Presente…
El deseo es un efecto carnal. A veces no sabes cómo surge y, si no sabes controlarlo, puede llegar a ser desenfrenado.
Lo que debería haber sido una amistad, nada más, pasó de ser un miedo intangible a una curiosidad en mi corazón, y el aprecio que sentía se convirtió en algo diferente, algo que solo se daba con él.
Sonrío como un autómata con un toque de capricho…
Mi padre camina y saluda a todo el que se cruza con él.
«Qué estupidez».
No es que fuese la gran cosa, pero era la gran cosa. No sé si me doy a entender. Me giro con cuidado para no caerme.
No hay duda de que tiene una debilidad, aunque lo niegue. Su debilidad soy yo. Su hijo. Su mayor preocupación.
Le seguí cohibido entre la multitud hasta que por fin nos detuvimos. Mis pies se sintieron por fin aliviados. Últimamente subían y bajan dentro de la empresa. Próximamente después mía, sin saber cuándo, al fin y al cabo, habían pasado más de dos años desde eso.
—Deja que te presente a Michael —no había necesidad que me pida permiso. Ya lo está haciendo—, es un antiguo compañero mío de universidad.
Vale.
Por no hablar de un rival deportivo en el instituto y un interés amoroso en la universidad.
A mí no me engañaba con esa historia de cómo conoció a mi madre, cuando él había terminado de trabajar y estaba tumbado en la barra de la cafetería y la vio a ella entrar empapada, y que cuando la miro a los ojos supo que iba a ser el amor de su vida.
En un cuento perfecto.
Una historia de amor perfecta.
Pero mi madre me dijo que no era así, y a juzgar por los detalles de la tensión entre mi padre y Michael en la universidad, mi padre era un tipo bastante espabilado, y cuando se trataba de algo personal, era bastante obstinado si quería tenerlo, si eso significaba arrebatarle la novia a Michael.
Puedo entender por qué sigue haciéndolo hoy en día cuando quiere alcanzar ciertos objetivos. Años después de esa relación, nací yo. Aunque para ser honestos, Michael no es un hombre que se avergüence de su pasado; teniendo en cuenta que mi padre también era bastante desvergonzado.
Años más tarde, por alguna razón especial, volvieron a hablar y a tener puntos en común sobre ciertos temas. No es descabellado hacer las conexiones necesarias dentro del mercado y la bolsa valores, sobre todo si el actual ministro nacional de deportes está de tu parte: un hombre blanco de aspecto militar y pelo gris que brillaba como la arena del desierto.
Levanté la vista, fruncí los labios e incliné ligeramente la cabeza como para mostrar un poco de confianza, mientras mi mano se estrecha con la Michael.
Justo a su izquierda, acompañándole, estaba una chica de treinta y cuatros años, a la que podría haber tomado por mi hermana si lo hubiera sido —pero debo aclarar que no lo era—, estando con un hombre de casi llega a la tercera edad.
La miré de reojo: guapa, de mediana estatura, caderas turgentes, vestido blanco con abertura en la pierna, perfecto para la ocasión y muy glamuroso.
No estoy criticando a Michael, todavía tiene buen aspecto. Solo que para su edad… Mejor me ahorrare los comentarios. Pero es su tercer compromiso y llevan dos años casados.
El récord de Michael es de tres años como máximo, como ha venido siendo con cada una de sus ex esposas. Al menos espero que pueda batir ese récord con ella. Aunque lo dudo. El único factor redentor es que no tiene hijos, lo cual es sorprendente.
Si ella tiene un poco de visión dentro de unos años, quizás herede todo lo de él.
Mi padre continuó:
—Y su esposa, Emily —hizo una breve pausa, dirigiendo su mirada a la otra chica con aire de complicidad, ligeramente silenciosa, como si esperara un milagro, hasta que dijo—: Y ella es Samanta.
Que, por razones que desconozco, no había entrado en mi radar.
Hice una breve pausa, pensando qué hacer a continuación. La forma en que había dicho su nombre, la forma en que había movido las manos cuando me la había presentado… ¿Era lo que estaba pensando? Sí, era lo que estaba pensando.
El bullicio de la multitud se dispersó. Vuelvo mi atención hacia otro punto de preocupación: un escenario difuso.
Cada uno de sus movimientos era como una brújula densa que me indicaba lo que debía hacer.
—Alguien que está deseando conocerte —dijo al fin.
Ya sabía por dónde iba.
Su voz me devolvió a la realidad.
¡Vale, que sí que la he pillado!
Jugué con mis labios, esbozando lo que parecía ser una sonrisa como por las pasadas cinco horas que me he dispuesto hacerlo.