Emily rompió la tensión. Soltamos unas risitas e incluso sentí juguetonamente un ligero golpecito en la espalda.
—¡Y la actitud también! —y volvió a escrutarme con la mirada—¿No?
¿Se supone que eso tendría ser cómodo?
—Sí —respondí con calma.
Samanta estaba en silencio.
Me estaba prestando atención.
Detrás de la ligera fachada en la que intentaba mantener la calma. Por el aspecto de su cara, parecíamos tener la misma edad. marrones con un toque de verde como los míos, escudriñaban cada uno de mis movimientos. Su pelo oscuro y ondulado le cae hasta la línea de donde comienzan a formarse sus pechos, tenía los labios pintados de un rojo intenso y llevaba un collar al cuello con pendientes que le colgaban hasta el escote.
Provocativa.
Se acercó un poco más a mí con confianza. Por dentro quería que retrocediera dos pasos, pero la mano de mi padre me detuvo por detrás. Puede que las mujeres me gusten hasta cierto punto, pero en este caso no quería centrarme en eso. No, por ciertas razones que ya tenía, y esas razones me bastaban.
—Hola —susurró un poco avergonzada.
¿O tal vez era así como quería aparecer? Delicada, ágil, y luego al ataque con el vampiro en menos tiempo del que esperaba.
Y he aquí por qué: la timidez desapareció rápidamente al notar que su actitud cambiaba a una más relajada, como si nos conociéramos de toda la vida. No había duda, era seducción. No era tonto.
Una cosa de la que quizá ella no se dio cuenta, tal vez era que en una vida pasada fui un cazador de vampiros, un conocedor de las incursiones de Drácula: un Andrew.
Compartíamos la misma sangre —pero si está tratando de engañarme, está muy equivocado— Yo también tengo experiencia en eso, y un mejor amigo que me entrenó.
«Oh, Ricardo, te necesito más que nunca».
Pero ya dije que me iba a defenderme solo y voy a hacerlo, y quiero que esté orgulloso de mí porque su mejor amigo lo hizo.
Mi padre me insinuó al oído que no nos interrumpiría y que nos iba a dejar solos un momento para que pudiésemos socializar de «cosas de la vida». Me quedé quieto y no me moví. Me quedé quieto un momento, mirando a Emily y Michael, que desviaron la mirada.
¡Por el amor de Dios!
Quedo más que claro que era un encuentro facilitado en un equívoco ambiente de incompatibilidad. Puede que sea una mujer más directa y atrevida, según el trato establecido. ¿Dónde podemos establecer una conexión? Mis alarmas en la cabeza estallaron. Bueno, aunque los polos opuestos se atraen, ella no es mi polo opuesto, y quizá sólo haya atracción, no interés más allá de lo físico.
Tras unos minutos observándola, analizando y escudriñando cada uno de sus movimientos, el bar se desdibuja como una autopista sin final a la vista, los cócteles como coches a punto de chocar; tal vez para salvar mi vida me arriesgaría a desabrocharme el cinturón y lanzarme por aquella puerta. Había dos posibilidades: una era que mi vida acabara allí, la otra era que quedara inconsciente y me despertara con amnesia, lo que en cierto modo sería reconfortante.
Era como si estuviera paseando por una concurrida calle de la ciudad, observando a la gente a mi alrededor y fijándome en lo que parecía una pareja que estaba disfrutando. Emily, te he bajado del pedestal. ¡La traición hermana!
Recuerdo las palabras de mi madre: «Una conexión verdadera, sin adornos, es una transacción real, sin máscaras ni fingimientos. La esencia de la conexión es inmutable».
No pude evitar soltar una risita al pensarlo. Me sentía estúpido solo de pensarlo. Alargué la mano y la puse en la barra, sujetándome la cabeza con la otra en una pose que exigía atención.
—¿Utilizas la aplicación que desarrolló tu padre?
—Sí, más o menos.
No sé por qué siento la necesidad de responder a esa pregunta. ¿A caso no nota que no me está interesando?
«¡No!»
Esa es la respuesta que más me apetece decir.
No era realmente de mi interés. Por lo cual llegó a mi mente otra razón que me hace beber otro Martini: no me gusta la persona que tenía delante, deseaba a alguien más.