Stellaris: el epítome de una creación

Capítulo Único: Stellaris

(En un punto cualquiera del espacio exterior)

Más allá del principio de los tiempos, cuando el primer universo que fue habitados por los extintos unioxtes —sus habitantes, originarios del comienzo de todo— desapareció de la existencia; hubo un único ser que sobrevivió tan horrorosa catástrofe. Ese ser decidió tomar una nueva identidad que le valió el nombre de “Gran Ente” Consciente de su inmenso poder, decidió tomar el rol de creador.

Teniendo los materiales necesarios: vacíos, partículas dispersas sin rumbo, concentró lo segundo, consiguiendo formar un “cigoto” cósmico que, al unirlo con su propio poder, causó una enorme explosión, dando origen al espacio-tiempo que componen a la magnífica primera creación del superviviente.

Se hizo dos lados. El de Gran Ente; el de la naturaleza que actuaba por cuenta propia, con sus propias leyes, las llamadas leyes naturales. Uno se encargaba de pulir lo del otro. Para ayudarse a sí, el ser divino tomó siete pedazos de poder puro del centro de su propio ser.

Fueron llamados las “siete conciencias principales” Que le servían sin descanso ni reclamo. Sus nombres son Syvaksgloido: el protector victorioso; Eddensjia: lugar puro y natural; Exadrusk: el de seis lados; Maishklyle: la guerrera; Karuraida: la que anda con dificultad; Mirukunin: el guía de brillo estelar; Kylyatlelyna: la inmaculada y pura. Gran Ente no contó con que Mirukunin, El Estelar, se negaba a cumplir sus órdenes como las demás conciencias; el único remedio fue crear a una nueva que pudiera reemplazar su lugar, Orodomvelor: el que brilla como el oro

Con el pasar de los eones, el universo fue adquiriendo la forma que se conoce hoy en día, además de múltiples denominaciones dadas por sus habitantes. La más importante “El Primer Universo”

(Planeta Beleizeiva; año desconocido)

El cuerpo del pobre individuo no hacía otra cosa más que derramar su sangre sin parar. Sus asesinos, un hombre y una mujer descendientes de la raza de Adonis, se reían sin cesar por la “proeza” hecha.

—Hermana Ada, ¿tú crees que podremos mantener este crimen tapado? —preguntó con voz inquietante el varón. Su pelo mostaza contenía rastros del líquido rojizo.

—Claro, querido hermano Niso, será pan comido. Ningún conocido podría sospechar que nosotros matamos a un tipo de la raza de Hades; de los peores existentes en el universo —contestó la mujer limpiándose su largo vestuario color vino.

A continuación, la pareja de hermanos se miró, luego dieron un vistazo al Sol de su planeta que llenaba de luz cada uno de los parajes que pudiera existir. Ese Sol era compartido por los descendientes de la Raza de Afrodita, Astrea, Apolo y otros dioses del llamado panteón griego por los mortales de un lejano planeta llamado Tierra.

(Entre el extenso espacio exterior y las barreras del espacio-tiempo)

El gran Sol del planeta donde moraban todos aquellos humanos primigenios pertenecientes al linaje del dios Adonis, tenía por nombre Aidonesía. En realidad, se trataba de la estrella que los terrestres llaman Diadem; cuya ubicación según ellos es en la constelación de Coma Berenices o Cabellera de Berenice.

Sí se preguntan por cómo se llama el astro, dejaos que os diga que es Beleizeiva; una denominación puesta tras deformar al máximo la palabra bello o belleza.

Los adonianos tenían buen tiempo en él. Se dice que la suprema identidad llamada Gran Ente lo creó con la ayuda de su gran poder para garantizar a sus hijos un hogar digno. También les dio poderes para que pudieran defenderse de las amenazas, todos esos condensados en una semilla ligada a lo más puro e indestructible que podían tener. Esa semilla era la llamada Semilla del Alma.

De igual les creó su propia morada a incontables razas divinas, ¿la razón?

Antes de que pueda mencionarse, primero se toma en cuenta que hace muchos siglos atrás, los descendientes de las estirpes celestiales tenían por encargo proteger al planeta de otras especies que quisieran hacerse con su control, para ello tenían los poderes de la Semilla del Alma.

Su creación data de las épocas cuando entre los mortales ya se habían ideado diversas formas de vidas y mitologías; se desconoce la fecha o el lugar exactos. En un principio estaban en paz, los problemas eran escasos o no se hablaba de ellos.

La inverosímil armonía se destruyó por la ambición natural de querer ganar poder encima de los otros. Comenzaron las guerras entre divinos. No había bando alguno, todos estaban contra todos, incluso los más tranquilos. Ríos se tiñeron de sangre, campos llenos de cadáveres, violencia sin control reinaba sobre el mundo. Ni Gran Ente ni las conciencias podían estar todo el tiempo vigilando.

Entre los de mayor crueldad se encontraban los descendientes de: Morrigham1 Xipe Totec2 Supay3 Pelé4 Kali5 Ares6 y Osiris7

Cuando comenzaron las guerras, en la Tierra habitada por los homínidos, existían mayores concentraciones de "homo celestialis" que de "homo sapiens sapiens" Los inmortales eran mayoría, a menudo tomaban a los mortales para sus juegos y placeres, y a menudo también asesinaban a los hijos que tenían con ellos para ofrecerlos a sus dioses con el fin de ser bendecidos en las batallas.

Ante tanto caos, él o la Gran Ente se enfureció tanto que deseó borrar la Tierra entera. En instancias finales, su furia se acalló por Maishklyle —una de sus veintitrés conciencias; en términos simples: ayudante celestial— le brindó una maravillosa idea: dejar el planeta para los "normales" y crearles sus propias moradas a los "divinos"

Al Gran Ente le pareció increíble idea la de su conciencia. Grande fue su conmoción, que, en apenas tres días terrestres, decidió darla por realizada.

Primero ideó los nuevos hogares en distintos puntos del universo, aunque la mayoría se encuentran en las constelaciones de Escorpio, Ofiuco, Sagitario, Centauro, Orión y Cisne. Segundo, durmió a los habitantes del planeta con la ayuda de unas esporas provenientes de todas las plantas somníferas del planeta existentes.




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