Desde pequeña, escuché decir a varias personas a mi alrededor: "Nada es para siempre".
Con el tiempo, nunca me detuve a preguntar el significado de esta frase ni lo que realmente escondía, porque para mí no era necesario; yo era feliz a mi manera.
Sin embargo, llegó el día en que esas simples palabras cobraron sentido, como si de la noche a la mañana todo a mi alrededor hubiera cambiado.
Antes de que la venda cayera de mis ojos, sentía que mi vida era relativamente normal. Tenía todo lo que necesitaba: risas, alegrías, amigos... y a Devin. Sí, él era mi mejor amigo, en quien confiaba plenamente, hasta que un día, sin previo aviso, se alejó.
Ese fue el inicio de una serie de eventos que, poco a poco, fueron apareciendo, como si me hubiera adentrado en un túnel oscuro en el que apenas había luz.
Quizás la vida, el karma, el destino o el universo mismo conspiraron para hacer que mi mundo se derrumbara como un castillo de naipes. Decepción, dolor, y una profunda sensación de traición llenaron mi ser. Sentía cómo, con el transcurrir de los días, el agujero en mi pecho se hacía más grande, y cada recuerdo dolía más. Había atesorado momentos especiales, pero quienes formaban parte de ellos se marcharon. No los juzgo.
La primavera siempre estuvo cerca, tratando de brindarme su calidez, pero dentro de mí solo había invierno. Alguien se quedó a mi lado, pero tenía miedo de que fuera otra cortina de humo que solo buscaba lastimarme. A pesar de todo, una pequeña parte de mí quería creer que esta vez sería diferente.
Esa misma primavera se quedó conmigo, incluso cuando su calidez comenzó a transformarse en un otoño...
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Editado: 26.11.2024