Still Here I: Hache

La noche del día tres

Después de bañarme, bajé a la cocina, (que por cierto, tuve que buscarla, pues aún no recordaba del todo mi casa). En donde mamá y papá me dejaron una nota. Seguro que ya estaba ahí cuando llegué por la tarde. Pero apenas me percaté de ella cuando fui por algo de comida:

«Macky, hija, estaremos de vuelta pronto, come bien, y no salgas sola por la noche. Duérmete temprano.»

Tomé la nota y la metí en el bolsillo de mi suéter. Tomé un flan del refrigerador, y antes de cerrarlo me pregunté si ese chico tendría hambre; cuando llegamos dijo que estaba cansado, que iría a mi habitación a dormir. No se ha levantado de ahí.

Previniendo que tal vez tendría hambre (después de todo, no era un fantasma), tomé otro flan y luego un par de cucharas.

Subí a hurtadillas a mi cuarto y abrí la puerta de la misma manera.

— ¿Estás ahí? —pregunté cuando la puerta se cerraba detrás de mí. Por un momento mi pregunta se quedó en el aire.

—Sí, aún no desaparezco —dijo en tono grosero, me hacía pensar que aparentaba estar solo, en un lugar que no conoce.

— ¿Tienes hambre? —volví a preguntar triste. Pero no escuché respuesta. Entonces encendí la luz para poder verlo.

El brillo de la Luna, que entraba a la fuerza por mi ventana, se extinguió por la luz blanca de los focos.

Él no estaba acostado como imaginaba. Estaba sentado en la parte superior de mi cama, abrazando sus piernas y con los ojos cerrados. —Perdóname, Macky... No tengo idea de lo que me pasa. Sé que soy el que menos tiene derecho a tratarte tan fríamente.

—No te preocupes... Creo que, imagino lo frustrado que te sientes ahora —bajé mi mirada al suelo—, quiero decir... soy la única persona que tienes, y te he olvidado —sentí un nudo en mi garganta, mas sonreí aun así—, pero, ¡me esforzaré mucho para recordarte a ti y a mí vida! Tenlo por seguro.

Él sonrió conmigo. — ¿Lo ves? Lo haces de nuevo...

Aún con mi cara agachada, él se había dado cuenta de que mis ojos estaban llorosos. No entendí lo que quiso decir, por lo que solo me limité a mirarlo frunciendo el ceño alzando mi cara.

—Me refiero a eso —me señaló con su brazo encogido y apenas se notaba su sonrisa—, siempre sonríes cuando estás triste o cuando estás llorando, Macky.

Me quedé callada y sonreí, mi sonrisa era tan leve como la suya.

—¿Cuál de los dos flanes es para mí? —preguntó desviando el tema, con una sonrisa de oreja a oreja, tan contagiosa.

Alcé los dos lácteos. —Son iguales —me eché a reír y caminé hacia él. Le di uno y me senté a su lado.

Le quitó la tapita y metió su cuchara. De repente se recostó sobre mis piernas, eso me sorprendió. —¿Por qué te ruborizas? Antes se te hacía raro que no lo hiciera —se rió, dirigió su cuchara a su boca—, decías que me parezco a un gato y que yo soy como tu cachorro. Raro, ¿no?

—¿Ah... en serio? La verdad es que eso estaba pensando camino a casa —tragué saliva—. No me sentí incómoda, sólo me sorprendió.

—Yo sé —cerró sus ojos, muy tranquilo—. Así como está tu cara ahora... se ve muy linda.

—¿Así cómo?

—Sin maquillaje.



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En el texto hay: celos, amor y amistad, amigo imaginario

Editado: 13.07.2018

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