La melodía se convirtió en mi propia banda sonora mientras los rayos del sol poniente se derramaban sobre mí tras la ventanilla del coche. Simplemente no sabía que estaba haciendo. ¿Quizás solo estaba tratando de cumplir lo que me dijo un día y simplemente tratarlo como un extraño?
De repente, mi teléfono vibró y algunos mensajes empezaron a llegar rápidamente.
Sophia escribió: Holis… ¿Alguna noticia emocionante hoy?
Sinceramente, me encanta su dulce forma de escribir, es muy de su estilo. Detuve el coche para centrarme en eso. ¿Por qué esa pregunta justamente en ese momento?
Cuando leí que David decía que estaba muy contento porque se había comprado un juego nuevo e iba a jugarlo con su compañera de piso porque ella era competidora de videojuegos y quería apoyarle, me lo pensé un segundo y contesté de todos modos.
Escribí: Nada demasiado emocionante por el momento.
Pero lo sabes. Lo sientes.
Detuve la mirada en el retrovisor, donde quizás estaba en mi momento paranoico, viendo la débil imagen de sus ojos que me siguieron, dándome la ilusión de que estaba sentado en el asiento trasero del coche. Pero no era más que una mentira, una mentira que estaba dispuesto a creer por un momento.
Me regocijé en la dualidad de la coincidencia del encuentro y la excitación que la idea evocaba en mí, mientras estoy tirado en el sofá. Había vuelto de dejar a Cosmos en la veterinaria. La confusión de esa idea de que lo tenía cerca de mí se extendió hasta mi salón, interrumpida por una luz de la lampara en la esquina.
Quería volver a sentir su cercanía, volver a abrazarle, decirle: «Quédate. Quédate conmigo, porque mi vida no es la misma sin ti».
Había dejado mi chaqueta tirada en el piso, reanudando la conversación en el chat y organizando mis pensamientos. Sin siquiera prestar atención incluso a la serie que estoy viendo: The Crown, situado en el cuarto capítulo de la sexta temporada, casi cerca del final, pero eso ni me importa. La tenue luz que entraba por las cortinas beige hacía interesantes las sombras en el lateral del mueble del televisor, que parecía un espacio lleno de secretos.
Estaba impaciente por tenerlo.
En ese momento, la puerta se abrió suavemente y apareció mi madre, que entró tranquila. Parecía muy feliz. Y había otro plan que seguir esa noche.
—Cariño, ¿estás bien?
He estado un poco callado desde que empezamos a cenar.
Fuimos a su restaurante favorito, un sitio al que hemos ido tantas veces que me lo sé de memoria. Los meseros prácticamente conocen nuestra puesto sin ya reservarlo, y traen su vino favorito: un Syrah, muy bueno para acompañar una carne roja. Sin embargo, la noche no era como otras veces.
¿Cómo explicarle?
Uno de los chicos se acercó y preguntó si necesitábamos algo más, pero ella dijo que no, y yo también.
Me sentía atrapado en el silencio. Su vestido era precioso. Se había arreglado para la ocasión. Era su cumpleaños. Sin duda lo estaba arruinando. La atmosfera a mi alrededor se volvió más pesada. Quería esmerarme en esta ocasión, quería que ella fuera el centro de mi atención.
«Mierda».
—No es nada, mamá —dije, moviendo ligeramente la ensalada con el tenedor—. Son cosas del trabajo, ya sabes. Perdón si esto te hace sentir incomoda… es… es tu cumpleaños —quise sonreír.
La observé en silencio, con cierta sutileza, mientras se lleva la servilleta a la boca y luego la coloca lentamente en el borde de su plato. Desde luego, no parecía el de siempre, y me di cuenta.
No quería que me inundara con preguntas más profundas. Así que cambié de tema y le hice algunas preguntas sobre su día en el salón de belleza. Tal vez eso salvaría la conversación ¿No? Sin duda, porque empezó a alardear y bromear sobre eso, lo que me dio un pequeño respiro.
Me relajé lo más rápido que pude, sin perderle de vista mientras me metía un bocado de carne en la boca. Tosí un par de veces por el mal trago que hice.
—Hijo —sonó preocupada.
—¡Estoy bien, no te preocupes! —Continué bebiendo el agua. No el vino, porque ya estaba ligeramente tocado, y una copa más, seguramente iba a sacar a relucir todo lo que me pasaba y tal vez, sólo tal vez, una lágrima rodaría por mi mejilla, con lo que me costaba mantenerlas dentro.
Físicamente no estoy presente en la cena. Pero por su bien intenté no estropearlo. Pero mi madre pareció guardar un poco de silencio. Oh, no. Carajo. Me miró intuitivamente.
—Sé que algo te preocupa. ¿Puedes decírmelo, por favor?
«Por favor».
No lo sé.
Sacudí ligeramente la cabeza. Hice un par de gestos con las manos. ¡Dios! No quería hablar de ello, pero debía hacerlo, pero en eso dije:
—Viste la revista.
—Sí, la vi. ¿Qué pasa?
—Nada. ¿Qué opinas? ¿Lo estoy haciendo bien?