Stay

El beso detrás de la ventana

Era una pausa de mi vida.

     Una disputa que reclama solo algo, como la de Oberón y Titania, por un niño humano que reclaman como su protegido. Donde Oberón envía a Puck a usar un elixir mágico para manipular las emociones de los personajes y resolver el conflicto.

     Donde el encuentro es el elixir y el removimiento de mis sentimientos del pasado no es una pócima que busca acomodar un conflicto, sino más bien un veneno que se remueve en mis entrañas.

     Parecía haber olvidado aquello.

     Parecía que el espacio de tiempo que había sucedido desde esa noticia y los meses acontecidos desde ahí hasta ahora en donde estaba, solo hubiese sido como un sueño. Me había a costumbrado a hacer borrones en mi memoria para no tener que mortificarme de tener tantas preguntas en la cabeza; y lo único que mantenía es la parte del trabajo. Como si hubiese dado un salto entre todo lo ocurrió y que lo que quedaba debajo de mis pies simplemente no contaba, hasta llegar a la otra orilla y sentirme seguro.

     Tras un abrazo distante antes de marcharme con mi padre, que se tensó en mi espalda. No cabía duda de que mi padre y el empresario que era se habían vuelto uno, incapaz de ser separados. O en mi caso, no saber cuál era cuál. Porque parecía que tenía más que ver con el trabajo que con lo que realmente me estaba pasando. Quería decirle algo de todo corazón, pero cuando le vi, me callé. Consideraba que era buena la relación si la manteníamos así, con tal de tenerlo cerca y no estar alejado. Era la única forma.

     Ricardo había decidido salir de su casa y encontrarse conmigo en un lugar cercano al Parque Boston Common…

     Se lo veía más relajado después de un descanso provisional como le decía él a querer evitar cualquier hecho que le causara un estrés de por medio, en las situaciones bastante arbitrarias que le estaban sucediendo.

     Hace más de dos meses que mi padre tomó la decisión de mi nuevo puesto, aunque aún no se había fijado la fecha para cuándo yo lo sustituyera.

     Se lo veía bastante tierno a Ricardo con su helado, como un niño emocionado en un día de feria. Teníamos una edad parecida cuando nos conocimos en Londres, solo que él es un año mayor a mí.

     Éramos como dos piezas de un rompecabezas que se encontraron por casualidad en el caos de una gran ciudad. A sus 1.75 m de altura. Era mucho más alto que yo a mi promedio de 1.65 m, por lo que tengo que levantar la cabeza para verlo bien. Entonces tenía el pelo castaño oscuro; ahora se lo teñía de un color miel que le daba un aspecto más suave, corto y ligeramente espeso.

   Aparte de su personalidad, su rasgo más llamativo son sus profundos ojos color avellana. Extremadamente expresivos. Suele llevar el vello facial bien recortado, que acentúa la estructura angulosa de su rostro. Una sonrisa de infarto y unos labios bellamente curvados. «No muy a la moda», como dice él, prefiriendo estar cómodo. Aun así, sea cual sea la ropa que use, es un hombre al que le queda bien cualquier cosa.

     Si buscas la perfección visual en una persona, quizá la encuentres en él.

     Nos hicimos compañeros de piso en la universidad por pura casualidad. Un pequeño paraíso en medio del ajetreo del campus: con posters de nuestras bandas favoritas, —típico de los jóvenes estadounidenses—, pero aquí yo prefería a Adele, y me gustaba Laura Pausini, por lo que por ella sé un poco de italiano (algo que Ricardo también lo sabe, porque no lo ocultábamos el uno al otro); estanterías apiladas con libros, y unos cuantos trofeos deportivos que Ricardo había ganado en algunas competiciones cuando era joven y que se había visto obligado a traerse de casa de sus padres.

     A veces nos gastábamos bromas el uno al otro delante de las chicas, para aparentar originalidad. En el campus, éramos notorios artistas del flirteo y la seducción —como nos habían apodado—, pero más por diversión. Porque nuestras aventuras románticas pueden calificarse de rotundos fracasos.

     Aunque tengas belleza, gracia y todo lo que crees que necesitas, no siempre te puede ir bien en una relación. Se notaba en las últimas cinco chicas que Ricardo quería hacerlo oficial, pero todas tenían una excusa para dejarlo —y esta última y actual chica para la fecha era un poco tóxica y como amigo tenía que reservarme algunos comentarios y apoyarlo en lo que pudiera—.

     Por otra parte, nos dimos cuenta de que la verdadera esencia de nuestra amistad residía en el hecho de que podíamos confiar el uno en el otro, ya fuera para conspirar por amor o para consolarnos cuando las cosas no iban tan bien como esperábamos. Por eso se las arregló para venir a verme.

     Se dice que el alcohol saca un lado de nosotros que no conocemos.

     Después de esconderlo durante tanto tiempo, fuera de una fiesta organizada por el grupo de tercero A, en la terraza de la residencia. Mientras Ricardo me ayudaba a bajar las escaleras, decidí sentarme en el alféizar de una de las ventanas del tercer piso y ver cómo se besaban dos chicos; y fue entonces cuando lo sentí con más intensidad: lo echaba mucho de menos.

     Sabes exactamente cuándo algo es asfixiante. Cuando algo te oprime el pecho como una pesada que sientes que cada respiración es una lucha; como si el mundo se cerrara sobre ti y no tuvieras adónde huir. Atrapado en un entorno que te asfixia emocional, física y mentalmente y siente ganas de llorar, pero no lo haces.  




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