Y al final, se quedó conmigo.
—¿Entonces de dónde eres?... Esas —dije dudosa y lo miré—, "ropas" no se ven por aquí —me dirigí hacia él resaltando la palabra ropas de mis labios mientras nos encaminábamos a comprar algunos dulces.
—Ya te lo dije, tú fuiste quien me dio vida, para empezar —contestó aburrido, pareciera que eso me lo dijo mil veces. O que no sería necesario si yo lo recordara. Era obvio.
—Es que no me lo creo. ¿Cómo? ¿Mediante un ritual? —pregunté, nuevamente con sarcasmo.
Sabía que tenía que recuperar mis recuerdos. Y algo me decía que él era parte importante de ellos.
—Yo... llegué un día a tu vida cuando eras una niña, una niña muy pequeña —su voz se enserió tanto que lo volteé a ver, muy atenta—, y la primera vez que tus ojos se cruzaron con los míos, supe que eras tú quien me había llamado. Cuando me viste, dijiste '¿estás aquí?' y sonreíste, yo creí que estabas loca porque me sonreías a pesar de estar llorando, tus ojos estaban irritados y...
Bajé mi mirada, de repente esa escena brusca (borrosa) se presentó en mi cabeza. Y me detuve. Otra vez... Está pasando, los recuerdos vienen como el viento, solo de paso, pero jamás los puedo ver con claridad.
Cuando el chico de orejas puntiagudas se dio cuenta de eso, se volvió hacia mí y tuve su cara muy cerca. —Macky, ¿qué ocurre? —preguntó, tenía los ojos bien abiertos y me escrutó el rostro.
—Nada, aún estoy algo aturdida, creo —exhibí una sonrisa abierta, incorporándome. Me extrañó que no me sentí incómoda por su cercanía conmigo.
Antes de entrar a la tienda de dulces me paré frente a él y alcé la mirada. —Ten mucho cuidado al entrar —advertí—, te gustan los dulces, ¿verdad? —pregunté.
Sabía que si él levantaba o se tropezaba con algo accidentalmente; como nadie podría verlo, las personas se asustarían. Yo me desconcerté un poco cuando me dijo que sólo yo podía conocer de él. Me advirtió muy estrictamente que su relación conmigo no se debería saber nunca. Me recordó también que sólo yo podía tener contacto con él, ya sea física o de cualquier otra forma.
—Sí, sí. Al menos deberías saber eso —dijo indignado y se cruzó de brazos.
—Lo siento —agaché la mirada un poco apenada.
Le compré gomitas, me pidió más de mil veces que las comprara para él.
Él tenía la apariencia de un gato, era súper tierno, pero actuaba como un cachorro. Algo en él me hacía pensar que caería a sus pies con tan sólo hacer un puchero para pedirme algo.
— ¿A dónde iremos hoy? —Pregunté mirándolo comer gomitas con satisfacción. Era bueno que nadie estuviese por los alrededores. Si no, todos verían las gomitas flotar y ser aventadas, pensarían en un fantasma, lógicamente. Me extrañó mirarlo escoger sólo las golosinas verdes, comiéndose las demás primero, supongo que le gustan las que tienen sabor a limón. ¿Por qué será?
— ¡Quiero ir al parque de diversiones! —Levantó el puño firmemente.
—No, está muy lejos, mamá dijo que no me alejara mucho de casa.
—¿Y tú cómo sabes que está lejos? —mordió su labio inferior con inmadurez—, ¿no tienes amnesia?
—Vi un volante dentro de la dulcería, sólo quieres ir porque darán comida gratis, pero según vi, está a algunas calles lejos de este lugar —lo miré con un poco de superioridad mientras él entrecerraba los ojos con cara de pocos amigos.
—¡Jum! —infló los cachetes—, ¿qué tal al jardín?
Negué con la cabeza.
—Entonces a casa —alzó una ceja—, primero me preguntas a dónde quiero ir y luego dices que no a todas mis opciones —entrecerró los ojos.
Reí con eso.
—¿Por qué no caminas en vez de flotar a mi lado? —pregunté dudosa. Sus pies eran pálidos, parecían suaves y no tenían nada para cubrirlos—. ¿No te da frío? Parecen delicados —dije refiriéndome a las palmas de sus pies.
Me miró meditando las preguntas que le hice. —La primera vez que intenté tocar el suelo con mis pies… te enojaste conmigo... Decías que era estúpido que caminara si podía volar. Dijiste que si tú pudieses hacerlo, jamás volverías a poner un pie en la tierra.