Stay

Café Italiano

Pasadas las tres de la tarde, decidí escribirle y preguntarle cómo seguía. Me contestó que seguía vivo —lo que me alivio mucho—. Intercambiamos algunos mensajes breves hasta que decidí invitarle a tomar un café en algún lugar un poco apartado, y yo conocía una cafetería que sería perfecta.

Era un poco preocupante el que nos vieran juntos. Teníamos que tomárnoslo en serio. Lo bueno era que la cafetería a la que le llevaba era propiedad de un conocido mío, que me dijo que, si alguna vez necesitaba su ayuda, no tenía más que llamarle. La cafetería quedaba a media hora en coche, en un lugar apartado a las afueras de la ciudad.

Me miré un rato en el espejo, me arreglé el pelo, le dije a mi madre adónde iba y me despedí. Llevaba una camisa gris abotonada, pantalones cortos oscuros y zapatillas blancas de cuero —las habitúales—. No quería vestirme de forma extravagante para la ocasión.

El centro de la mesa de mármol blanco estaba decorado con flores frescas que olían de maravilla; las sillas de madera oscura eran perfectas. Iván tenía muy buen gusto. Su mujer, Alana, estaba hoy detrás de la barra comprobando algunos de los productos que se iban a servir ese día. Es una mujer encantadora y, en cuanto me vio llegar, no dudó en salir corriendo a saludarme muy solícita.

Iván está de viaje por el momento y sería ella especialmente la que se iba a encargar del servicio de nuestra mesa y darnos un espacio tranquilo en una zona de la cafetería reservada para invitados especiales.

La estantería de la esquina está forrada con todo tipo de libros que puedes coger y leer durante un rato. Es una sensación inusual. Rara vez solía venir aquí, solo cuando quería un lugar donde inspirarme, pero esta vez me acompañaba alguien especial. La inspiración más grande de mi vida —esperando no sonar muy exagerado al decir eso, pero así me sentía, siendo el capaz de dejarme vislumbrado—. Le vi llegar, vistiendo una camisa blanca, pantalones clásicos de casimir polilana sin cinturón y mocasines. No podía soportar la idea de que desapareciera ante mis ojos, así que le hice un gesto divertido.

—¿¡Siempre vistes así!?

—¿Así como?

—Luchando por vestir un poco informal —sonreí.

—Estoy acostumbrado a este estilo. Para mí, es todo lo que puedo entender.

—Olvídalo, me gusta.

Dejé escapar una sonora risa y bajé la cabeza, esperando a que tomara asiento junto a la ventana para admirarlo a la luz natural.

—Una café italiano siempre es una buena elección —comenté.

—¿Cómo has sabido de este sitio?

—Esto es de un conocido. Me ayudó. La mujer que viene ahí —indique —es Alana, su esposa.

Alana sonrió y puso un par de servilletas sobre la mesa. Nos miró muy fijamente.

—¿Qué les sirvo, caballeros?

—Puedo pedirte dos expressos dobles —lo bueno es que ya le había consultado antes de pedirlo.

—Un tiramisú, por favor —añadió.

—Muy bien, ya se los traigo.

—Gracias, Alana.

—De nada, pásenla bien.

—Mi madre solía llevarme a sitios como este y podía pasar horas sin aburrirme —expreso con una pequeña sonrisa y sus ojos bastante curiosos pasándolos por todo el lugar.

Claro que me acordaba. Siempre me contaba de ello…

No hablamos mucho. Pasaron como cinco minutos mientras esperaba a que llegase Alana, y hasta eso solo veíamos el paisaje de la parte de atrás de la cafetería por la ventana El cielo estaba un poco nublado, hacía un poco de frío y las calles parecían verse húmedas por el rocío. Parecía que iba a llover, pero no nos preocupaba.

El silencio es bastante cómodo. Pero…

No lo entendía.

Deseaba entablar una conversación con él, aunque por alguna razón desconocía cómo hacerlo. ¿Cómo puedo encontrarlo difícil? ¿Cómo explicarle que le había dicho algo a mi madre con respecto a nosotros? Me sentía ligeramente inhibido.

—Desde que he estado fuera, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que disfruté de algo así en compañía. Eso que con Ricardo hemos ido a muchos lugares.

—Te llevas muy bien con él.

—Es como un amor platónico para mí. Temía que al encontrarme contigo pudiese dejarlo. Pero la verdad es que no puedo y no lo haré. Lo siento, no quise decirlo de esa forma. No quiero que se mal interprete. Pero sí, le quiero.

—Las cosas entre nosotros ahora son muy diferente. Lo tienes a él, es solo de ustedes. Sin embargo, no quiero ser un destructor de la relación… Agradezco que lo tengas en tu vida, vuelvo y repito. Ambos somos adultos, ¿por qué tenemos que actuar como adolescentes? Al final, los sentimientos por cada persona son diferentes, y también lo son las relaciones que se mantienen. Algunas son más fuertes que otras.

—Estas siendo demasiado profundo.

—No lo creo. Solo estoy siendo lógico con esta vida que nos ha tocado. De lo que quiero asegurarme es de que estás bien.

—Lo de anoche…

—Dijo mucho entre nosotros dos —terminé de decir.




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