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Consejos

De pie en la cinta de correr, con los auriculares puestos y la frente empapada de sudor —queriendo omitir un poco lo del trabajo o lo de mi madre—. Me detuve para hacer una pausa y beber unos sorbos de agua. Sentía mucho calor y tenía la cara roja cuando me miré en el espejo. Fue entonces cuando vi a Ronald, que se acercó a mí y, muy cariñosamente, me frotó la espalda y me dijo que lo estaba haciendo bien. Sin embargo, por la expresión de su cara deduje que intentaba decirme algo más que eso.

     Y lo dijo:

     —Tengo una cita con esta chica —me dice alegre, como si fuera lo mejor que le ha pasado nunca, y lo parece, mostrándome la pantalla de su móvil. —Has desarrollado una aplicación que me va muy bien.

     Quizá lo diga por comodidad, después de todo, soy un cliente fiel suyo. Así que podría ser mutuamente beneficioso. Pude ver a una chica muy guapa en su pantalla. Siempre ha dejado claro que busca a alguien de su edad que tenga las mismas experiencias que él, o en otros casos, alguien un poco diferente —aunque no sé realmente a que se refiera con «diferente», solo sé que vi un mensaje llegar de ella, y algo más debido a que sin darse cuenta abrió sus mensajes. ¡Oh, vale! Lo que mis ojos veían no lo puedo decir. Pero dejando eso a un lado, por lo que me dijo, entendí que hablaba en serio. Expresé algo de «sorpresa» y me alegré sobre lo que le estaba pasando.

     —¿Pero? —Levanté una ceja, intentando olvidar lo que había visto. Definitivamente de él, no de ella. Tengo que dejarlo claro. ¡Demasiado claro!

     ¡Joder que gran prospecto!

     Me siento un poco intimidado.

     Pase algo de saliva.

     —Necesito consejo.

     ¿Yo?

     Por supuesto, a quién más se lo está pidiendo.

     Pobre incrédulo. Me entraron ganas de reír, pero me contuve. Fruncí ligeramente el ceño, mirándole confuso.

     Antes de que pudiera responder, hice como que no vi su foto y deslicé el dedo suavemente fuera de su tablón de mensajes, y cuando volvió a mirar la pantalla, parecía que acababa de estar mirando la foto de ella. Sentí un alivio.

     —Tú debes eres el experto en esto.

     Estaba decidido a no creerlo.

     Si nos tomamos un momento para mirarnos, nos damos cuenta de la enorme diferencia de nuestras definiciones. A mis veintinueve años, ¿creería que algo me va bien? Que no divulgue mi vida privada no significa que me vaya bien. Todo lo contrario.

     Por simpatía, por no querer parecer idiota. Porque tampoco debía dar esa impresión. Finalmente accedí a darle algunos consejos con lo poco que sabía. Si eso significaba no saber casi nada, bueno, está bien. A fin de cuentas, no es más que otra persona que espera creer todo lo que le digo, y eso es suficiente para convencerle de que le funcionará. Con una aplicación de citas como esa funcionando, la gente espera que los que estamos detrás de ella seamos completamente expertos en la materia. Pero no quería ser malo, solo sincero con lo poco que tenía.

     ¿En qué lío nos hemos metido?

     Ronald se rascó la cabeza, ansioso por escuchar mis consejos. Le propuse que fuéramos a las duchas para continuar nuestra conversación en un ambiente más relajado, y también por que debía salir temprano, y no quería andar apurado después de eso.

     Aun así, no podía quitarme esa imagen de la cabeza. Me pregunté si así se vería él sin ropa Me puse nervioso, tímido, y sentí un ligero calor en los pómulos.

     Estaba acalorado.

     —¿Cómo te llevas con ella? —pregunté mientras abría el agua de la ducha. Era la pregunta más estúpida que podía haber hecho después de ver todo esto.

     Ronald empieza a entrar en detalles sobre su relación con la chica, describiendo cosas, algunas partes no demasiado profundas, otras demasiado reveladoras, y ya sabemos lo que eso significa. Al escuchar sus palabras, mantuve la cabeza agachada y dejé que el agua me empapara por completo. Mi respiración salía en un leve jadeo y luego volvía a tomar aire, como si me ahogara en las olas del mar. Pasé unos minutos así hasta que le dije que lo más importante era una comunicación clara y sobre todo de saber cómo interpretar ciertos gestos.

Él acababa de mudarse a la ciudad y era de esperarse el tener que adaptarse a un nuevo lugar; lo cual no estaba muy lejos del chico raro que era yo, cuando era un inadaptado.

     Él era todo lo contrario a mí. Todo correcto. Todo perfecto.

     Sus ojos, entre marrones y verdes, vigilaban cada rincón. Su pelo negro lacio con toque ondulado en las puntas no bastaba para ocultar su actitud tímida; y era la primera vez que centraba mi atención en una persona así.

     Parecía intentar pasar desapercibido entre la multitud, pero le habían visto. Yo le había visto. Sentí una sensación extraña, pero algo diferente en el estómago, algo que no me molestaba. Me sentía fuera de lugar frente a él, solo en un mar de caras que me resultaban familiares pero extrañas; aunque su rostro era como un tatuaje en mi pecho. Por alguna necesidad, quería ser visto por él.

     En una clase de ciencias, nuestros mundos finalmente chocaron. Estaba sentado en una mesa vecina y cometí un error al hacer un experimento, por lo cual, casi prendiendo fuego a su mesa. Él se sobresaltó y me miró torpemente; yo me reí nerviosamente —mis manos me delataban—, y a él no le hizo ninguna gracia.




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