Stay

El ascensor

Créanme, lo encontré, pero no tenía la valía aún de poder decírselo.

     Quería evadir una pregunta más profunda de mi hacía mí.

     Resulta difícil el separarse y el superar, cuando físicamente sabes que estas en un lugar, pero tu mente y corazón están en otro.

     No lo sé…

     Incluso cuando lo vi en ese ascensor aquella vez y tropezarme con él. En un día en que mi yo no estaba con los pies puestos en la tierra. Fue como encontrarme en un desierto en una noche estrellada, como si el universo se abriera ante mí. Con su sola presencia me hacía querer quedarme y apreciarle toda la vida.

     Fuimos lo que fuimos en un momento: solo amigos.

     Sus ojos cansados hacían que me doliera el corazón. Pero al ver mi reflejo en el espejo o, en este caso, el reflejo de cuando estábamos dentro antes de que él saliera; éramos como un par de extraños que se ven por pura casualidad. Y allí mismo reaparece ante interrumpiendo mi mundo una vez más. 

     Y así es como lo sentí.

     Otra vez.

     Nos miramos.

     Me pareció cauto en esa línea que se dibujaba en la comisura de sus labios con sutileza.

     ¿Cuánto tiempo había pasado desde un gesto así con alguien?

     Solo…

     Solo agradecía por ese encuentro espontáneo. Diferente. Que me dejaba sin respiración mientras le veo salir del ascensor.

     —Lo siento…

    De repente me sentí atraído por su voz, que me hizo mirarle de nuevo. Era como si el ascensor se hubiera olvidado de cerrar las puertas. Sucedía eso que ni siquiera puedes explicar, pero sabes que está pasando, ¡Por el amor de Dios!, está pasando.

     —…Estoy un poco distraído —terminó de decir.

     —No te preocupes por eso —respondí, resistiendo el impulso de querer lanzarme hacía él y abrazarlo—. También estoy perdido en mis propios pensamientos.

     En los que solo estas tú.

     Se quedó quieto.

     ¿Me estaba dando más tiempo para apreciarle?

   Las puertas del ascensor se cerraron, dejando ahí su imagen que apareció y desapareció tan repentinamente.

     Me fije después que mi propia voz se rompía internamente. Quería llorar. El nudo en la garganta me ahogaba cada vez más. Desanudarme la corbata o desabrocharme unos botones no era suficiente. No lo era.




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