«Un amigo imaginario te acompaña siempre durante la niñez. Muchas veces en la adolescencia. Y en algunos casos, hasta la adultez.»
Las dos de la tarde, Hache no me ha hablado desde ayer.
—¿De verdad no vas a hablarme? —pregunté.
—Estás siendo muy grosero, ¿sabes? —insistí más a sus pies, que era lo único que veía luego de que se sumergiese en la bañera (sin agua) con una cobija encima, además de su cola, moviéndose lentamente para todas partes.
—Cuando estás con ese tal Josh, me ignoras —reclamó con un puchero—. Ni siquiera compraste las gomitas que te pedí.
—Ay, Hache, sabes que no puedo hablarte frente a alguien.
—Llámalo como quieras... crueldad, injusticia. Pero Josh me desagrada.
—No entiendo por qué.
—Se lleva todo el crédito, te hace reír. ¿Quién te hace más feliz? —curioseó.
Reí. —¿De qué hablas?
Él calló.
¿Qué rayos le pasa? Últimamente ha estado muy sensible. Solté la cortina qué dividía la bañera y el excusado y me senté en la tapa de este. Suspiré.
Quedándome callada igual, le miré aquella cola que tanta curiosidad me daba. Su extraña ropa desordenada que lucía más como un extraño uniforme seguía atrapando mi atención. Este chico infantil, que me hacía sentir cómoda y feliz, y al mismo tiempo nerviosa.
—Cuéntame sobre ti —le expresé viendo la sombra de su cola en la cortina—. ¿Por qué es tu ropa así? ¿Qué significan ese par de colgantes en tu cuello? ¿Y los cascabeles el tu tobillo? —Cuestioné.
Aquella cola negra como la de un felino, se detuvo, los pies se metieron por completo en la bañera, volví a deslizar la cortina azul y Hache dejó ver su cabeza envuelta por esa cobija rosada. Lucía despeinado.
—Amabas mirar Peter Pan, te encantaba esa película —dijo despreocupado, acomodó su cabello, su mirada estaba puesta en este—. Em... Supongo que eso explica mi ropa. Y, la verdad, está cómoda —confesó.
Parece que pasó por alto completamente que me estaba ignorando. A veces puede ser muy grosero. Pero, lo que dijo me obligó a escrutarlo más a detalle, en su ropa color negro y verde pardo, yacían distintas costuras bien hechas, una de sus mangas era larga hasta tapar sus manos, mientras que la otra le llegaba al codo y estaba algo rasgada, pero gracias a eso, se le podía ver una muñequera negra.
—¿Peter Pan? —fruncí el ceño—. ¿Quién es?
—Un niño que no crece nunca —dijo, salió de la bañera y se sentó en una esquina de esta—. La veíamos todo el tiempo, te la sabías de memoria, cada diálogo y, aun así, te emocionabas y llorabas cada vez que ponías el DVD.
Era enternecedor escucharlo hablar sobre mí. Una sonrisa triste de oreja a oreja se dibujaba en sus labios cada que me recordaba algo de mí, y sin darse cuenta, su mente se iba al pasado, con la Macky que sí lo recuerda.
—Y el par de colgantes que traigo del cuello… —tomó uno de ellos y lo levantó para que lo viera, era una pequeña concha de caracol—. Te vas a reír, pero esta concha... perteneció a tu primera mascota.
Una concha algo grande, color marrón con manchas beige, y algo desgastada. Me eché a reír. —Dios, ¿mi primera mascota fue un caracol?
Me miró frunciendo el ceño. —No, Macky, era el juguete de tu gato —dijo, miró con seriedad la concha—. Dijiste que era su favorita...
—No entiendo cómo un gato puede divertirse con una concha —la señalé con el índice y con mi brazo encogido.
—Bueno, así era él.
Me enserié. —Ya veo. Debí querer mucho a ese gato, ¿cómo era, ah? —Me incliné más hacia él con las manos en las rodillas.
—Hm... —llevó su dedo índice hacia su barbilla—. Era, muy parecido a mí —siseó.
En mi mente, traté de imaginar un gato igual a Hache, no era difícil, ya que él era completamente uno. Su comportamiento obstinado y tierno, sus ojos azules y su cabellera negra. Era completamente digno de un felino.
Vi otro colgante que parecía ser una armónica color marrón y negro. —¿Y esa? —Indiqué con la mirada.