lo correcto, pero ¿quién nos lo asegura?
Entendía sinceramente a mi querido Ricardo.
Crecemos con inseguridades sobre el mundo, sobre la gente y un miedo creciente al rechazo. Esto se manifiesta de muchas maneras, así que nos cubrimos con distintas capas para no dejar ver nuestras inseguridades. Cuanto más le pedía que lo escupiera, más indirectamente me lo pedía a mí mimo.
Sentí el escarmiento.
Al final, no pude hacer nada para ayudarle.
Simplemente estuvimos de acuerdo en que era difícil.
Y aunque las palabras no funcionen, lo único bueno es que, si quería, sabía cómo y dónde encontrarme, y que estaba ahí para él; como yo sabía que él estaba ahí para mí. Aunque no supiéramos cómo ayudar al otro a resolver los problemas de su vida, habíamos prometido no dejarnos solos.
Después de veinte minutos le pregunté cómo iba y sin ningún cambio rápidamente cambió la conversación para decirme que su novia le había enviado una foto de sus pechos y luego le reclamó que no era muy abierto y que no quería eso. Le pregunté si le había enviado algo y me dijo que no, cosa que pude entender. Aunque Ricardo era muy sexual, en cierta medida también era muy reservado. Tampoco quería que una foto o video de su pene estuviera rodando por todo el internet. Posteriormente se puso a contarme unos chistes y hacer algunas bromas de forma no del todo convencional. Me hizo reír y sentirme un poco más tranquilo, al saber que él también se sentía un poco mejor. Solo necesitamos a alguien que nos escuche. Por eso, él y yo nos habíamos hecho grandes amigos…
Suspiré.