Pasado…
Escudriñar en el pasado puede ser doloroso y lo suficientemente amargo, dependiendo de que parte del mismo estemos mirando.
Mi madre siempre ha sido el tipo de mujer que busca ver un lado positivo para las cosas —o más bien, aún hoy intenta demostrármelo—. Hay cosas cuya verdad es más profunda que no se puede ver ni sobre la primero a segunda capa de la piel. Pero son tan suabes que se pueden arañar con tan solo probar un vino, como es mi caso; que creías que dabas por sanadas.
La trama es mucho más complicada de lo que parece, pero es lo único bueno que he conservado. Es como una obra dentro de otra, donde un grupo de artesanos atenienses ensayan una obra —valga la redundancia— para presentarla en la boda del duque Teseo y la reina Hipólita; donde consideraría que lo que había pasado entre nosotros era eso; donde los caprichos de un duende pueden llevar a resultados indefinibles que complican la representación y el final de la misma.
Estaba enfrascado en un informe financiero —desde que me propuse hacerlo—. La luz de mi iPad atravesaba el cristal de mis gafas, con mi cuerpo apretujado bajo las sábanas, mientras estaba celosamente anclado en aquello que está guardando en lo más profundo de mi ser; perdiendo el ritmo de que hago, próximamente el sueño, y pensando: ¿qué será de él?
Esa mañana, la oficina bullía de emoción por mi aparición en la Revista Conexiones Modernas. Me dieron una calurosa bienvenida y me felicitaron nada más llegar a la oficina. Estaba agradecido, pero no era para tanto.
Sophia era entonces la nueva cara del Departamento de Marketing; veintinueve años, chic, talla grande, pelo corto y de colores. Se me acercó entusiasmada cuando me vio en el pasillo.
—Enhorabuena —susurró con voz dulce, y luego tendió su mano—. Sé que te gusta el té de hierbas por la mañana, así que… Aquí tienes.
Me dio guiñó.
Su sonrisa era encantadora.
Me hace gestos así siempre que tiene ocasión. Yo sabía que yo le gustaba de alguna manera, pero prefería ocultarlo.
No soy el tipo de jefe que se acostaría con una de sus empleadas porque, al fin y al cabo, para ser sincero, no quiero acostarme con ella; porque por ningún motivo me atrae. Estaba seguro de que alguien llegaría a su vida si realmente la desea tanto como sus ojos muestran aprecio por mí.
Me limité a dedicarle una pequeña sonrisa, tomé el té —de que, por ya, era mi favorito—, y continué mi camino hacia la oficina.
Siempre he sido un hombre de pocas palabras, y la única persona que podía hacerme hablar y reír hasta el cansancio era solo él, y hace años que no estaba en mi vida.
Caminé despacio con nada más que planes para el día en la cabeza. Tenía que ir al gimnasio después del trabajo, luego volver a casa para llevar a mi gato, Cosmos, al veterinario, ya que le habían detectado una pequeña anomalía intestinal y habría que examinarle más a fondo, y había hablado con el médico para que le dejara pasar la noche, ya que iba a cenar con mi madre después de eso.
Algo que había desarrollado durante los años era un pequeño tic nervioso de empezarme a rascarme las manos, a veces de forma incontrolable, y realmente lo odiaba.
Unas horas más tarde me encontraba en la Caja de Pandora (una pequeña oficina de la empresa), un espacio moderno y minimalista de paredes negras con diseños abstractos de madera y detalles dorados que se atenúan con luz.
Yo estaba sentado alrededor de una mesa de cristal pulido, intercambiando miradas con Sophia de vez en cuando, mientras —como era nuestro estilo en aquella época—, hablábamos con cierto gusto de las próximas negociaciones para conseguir más de la empresa.
David entró en la habitación, se puso al lado de Sophia y le dijo:
—¿Qué te parece desarrollar una nueva función de compatibilidad basada en la posición de las estrellas? —Sinceramente, lo dijo para ver la reacción de Sophia, y lo consiguió.
No soy creyente de los astros ni en que afecten al amor. Siempre he tenido esta idea tonta, donde es comprensible tener creencias tan arraigadas, sobre todo cuando se trata de la herencia cultural o de ideas populares de la sociedad. Soy una persona que actúa más que esperar a que ocurra un milagro, pero tengo que tragarme esto último debido a una sola cosa en mi vida.
El efecto de la astrología en el amor es un tema que se ha debatido durante siglos y, naturalmente, algunas personas lo ven como una idea a la que aferrarse para encontrar una persona significativa. Para mí no es así.
La gente siempre está buscando explicaciones o patrones para entender sus relaciones, y por eso el hecho de que no tenga a veces la fuerza para poder dedicarse a conocer y vivir a las personas con quienes están. Complican las cosas y acaban siendo un caos. Eso da más a entender quiénes son y de quiénes realmente tienen de frente.
Incliné la cabeza hacia un lado, mi cuerpo se balanceó en la silla y, por una vez, quise dejar todo lo que estaba haciendo. Hablar por hablar y facilitar a la gente la búsqueda de su media naranja ideal es una tortura; y depende de nosotros.