Al año siguiente el invierno fue más frío, pero sorprendentemente más corto, las flores perduraron, y por primera vez en muchos años, alguien me esperaba en casa.
Al finalizar la temporada más oscura, tome toda la valentía que me quedaba y navegué por el río hasta llegar al lugar que alguna vez fue mi hogar. Las mariposas adornaban la vieja casa y al centro se encontraba el desgastado cuadro de la persona más bella del mundo; reflejando el inusual cansancio y dolor bañados de ternura y calidez que inundaba sus ojos.
Su cabello rubio caía delicadamente sobre su frente, sus orbes azules contrastaban perfectamente con su tez pálida, y en medio del lúgubre espacio, brillaban los rayos del sol que finalmente se posicionaban sobre el lienzo.
Esa pintura siempre fue la encarnación de la insuficiencia, no importaba que tan duro estudiara, trabajara o realizara algo, siempre era inferior a él, incluso físicamente, su apariencia noble y sofisticada se colocaba en un elevado pedestal que yo no alcanzaba ni con la punta de los dedos.
Despues de algún tiempo, dejo de importarme si era mejor o no, pero el complejo de inferioridad que dejó, fue solo el comienzo de mi propia destrucción, cada mañana evitaba mirarme al espejo, y a toda costa ignoraba el sentir de la felicidad, porque a fin de cuentas, con el paso de los años, note que tal cosa no estaba hecha para mi y mi sola existencia estaba entregada a la realización de la infelicidad.
Los únicos placeres que pude experimentar fueron el extasis del alcohol y la brisa nocturna, llegue a adorar el vino, y pronto se convirtió en un fiel compañero, cada noche, después del trabajo , el diablo se sentaba al borde de la cama y me ofrecía una copa de whiskey, era su favorito pero el más desagradable a mi parecer, con desgano tomaba la copa extendida y posteriormente la tiraba al gran rosal debajo del balcón.
El cornudo sonreía irónicamente, hacia una negación con la cabeza y después salía de la habitación, cada noche la escena se repetía, y solo podía aceptar que estaba tan destrozado como los fragmentos de un corazón podrido. Finalmente, el que ahora él estuviera muerto, no significaba nada para mí, pero si para el entorno que me rodeaba, ciertamente, hubieran preferido mi muerte antes que la del tipo, sin embargo, yo ya estoy muerto en vida, y es el hecho de existir el que me hace vivir en una agonía constante y nefasta de la que no puedo escapar.
Deseo tocar el cielo y descansar, pero, yo no iré al cielo, ni al infierno; iré al lugar más olvidado y frío que el señor me conceda.